Sigue sin tener sentido que los hechos, es decir, el dato, no imperen en nuestra época de la humanidad en la que podemos acceder a la verdad de una manera tan sencilla.
Ante la complejidad que avanzaba y relataba Luhman, pensaban los filósofos de finales del siglo XX, que al tener acceso a la información, que muy pocos tuvieron, los humanos harían del dato su flecha para acabar con los relatos que desde que la persona humana existe, alguien ha creado.
Desde dar poderes a piedras, abrazar árboles pensando que estos tienen neuronas o crear palacios donde según miles de neuróticos creían que allí los dioses moraban (que se lo digan a la Acrópolis griega), no fue hasta el Renacimiento y luego la Ilustración que de la mano de la ciencia comenzamos a entender que solo había una verdad que es la que se puede probar siempre. Repito, siempre.
Los relatos son infinitos porque lo único que poseemos a diferencia de los animales es la imaginación y gracias a ella controlamos al resto de otros seres humanos que necesitan creerse los relatos o los cuentos a cambio de dinero, regalos, o virginidades del medioevo, entre otras lindeces.
Los últimos estudios sociológicos de los jóvenes, apuntan, que “¿por qué tengo que creer a este profesor, si hay un influencer que dice lo contrario y, además, es más guapo y habla mi lenguaje?”
Es imperioso un cambio en la forma de enseñar de los profesores y formadores porque el conocimiento está accesible para todos, sin embargo, buscar un refugio en la nostalgia de una memoria distorsionada de un pasado que no fue tan bonito como algunos inventan o en relatos que matan el dato, nos puede llevar a volver a cometer estupideces o revoluciones que durante años, no salieron bien. Siempre sale algún surfeador de un futuro mejor que nos empuja a guerras por tierras prometidas que no se cumplieron, pero que gracias a él, seguro que se conseguirán.
Y si estiramos el centro del dato y el relato a las empresas nos daremos cuenta de que antes de comunicar hay que hacer cosas juntos. Una persona no va solo a su empresa a trabajar, sino que va a hacer su trabajo y a formar parte de un cambio a mejor en la sociedad que habita para que los que no han nacido todavía se beneficien del impacto que se hizo en el pasado.
Por último, seguro que encontramos la mejor manera de comunicar que somos diferentes e incluso mejores, pero para eso, defendamos el dato y no el relato para el avance de la sociedad y dejemos el relato para Netflix y compañía.