Volvemos a lo de siempre: como el dinero no es de uno, y hay que gastarlo de todas maneras, vamos a “invertirlo”, por ejemplo, en folletos. Y el caso es que los folletos eran bastante normalitos, tanto que a una empresa corriente no le hubieran costado más de 3.000 euros, tirando muy por lo alto. Y ya está bien 3 euros por díptico.
A lo mejor pensaron que los pantones eran de oro, o querían disfrutar de unas merecidas vacaciones a cuerpo de rey, o comprarse un coche o vaya usted a saber. En esta casa todo es posible, sobre todo cuando se está acostumbrado a ver cheques de varios millones de euros encima de la mesa, dinero procedente de donaciones de empresas muy respetables que piensan que es utilizado para fines más loables.
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