Jorge acaba de acomodarse en su asiento del AVE. Por fin es jueves, aunque este jueves es distinto al resto de los jueves de este año. Hoy ha tomado el tren a primera hora de la tarde, en vez de a última. Hoy no irá directo a casa, a encontrarse con su esposa. Hoy se irá directamente desde Atocha hasta el que fue su colegio durante 12 años. Allí se reencontrará con muchos de sus amigos de clase. El tren se pone en marcha y, con el movimiento del vagón, su mente se desliza hacia recuerdos felices de infancia y adolescencia. Le encantaría volver a vivir aquellos años en los que fue muy feliz, felicidad que continuó durante la universidad hasta que, con la incorporación al mundo laboral, y su posterior matrimonio, todo se complicó sin que él supiera cómo retomar el timón de su vida.
Marta ha recogido a su hija. Ambas están sentadas en el coche. La pequeña tiene cuatro años recién cumplidos y, según piensa Marta, a esa edad empezarán a fijarse en su mente sus primeros recuerdos: los más antiguos que será capaz de evocar cuando crezca. Casi mejor así, se dice Marta, pues de este modo su pequeña Ainara no recordará ninguna de las continuas broncas que Marta tuvo con su exmarido. Estas broncas no podían acabar en otra cosa que no fuera en un divorcio tormentoso. Al menos, obtuvo la custodia de Ainara, y eso le hace sentirse orgullosa. Hoy, al entrar en el colegio de su hija, Marta ha empezado, sin querer, a compararlo con el que fuera el suyo. Sí, sin duda, aquí se aparca mejor, pero eso a ella no le importaba cuando era alumna. En el resto de las cosas: patio, aulas, pasillos, aseos…, el suyo ganaba por goleada. En unas horas, cruzará de nuevo la verja de aquel patio en el que, entre juegos y confidencias, soñó tantas veces ser aún mejor farmacéutica que su madre.
Esther cierra la puerta del chalé adosado que acaba de visitar. La visita de hoy prometía mucho cuando habló con la clienta, pero, a la hora de la cita, ésta se ha presentado con su marido, ambos cuarentones, y todo lo que había imaginado que saldría bien, ha terminado saliendo, como le gusta decir a Esther, como el culo. Como el mismísimo culo de Esther, quien ha sorprendido al marido de su clienta mirándoselo, sin ningún rubor, en un par de ocasiones. Es lo que tiene conocer la casa y saber el ángulo de visión de cada espejo. Esta casa, lamentablemente, ha tenido que visitarla en repetidas ocasiones, sin tener éxito comercial alguno. Del otro, del éxito entre los visitantes varones a quienes se la ha enseñado, prefiere olvidarse, porque es algo que ya aceptó hace tiempo como parte de su trabajo. ¿Por qué los hombres: solteros, casados, viudos o divorciados son todos iguales? Esther confía en que ni Jorge ni Alejandro, sus compañeros más cercanos en el colegio, se hayan convertido en fotocopias compulsadas de algunos de sus clientes y, en especial, de su jefe, a quien desprecia profundamente. Le va a salir caro haber intentado propasarse con ella durante el viaje de incentivos del pasado mes de septiembre. Mañana por la mañana tiene cita con su abogada, y le firmará los papeles para que presente una demanda contra él por acoso sexual.
Alejandro es narcisista. Nadie ama más a Alejandro que él mismo. Desde el colegio destacó en el deporte, y eligió estudiar INEF para poder mantenerse en forma, el día de mañana, mientras trabajaba. Lamentablemente, nunca consiguió ejercer, y aunque en redes sociales se anunció un tiempo como entrenador personal, las únicas clientas que tuvo fueron mujeres que no lo buscaban precisamente para que esculpiera sus cuerpos a base de flexiones y sentadillas. Por eso pasó página, y desde hace dos años, se ha hecho repartidor de comida en bicicleta. Como buen autónomo, la bicicleta es suya y la mayor parte del dinero que recibe es en negro. Eso sí, la empresa le pone el uniforme y el cajetín de reparto de la bicicleta y, lo que es más humillante, le impone los horarios, casi siempre a partir de las ocho de la tarde. De hecho, hoy ha tenido que decir que estaba enfermo para asistir a la fiesta de su colegio. Había pensado acudir en bicicleta, pero al final irá en metro. Le da vergüenza que alguien lo vea y se ponga de manifiesto su fracaso laboral. Un fracaso que le dolería especialmente porque en sus años de colegio se sintió siempre el rey. Un rey ahora destronado: treinta y tres años, y viviendo con sus padres.
Jorge, Marta, Esther y Alejandro acaban de juntarse en una mesa de la cafetería de su colegio. Los discursos han sido los esperados. El del actual director, que no es otro que el antiguo subdirector. El hijo primogénito del fundador ha reemplazado a su padre: todo un clásico en la empresa familiar española, muy monárquica ella. Y como exalumna triunfadora ha hablado una mujer quince años mayor que ellos, y a quien únicamente han reconocido cuando ha sido presentada: ¡la ministra de cultura del gobierno anterior al actual! Claro, en 50 años pasan muchas vidas por las aulas de un colegio. Incluso alguien insinuó, en la cadena de WhatsApps de la convocatoria. que Amaia Salamanca, antigua alumna del centro, cinco años antes que nuestros cuatro amigos, vendría a la celebración, pero nadie la ha visto.
Jorge rompe el hielo.
- ¿Cómo estáis? Yo os veo igual, como si estuviéramos en la fiesta de fin de curso hace diecisiete años.
- Tómate algo, Jorge, – responde Marta -. Yo, para empezar, tengo una niña de cuatro años. Mirad qué bonita es – les dice mientras abre una foto desde su móvil-.
-No puedes negar que es hija tuya – responde Esther – Tiene tu misma cara. ¿Y el padre, te ayuda mucho en su cuidado?
Nada más terminar la pregunta, Esther intuye, por el cambio en el semblante de Marta, que ha metido la pata. Marta se repone. Está acostumbrada a hablar del tema.
- Estamos divorciados, tengo que decir que Yo tengo la custodia.
Marta se ve obligada a decir un “mejor así” que, en lo oídos de todos, suena a un “siento haberte preguntado”.
- Pero tengo mucha suerte, la Trabajo en una empresa farmacéutica, y me han permitido adaptar mi jornada. Empiezo temprano y llego a recoger a mi hija todos los días del colegio. Los días que voy a la oficina, viene mi madre y la lleva al colegio, y los días que trabajo desde casa, puedo llevarla y recogerla yo. Mi madre regenta una farmacia, y tiene empleados que la abren los días que ella lleva a Ainara. Teletrabajo, y pocos viajes: es lo único bueno que trajo la pandemia.
- Pues yo al teletrabajo me apunto, pero a viajar lamentablemente también. De hecho, trabajo de martes a jueves en Barcelona, y teletrabajo desde Madrid los otros dos días. Lo negocié así porque era una oportunidad que no podía dejar pasar: director regional de ventas. Me casé, compramos un piso pequeño en Madrid y allí vivo, aunque la casa sigue siendo del Lo de la vivienda digna es el mayor engaño de nuestra Constitución. De hecho, me pagan más porque renuncié a casa en Barcelona, y vivo en casa de mis suegros. Todo esto está matando lentamente mi matrimonio.
- Siento escucharlo, Jorge, pero estoy de acuerdo contigo en lo de la vivienda -apostilla Esther-. Trabajo en el sector inmobiliario. Empecé como secretaria, y luego pasé a ventas. Vendo mucho, y a precios altos, de modo que me gano la vida bien. Eso sí, es un sector con mucho machismo, y algún cliente ha visto películas porno en las que el cliente acaba haciendo el amor con la vendedora.
- Jajaja, – se ríe Alejandro-. Yo he visto alguna de esas. Pues yo hice INEF, y nunca ejercí. De hecho, si sabéis de algo, me gustaría reiniciar mi carrera profesional.
- En mi empresa están buscando Piden buena presencia y tú la tienes.
- Gracias, te escribiré mañana y me dices cómo hacer llegar mi currículo.
- Perfecto, pero no digas que vas de mi parte. Si me guardáis el secreto: voy a denunciar a mi jefe por acoso El baboso aprovechó que estábamos de viaje en Punta Cana y se abalanzó sobre mí en el pasillo y me realizó tocamientos. Afortunadamente, una compañera lo vio, y parece que es reincidente. Al día siguiente, en presencia de otros, comentó, por otro tema, aquello tan manido de lo que pasa en Punta Cana…
- Se queda en Punta Cana – responden sus amigos a la
Llegan la comida y la bebida, y con ellas, la charla se anima recordando anécdotas de unos años en los que todo era más fácil, aunque ellos no fueran entonces conscientes de ello.