¡Mierda! ¡Qué desastre! ¡Me has puesto perdida! Y siguieron los lamentos mientras me ponía roja como un tomate y me quería morir de vergüenza. Mi plato de espaguetis en su impoluta falda blanca, con la salsa escurriéndose rápidamente sobre sus medias. Menuda mierda de salsa pensaba yo mientras la tipa no paraba de gritarme. Me disculpé como pude y me ofrecí a pagar los gastos de la tintorería, largándome de la escena del crimen tan pronto como pude. ¡Con hambre! La falda se quedó con mis espaguetis y yo sin comer, con las tripas rugiéndome y requiriendo mi atención. Regresé de nuevo a la oficina y me conformé con unos palitos de la máquina.
Nunca como hidratos, pero ese día me vine arriba, mi tortura de los últimos meses se iba a acabar, por fin venían refuerzos al rescate. Nos había comprado una multinacional y las prisas por la integración me tenían haciendo Excels e informes día y noche. Una empresa muy orientada a personas me dijo mi director general, que no me preocupara, que iba a aprender un montón, que ya era hora de disfrutar un poco tras tantos meses de arduo trabajo.
¡Mierda! Grité cuando vi volar los espaguetis directos a mi falda. Esa mañana escogí muy bien mi outfit, profesional, con un toque femenino, en tonos claros, para transmitir tranquilidad y confianza según había leído en Vogue. Esperaba que lo hiciese la ropa por mí, porque de tranquila y confiada nada, estaba histérica. Ayer me informaron que mi llegada a la empresa recién adquirida por el grupo sería triunfal, debía despedir a la responsable de recursos humanos que tenían hasta la fecha. No me puedo imaginar mejor entrada. De ahí que cuando vi esa masa rojiza aterrizando en mi falda me pusiese echa una furia. Mi confianza y tranquilidad prestadas se escurrían al tiempo que lo hacía la salsa. Salí a la calle buscando un reemplazo a toda prisa y a poder ser una tintorería que encontré antes de subirme al taxi.
Me recibió el director general con cara de uva pasa. A él también le informaron ayer de mis directrices y poco pudo hacer, ya no estaba al mando. Recuperar la rentabilidad cuanto antes era lo prioritario y para ello hacía falta tomar decisiones dolorosas, le dijeron. A la de recursos humanos la seguían el director financiero, el de sistemas, unos cuantos de administración, un par de comerciales, y la lista seguía. No sabía de la misa la mitad, pero veía por donde iban los tiros, ebitda y poco más. Una peli distinta a la que me habían vendido. Aun tratando de digerir la información que me daba el director general, me llevó al despacho de la primera víctima. La reconocí al instante, le di la factura de la tintorería y me fui.