Primero fue la falsificación, que ya es delito. Luego fue la plastificación de la prueba del delito para que, en caso de que su socio solicitara que se demostrase la veracidad de la firma, cualquier intento de hacerlo resultara inútil.
Eso sí, el cuadro enmarcado con el acuerdo quedaba precioso en la pared de la sala de su consejo.
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