16 de abril de 2025
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Que no salga de estas cuatro paredes

Hugo ajusta su corbata frente al espejo del ascensor, como si estuviera a punto de firmar un tratado de paz mundial. Azul marino, por supuesto. Su madre siempre decía: «La imagen lo es todo». Pero el nudo le aprieta tanto que apenas puede respirar. Se pregunta si debería aflojarlo, aunque algo le dice que Marta, la directora de RRHH, podría oler el miedo en el aire si lo hiciera.

Marta era una figura imponente. Su melena rubia, perfectamente alisada, y sus tacones naranjas eran ya una insignia en la planta. Cada paso suyo parecía marcar el ritmo de las ejecuciones laborales. Hugo, sintiéndose como un soldado a punto de ser interrogado, avanza hacia su despacho.

El escándalo de la filtración había sacudido a la empresa, y Marta era la

encargada de encontrar al culpable. Al entrar, Hugo siente que las paredes se cierran. Marta lo observa con ojos que no pestañean, como si estuviera evaluando cada micro gesto. El silencio es tan denso que parece vibrar en el aire. Finalmente, ella rompe la quietud.

—¿Por qué?

La pregunta cae como una daga. Hugo, con la boca seca, apenas logra encogerse de hombros.

—¿De qué se me acusa? —pregunta, aunque ya lo sabe. Marta se queda mirándole, esperando un gesto de Hugo.

—Voy a darte una oportunidad para ser sincero, Hugo. Estabas en la lista de candidatos para el ascenso, compitiendo directamente con tu jefe Javier. En la reunión del jueves dejamos claro que la información sobre la venta del inmueble no debía salir de esas cuatro paredes. Pero ayer se filtró. Has tenido que ser tú.

Hugo siente cómo el calor le sube al rostro.

—Te confundes, no soy un bocazas. Si hago algo, lo hago con transparencia.

Hay más personas involucradas en el proyecto: mi mánager, Javier, y también Vicente, el contable.

Marta ladea la cabeza, impasible.

—Ellos llevan años aquí. Jamás han metido la pata. Ya puedes salir. Te llamaré más adelante.

Hugo sale del despacho con el corazón latiéndole en las sienes. Apenas ha dado unos pasos cuando se cruza con Rafaela.

—¿Qué tal te fue, Hugo? —pregunta, casi cantarina.

—Marta cree que fui yo quien filtró la información. ¿Puedes creerlo?

Rafaela frunce el ceño, fingiendo sorpresa, aunque en sus ojos se enciende algo distinto.

—¿Tú? No tiene sentido. Nunca hablas de nada. Pero… ahora que lo mencionas, el viernes, en el afterwork, escuché algo. —Baja la voz y mira a su alrededor antes de continuar—. Javier estaba presumiendo de las cifras frente a los becarios.

Hugo se detiene en seco.

—¿Qué dijiste?

—Lo que oí, Hugo. Javier estaba fanfarroneando como si ya fuera el rey de esta oficina. A veces las cosas no son lo que parecen. —Rafaela saca su teléfono y empieza a teclear—. Esto se lo voy a contar a Marta. Ella tiene que saberlo.

—¿Estás segura de lo que estás haciendo? —Hugo pregunta, todavía aturdido.

—Segura. Marta necesita saber quién jugó sucio. Y créeme, no eres tú.

Horas más tarde, Marta lo llama de nuevo a su despacho. Esta vez, cuando Hugo entra, la tensión que sentía antes ha cambiado de matiz. Marta lo observa con una ligera sonrisa.

—Te debo una disculpa, Hugo. Después de revisar más a fondo, descubrimos que el responsable de la filtración no fuiste tú. Fue Javier.

Hugo siente un alivio tan repentino que por un momento cree que se va a desplomar.

—¿Javier? —pregunta, incrédulo.

Marta asiente, con un brillo de satisfacción en los ojos.

—El muy torpe intentó crear un escándalo para desviar la atención y manipularnos a todos. Pensó que así podría asegurarse el ascenso. Rafaela fue clave para desenmascararlo.

Antes de que Hugo pueda decir algo, el teléfono de Marta vibra en el escritorio.

Ella lo toma y sonríe con ironía al leer el mensaje.

—Mira esto. Javier acaba de escribir: «Vaya mala sorpresa con Hugo. Menos mal que tú eres una crack. ¿Nos vemos para hablar de mi ascenso?»

Hugo no puede evitar reírse.

—¿Qué piensas hacer?

Marta se inclina hacia atrás, sus tacones apoyados en el suelo como una reina.

—Que disfrute su última reunión en este despacho. Después de eso, no volverá a poner un pie aquí.

Hugo sale con una mezcla de alivio y satisfacción. Al pasar por la oficina de Rafaela, ella le lanza una mirada cómplice.

—¿Todo bien? —pregunta, como si no supiera la respuesta.

—Gracias a ti, sí —responde Hugo, con una sonrisa. Por primera vez en días, siente que puede respirar.

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