23 de noviembre de 2024
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Las competencias fundamentales del coach (Parte II)

En mi artículo anterior «Las competencias fundamentales del coach (I)»  hacía referencia a aquellas competencias que un buen coach debe demostrar a lo largo de todo el proceso de coaching como parte fundamental del mismo. Sin embargo, hay otra serie de competencias que hacen referencia a lo que podríamos llamar la «estructura» de un proceso o de una sesión de coaching.

Quizás la palabra más adecuada no sea la de «estructura», ya que podría dar la impresión de que el coaching consiste en una serie de pasos establecidos, incluso de preguntas estándar que, una vez aprendidas, sólo hay que repetir una y otra vez como si una sesión de coaching consistiera en rellenar, con cierta habilidad, un cuestionario prediseñado.

Nada más lejos de la realidad, la «estructura» de un proceso de coaching debe ser tan flexible como coachees haya diferentes, adaptándose a la forma de ser, de aprender, de pensar y de actuar que tenga cada uno. El coach debe ser capaz de ir construyendo la estructura de la sesión minuto a minuto, a la medida de cada uno, convirtiéndose así el coaching en un verdadero arte.

Si el coach está más pendiente de esta «estructura» que de su coachee, estará perdiendo el foco de lo verdaderamente importante en un proceso de coaching. Y casi con toda seguridad estará desatendiendo a algunas de esas competencias fundamentales que deben desarrollarse a lo largo de todo el proceso, con lo que éste tendrá muy poco o ningún efecto en el desarrollo y crecimiento del coachee.

Teniendo todo esto en cuenta, podemos decir que en todo proceso de coaching hay ciertas competencias que forman parte del «cuerpo» del proceso:

1) Establecer las bases.

Un proceso de coaching se inicia a raíz de un acuerdo entre coach y coachee, en el que deben establecerse las normas de funcionamiento, no sólo de aspectos como el timming de las sesiones, la duración de las mismas o los honorarios, sino también cuáles son los temas a abordar en el proceso, qué se quiere conseguir con el mismo y cuáles serán los parámetros de medición de sus resultados.

Podría parecer que éstos son aspectos de tipo comercial, al margen del proceso de coaching y, sin embargo, desde mi punto de vista ya forman parte del mismo proceso. Debe existir una enorme coherencia entre la forma de abordar estos aspectos por parte del coach y el resto de temas a tratar a lo largo del proceso. La claridad, el respeto y la confianza mutua deben quedar reflejados desde el principio.

2) La situación inicial y el resultado esperado.

Hay quien dice que debe empezarse cualquier proceso o sesión de coaching definiendo claramente el «objetivo» y después analizar cuál es la situación actual. Otros afirman que es necesario conocer dónde estamos para poder definir un resultado deseado que sea realista.

Lo cierto es que, en muchas ocasiones, los coachees no tienen muy claro qué pueden esperar de un proceso de coaching, o incluso de una sesión. Y lo más normal es que si se iniciara un proceso o una sesión preguntando «¿Qué quieres conseguir?» la respuesta fuera, en el mejor de los casos, bastante general y confusa, e incluso es muy posible que el coachee respondiera en una actitud defensiva del tipo «Si lo tuviera claro no estaría aquí».

Por tanto, aunque es cierto que debemos saber hacia dónde comenzar a andar, muchas veces la labor del coach será la de ayudar a su coachee a que precisamente vaya aclarando sus ideas, a que consiga averiguar qué es lo que desea y para qué, a que priorice, a que aprenda a definir objetivos específicos, que le supongan un reto pero que sean alcanzables, y a que tenga la disposición adecuada para comenzar a trabajar sobre ellos.

Saber desde dónde partimos y adónde queremos llegar ayudará a ir marcando el camino, más rápido o más lento, con más o menos obstáculos,… Cada persona es única y, por tanto, cada camino también lo será.

3) La persona.

No debemos olvidar en ningún momento quién es el protagonista de un proceso de coaching: el coachee. Todo gira en torno a la persona. Cada uno tendrá sus propias motivaciones, sus propios recursos y obstáculos, sus creencias, su forma de pensar, de sentir y de expresarse.

En el coaching no hay recetas mágicas. Lo que es bueno para una persona puede no serlo para otra, por lo que el coach deberá ser capaz de adaptarse a cada uno de sus coachees para ayudarles a través de sus preguntas a que vayan avanzando en ese camino que están poco a poco construyendo.

4) Las opciones.

Una de las labores fundamentales del coach será la de ayudar a su coachee a encontrar nuevas formas de hacer las cosas, nuevas opciones.

Cuando una persona inicia un proceso de coaching, probablemente ya haya intentado hacer muchas cosas para alcanzar sus resultados deseados. Por tanto, si aún no lo ha conseguido, será necesario cambiar algo. Flexibilizar el pensamiento o encontrar nuevos puntos de vista de una misma situación podrá ayudar al coachee a que descubra nuevas opciones, a que las valore y a que elija la más apropiada para él.

En otras ocasiones puede que no sea necesario trabajar en este campo, ya que pudiera ser que el coachee no tuviera claro cuál era su objetivo pero que, al lograr definirlo adecuadamente ya supiera qué hacer y cómo, y no necesitara encontrar nuevas formas de actuación sino simplemente ejecutarlas.

5) La acción.

El movimiento se demuestra andando. Por tanto, si queremos avanzar no hay más remedio que ir dando pequeños pasos. Las sesiones de coaching suelen finalizar con un compromiso por parte del coachee de realizar una acción entre sesiones, ya sea pensar acerca de algo que se ha tratado en la sesión, observar una situación futura, realizar un comportamiento concreto, etc.

En general deben ser acciones que supongan un pequeño reto pero con grandes posibilidades de éxito, de manera que el coachee vaya adquiriendo seguridad y confianza en su proceso de desarrollo.

Es importante que estas acciones sean, en la medida de lo posible, diseñadas por el propio coachee y, en cualquier caso, acordadas con él, de manera que se comprometa con su realización. El resultado de esa acción, los obstáculos que ha encontrado el coachee, e incluso si finalmente llegó o no a realizarla son temas muy interesantes para continuar el trabajo de la siguiente sesión.

Por tanto, como vemos, la «estructura» de un proceso de coaching debe ser tan flexible como para adaptarse a cada coachee, estando siempre al servicio de éste y no al contrario. Como el agua que se adapta a cada recipiente, así debe ser un proceso de coaching.

@GemaSancho

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