El 2025 será un año crucial para la movilidad eléctrica. El avance de la tecnología, la presión regulatoria y el cambio en las expectativas sociales están convergiendo en un punto de inflexión que las empresas no pueden ignorar. En este contexto, la adopción del vehículo eléctrico (VE) no es solo una cuestión de sostenibilidad, sino también de competitividad y eficiencia.
En los últimos años, hemos visto un crecimiento en la venta de vehículos eléctricos, impulsado por incentivos gubernamentales y una mayor conciencia ambiental. Sin embargo, este año marcará una evolución más profunda: la infraestructura de recarga seguirá expandiéndose sin ser una barrera, los costes de las baterías continuarán disminuyendo y la oferta de modelos eléctricos será más amplia y accesible.
Además, el endurecimiento de las normativas de emisiones en Europa y otras regiones obligará a las empresas a replantear sus flotas. A partir de 2025, los fabricantes de vehículos eléctricos dispondrán de un margen de tres años para demostrar el cumplimiento de estos límites de emisiones, lo que otorga un tiempo extra para la transición, pero también exige una planificación estratégica más rigurosa. Asimismo, la normativa española establece que, en edificios de uso distinto al residencial privado con más de 20 plazas de aparcamiento, se debe instalar al menos una estación de recarga por cada 40 plazas o fracción. Quienes se adelanten a estos cambios tendrán una ventaja competitiva clara, evitando sanciones y aprovechando incentivos fiscales que faciliten la transición.
Más allá del cumplimiento normativo, la electrificación de las flotas ofrece beneficios tangibles a las empresas. Por un lado, los costes operativos de un VE son significativamente inferiores a los de un vehículo de combustión, gracias al menor precio de la electricidad en comparación con los combustibles fósiles y a unos costes de mantenimiento reducidos. Por otro, las empresas que incorporan la movilidad eléctrica mejoran su imagen corporativa, alineándose con los valores de sostenibilidad que cada vez más clientes y empleados valoran. También hay tecnologías, para el análisis de la carga en casa y las empresas pueden pagar como pago en especie, el coste de la energía, para la recarga del VE.
No podemos obviar el impacto en la captación y retención de talento. Las nuevas generaciones buscan empleadores comprometidos con la sostenibilidad, y contar con una flota de VE o con infraestructuras de recarga en las oficinas puede ser un elemento diferenciador.
Para las empresas, el momento de actuar es ahora. Adoptar el VE no es solo una cuestión de responsabilidad medioambiental, sino una decisión estratégica que impactará en la rentabilidad y la competitividad a medio y largo plazo. En 2025, las organizaciones que no hayan iniciado esta transición podrían verse rezagadas en un mercado que avanza hacia la descarbonización a un ritmo imparable.
El cambio está en marcha, y las empresas tienen en sus manos la oportunidad de liderarlo.