Como buen inversionista, en su día compró unas plazas de garaje cerca de su oficina, las mismas plazas que alquila a su empresa a escondidas de sus socios a un precio muy elevado y fuera de mercado.
Sin hacer caso al viejo dicho de que la mujer del Cesar no sólo debe serlo sino, ante todo, parecerlo, este directivo se permite la licencia de dar lecciones de moral a todos los que están a su alrededor, lecciones que no se aplica a sí mismo.
Por la boca muere el pez
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