Por mucho ruido que pretende hacer, lo cierto es que poca gente, por no decir nadie, le escucha.
Por mucho que se crea preparado y original, la realidad es que copia más que crea.
Por mucho que se vea con clase y elegante, es ramplón y vulgar.
Por mucho que quiera ser pío, lo cierto es que su gran pecado es la soberbia.
Por mucho que desee, no puede.
Lo que sí que es cierto es que el hombre orquesta, el iniciador, el gerente, es un pobre individuo con una gran vanidad, muy pedante, fatuo y cuya obra, por mucho que se empeñe, ni es divina ni, mucho menos, tiene alma.
Y si hablamos sobre la calidad de sus trabajos: ¡qué se lo pregunte a los violines!
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