Recursos Humanos RRHH Digital Aunque en apariencia no tengan en común más que la mayoría de las letras que componen ambos términos, lo cierto es que su relación es mayor de lo que parece.
Si hace unos cuantos años (no tantos), hubiéramos en grupo discernido sobre la felicidad y sus claves, es evidente que habríamos de manera común descrito una meta, un objetivo al final del camino, la recompensa a una vida dedicada a su búsqueda. Un premio que de forma habitual habríamos vinculado (y muchos aun lo hacen) con elementos de carácter eminentemente materialista y canjeables por un precio determinado.
Hoy y en contraposición a esa forma de definir la felicidad, hemos alcanzado un amplio consenso al describirla como un estado emocional que no se encuentra tanto en el cuándo, sino más bien en el mientras. O lo que es lo mismo, siguiendo las teorías de Csikszentmihalyi, la felicidad se encuentra en el flujo. Eso a lo que nuestro reconocido experto con nombre impronunciable relaciona con estados de experiencia óptima, en los que uno se siente poseído por un profundo sentimiento de gozo creativo, momentos de concentración activa y de absorción en lo que se está haciendo.
A riesgo de ser simplista, no es lo que consigues, sino cómo te sientes.
Nunca he sido tan consciente de ello como lo soy desde que nacieron mis hijos. Los niños no entienden el concepto de ahorro de tiempo como lo hacemos los adultos, no buscan las consecuencias de hoy en un mañana lejano, ni viven permanentemente en el “ojala”. Viven el presente con gran intensidad. No condicionan su vida a horarios ni listas de cosas pendientes que ir tachando. Disfrutan del momento sin saberlo.
En definitiva, nadie mejor para explicarnos el concepto de “fluir”, de la esencia de la felicidad. Pero no pueden porque no lo saben. No lo han buscado, no lo han aprendido, sólo lo viven.
Los niños saben lo que es fluir, lo que es la inmensa felicidad, y lo que es la más grande de las amarguras. Sus sonoras carcajadas y sus inconsolables lloros lo atestiguan. Todo es intenso, sin fisuras, sin ahorro de sentimientos ni emociones.
¿Qué les permite disfrutar de toda esa intensidad, de cada instante, de cada suceso?.
Para los niños todo es cambio, todo es novedad, todo es necesidad de adaptación. Nunca seremos de nuevo tan flexibles como lo fuimos cuando éramos niños. Los niños tienen que adaptarse constantemente a nuevos entornos, aceptar muchas y muy diferentes autoridades (el colegio, la familia, las actividades extraescolares,….), aprender multitud de cosas nuevas…. Y todo ello encajarlo con la irrenunciable necesidad de disfrutar, de divertirse, de ser felices sin saberlo.
La flexibilidad, en toda su esencia se convierte en una de las llaves para ser felices. Lo teníamos delante en versión infantil pero no lo sabíamos apreciar. Ese punto de vista lo habíamos perdido al ir creciendo.
Lo cierto es que, en mayor o menor medida, mientras crecemos, maduramos y nos hacemos mayores, vamos perdiendo paulatinamente la flexibilidad necesaria para apreciar más puntos de vista, la curiosidad para observar la realidad con otros ojos, la ilusión por aprender cada día mil cosas nuevas que pueden poner en jaque nuestros planteamiento, la tolerancia hacia otras ideas y otros caracteres diferentes al nuestro, o la voluntad por cambiar.
Y es cuando somos flexibles, curiosos, cuando nos ilusionamos, aprendemos, aceptamos y evolucionamos cuando realmente somos felices, cuando fluimos. Recuerda, ya has sido feliz muchas veces. Haz memoria.
Se flexible, se feliz.
RRHH Digital
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