RRHH Digital. Yo estaba trabajando. Pero no acaba ahí la noticia; Yo estaba trabajando y lo estaba haciendo en tareas propias de mi cargo, lo cual es aún más extraordinario. Eran las dos y media y estaba escribiendo en el ordenador. Había puesto cara seria, claro, que parece que así se trabaja más. De pronto pasó por la puerta de mi despacho María. Ella es nuestra consultora externa de Calidad y Medio Ambiente. Me miró sorprendida y entró a verme. Ya os advertí de que es extraño, según se cuenta en “Radio Macuto”, encontrarme trabajando (aunque no sabía yo que María también escuchaba esa emisora). Me gusta pensar, de todas formas, que María sólo estaba extrañada por verme allí a esa hora y no por descubrirme haciendo algo de provecho.
Debo aclarar algo. Yo no trabajo en la Administración (tampoco lo hacen muchos funcionarios, creo) sino en la empresa privada. En teoría mi hora de salida son las dos de la tarde y a María que, por sus apellidos, por lo que le gusta el café y por su acento creo que es española, le resultó muy raro encontrar a alguien en la oficina, ¡¡Que también parecía español!! con toda la pinta de estar trabajando, ¡Voluntariamente!, después de llegar la hora de salida
María, con cara de asombro y aún intentando recomponer el gesto, me dijo:
– ¡Uy!, ¿Qué haces aquí si son las dos y media?
– Estoy trabajando, María.
– En serio, ¿Qué haces? Estás en Facebook, ¿no? (Ya veis que mi reputación me precede).
– No, María. Estoy trabajando de verdad. De un tiempo a esta parte -le expliqué-, he descubierto que mis horas más productivas para ciertas tareas son de doce a tres.
Así que, cuando tengo que hacer cosas para las que necesito tranquilidad las dejo para esas horas y me va bien .-Y añadí, para “jornadas de puertas abiertas” y para trabajos que serán interrumpidos con llamadas telefónicas, visitas inoportunas, correos electrónicos, conversaciones banales, intromisiones varias y demás, ya tengo el resto de la jornada laboral-. ¿O no es así?
Una vez que María, tras mucho esfuerzo probatorio por mi parte, se medio convenció de que yo estaba haciendo cosas de provecho (provecho profesional, digo) me hizo un comentario que me dejó descolocado y que me dio que pensar: “Pues ya te vale. Porque quedarte a trabajar después de la hora y sin que nadie te vea es de tontos”. Entonces se me disiparon todas las dudas. María es española. Españolísima. Es más, yo creo que de padres y abuelos españoles incluso. Seguro.
A raíz de este episodio y, para desgracia de la empresa que me paga, empecé a dedicar mis escasas horas diarias (o semanales, quizás) de productividad y clarividencia a pensar en asuntos ajenos a la misma. O no tan ajenos. Resulta que yo me dedico a la gestión de personas. Posiblemente por eso o porque me reconozco propenso a distraerme, procrastinar y otros sanos hábitos semejantes, empezaron a surgirme en la cabeza determinadas cuestiones sobre actitudes y comportamientos que, aunque están muy extendidos en todas las empresas, a mí me parecen extraños;
¿Por qué cambiamos nuestra manera de actuar dependiendo de la gente que haya, o no, en la oficina? Tengo un compañero que siempre que se entera que el jefe no va a venir tiene la mala suerte de que le pase algo y llega tarde a trabajar. Mala suerte. Seguro que es gafe porque cuando el jefe se queda hasta tarde, a él le surgen problemas en su trabajo y tiene que quedarse también. ¿Por qué nos empeñamos en aparentar que trabajamos más cuando tenemos “público” delante? Qué prisas, qué carreras, qué resoplidos, qué caras desencajadas, qué suspiros porque “no damos abasto”. Casualmente cuando los jefes no están cerca la situación se vuelve más reposada y tranquila. Debe ser que los jefes son tan buenos, valga la redundancia, que se llevan todo el trabajo a sus casas y nos dejan a nosotros sin nada que hacer.
¿Por qué hemos decidido que trabaja más quien más ruido hace? ¡Madre mía! Un compañero mío es temido por los pájaros del barrio. Qué ruido hace con los archivadores, con la grapadora, con los papeles, con la impresora, con los bolígrafos… El pobre, obviamente, es el que más trabajo tiene. Su compañero de enfrente, que no da ninguna lata, es porque está leyendo el Marca… ¿Por qué cuando estamos en la oficina decimos que no tenemos ni idea de Internet (“Esas cosas modernas a mí no me van. Yo no me entero. No me hago. No sé cómo va eso”), y en casa somos los reyes descargando películas, juegos y demás? ¡Cuántas incógnitas! Cuántas cosas que me resultan falsas y que, por supuesto, hacen todos menos yo, que soy el único que se pasa el día trabajando aquí…
¿Por qué tratamos al resto de colegas en función de las estrellas que lleven en el hombro? Una compañera mía, cuando le das los buenos días responde, “¡Eh!” y cuando llega el jefe y le dice “buenos días” ella le responde; “Bueno días Juan Francisco, ¿Ha pasado usted buena noche?” En fin.
¿Por qué damos tantas voces cuando hablamos por teléfono asuntos laborales si cuando hablo con mi mujer, ¡Las diez veces diarias!, puedo hacerlo en voz baja para que nadie pueda escucharme? ¿Por qué parece más duro el teclado del ordenador cuando escribo temas “serios” y tengo que apretar las letras con más fuerza que cuando chateo como “Madurito 66” o cuando mando correos “de mayores”? ¿Por qué siempre cierro la pantalla del PC rápidamente cuando vienen a verme?
¿Por qué se da por hecho que trabaja más el que está todo el día con cara de perro que el que canta, silba, saluda a la gente o incluso ¡¡Se ríe!!? Nos pasamos la vida escuchando eso de que las personas que están a gusto trabajan mejor. A las empresas se les llena la boca diciendo que prefieren que la gente se encuentre a gusto y contenta. Así se trabaja mejor, dicen. Pero la realidad es que a quien le da por demostrar su alegría porque disfruta trabajando sólo recibe malas caras e inmediatamente se le pone la etiqueta de que vive como quiere y que no hace nada en todo el día. Es verdad universal que el que está contento trabaja mucho menos que el que no se ríe (si es que trabaja algo, que ya es mucho suponer). Y las verdades universales, aunque eso no importe, suelen ser universales pero nada verdaderas.
¿Por qué, como me insinuó María, se mira mejor al que se queda después de la hora, preferiblemente cuando hay “público”, que al que cumple durante su horario de trabajo?.
Tiene gracia pero si le hacemos un encargo a alguien y nos lo da enseguida pensamos que es que estaba de brazos cruzados y le miramos mal. Sin embargo, si se retrasa y tenemos que reclamárselo lo miramos mejor. Pobre hombre, estaría muy liado, como siempre. Dejar pasar la tarde para empezar a trabajar cuando se acerca la hora de salida también es un comportamiento muy valorado. Yo nunca lo he hecho, claro, pero “me han contado” que es un poco aburrido, que las tardes se hacen un poco largas.
No debo deciros dónde trabajo aunque como es el único sitio de España donde pasan estas cosas es fácil. Por cierto, María me interrumpió cuando estaba escribiendo un artículo para participar en el III Premio Literario RRHH Digital. ¡Ups!
1 comentario en «A lo mejor son sólo cosas mías»
Está claro que quien da el premio es un jefe. Porque lo mismo ocurre con ellos, si en vez de parecer que lo escribe un currito lo hace un jefe, entonces no se hubiera llevado el premio. Jaja
Y ya te digo como funcionan algunos directivos de rrhh puestos a dedo en la administración, verdaderos negreros con capacidades nulas, que no quieren pringarse para no verse en la calle, pero atizan bien a los que sacaron la oposición y se mataron a estudiar y tienen valía. Y para muestra un botón, la era zp donde hay cabeza psoe y a dedo rrhh no funciona el tema.
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