Si nos preguntamos qué entendemos por empresas innovadoras, obtendremos diferentes respuestas. Diríamos que son aquellas que invierten una parte significativa de sus ingresos en I+D; las que introducen en el mercado productos y soluciones que aportan algo nuevo o cambian nuestras vidas; que aplican estrategias y tecnologías transformadoras; que asumen riesgos… Todas serían ciertas y estaríamos de acuerdo. Pero, a partir de ahora, deberemos pensar que, si además de estos atributos y valores, no tienen mujeres en sus órganos de toma de decisión, no son innovadoras. O dejarán de serlo pronto.
De acuerdo con la medición que hace el INE, el 24% de las empresas españolas son innovadoras en productos o en procesos de negocio. Podríamos asociar este dato a que sólo el 25% de los puestos de trabajo relacionados con disciplinas técnicas o científicas están ocupados por mujeres. O que el porcentaje de ellas en la alta dirección de las compañías del IBEX se sitúa en el 23%. Pero hay otro más doloroso: si, en general, consideramos innovadoras a las tecnológicas, sepamos que, en España, el 61% de ellas no tiene contratada a ninguna mujer.
Estamos ante un asunto crucial en España y en el mundo. Para nuestra sociedad y para nuestra economía. Necesitamos más mujeres en todos los ámbitos, pero, sobre todo, las necesitamos en el mundo de la innovación, la ciencia y la tecnología. Las empresas, como las de la Fundación I+E, que defendemos ante nuestros interlocutores el impulso que necesitamos en España para hacer un país más moderno, avanzado y sostenible para las nuevas generaciones, estamos convencidas de que ese impulso nos lo pueden y nos lo deben dar ellas.
El desafío que tenemos es doble: por un lado, despertar más interés en las niñas por la ciencia y las matemáticas, así como atraer a más jóvenes a las carreras y estudios STEM. Pero no se termina aquí la aventura. El otro desafío pasa por impulsar el talento femenino en las organizaciones, y especialmente, su entrada en los puestos de dirección y toma de decisiones. Porque eso las hará más innovadoras. Sin embargo, un informe de Esade nos dice que las mujeres que han completado un grado STEM tienen, cinco años después, un 2,7% menos de posibilidades de ocupar un puesto de trabajo acorde a esos estudios que los hombres que también los cursaron.
Decía Eleanor Roosevelt que el futuro pertenece a aquellos que creen en la belleza de sus sueños. Hablamos de chicas que han creído y han tenido la determinación, a veces la valentía, de elegir una vocación relacionada con la ciencia y la tecnología. Y se encuentran, una vez completados sus estudios, con una nueva prueba que superar: que las empresas crean en ellas. Pero más bien, si le damos la vuelta, habría que decir que son las empresas las que deberían creer en sí mismas. Un informe de AFI y Telefónica de este año apunta que cerrar la brecha de género en las profesiones digitales aportaría 71.700 millones a nuestra economía en tres décadas, esto es, el 6,4% del PIB. Y La Organización Internacional del Trabajo estima en un 20% el incremento medio de ingresos en las compañías que contemplan la igualdad de género como un factor competitivo.
Porque, en efecto, nutrirse de talento femenino es hoy una ventaja competitiva. No se trata de cumplir con cuotas y mostrarlas con autosatisfacción. Se trata de observar los resultados: de beneficiarse de su visión genuina ante las cosas y su particular forma de afrontar las situaciones; de sus enfoques diferentes que permiten ampliar el punto de mira de los equipos en los que trabajan; de contribuir a formar redes de conocimiento diversas y dinámicas; y de introducir nuevas formas y estilos de dirección y prescripción. En definitiva, las organizaciones podrían fijarse en lo que ganan en términos de excelencia, innovación, comunidad y liderazgo.
Las empresas, además, tenemos una doble relación con este desafío. Por un lado, necesitamos ese talento: ingenieras, matemáticas, programadoras… Pero, además, hemos de ser conscientes de nuestro papel no sólo empleador, sino, además, formador y transmisor de conocimiento. Los programas de mentoría son una de las herramientas que podemos poner en marcha para potenciar ese talento femenino en las organizaciones. Muchas los aplican ya con excelentes resultados, pero es evidente que necesitamos más, a todos los niveles y en todos los sectores.
El programa de mentoría que hemos puesto en marcha en la Fundación I+E tiene la particularidad de involucrar a grandes compañías de sectores e industrias muy distintas, que tienen en común su compromiso y vocación innovadora, así como su perspectiva internacional. Se trata de enriquecer así la transmisión de conocimientos y experiencias entre mentores y mentees. Es una iniciativa más de todas las que se podrían promover en España, que además creemos que deberían contar con un decidido apoyo institucional. El objetivo de la mentoría es no sólo impulsar más mujeres líderes, sino, a la larga, empresas con visión más amplia.
Volviendo a Eleanor Roosevelt, el mundo será un lugar mejor cuando todos trabajemos juntos. Y es ahora cuando no podemos tenerlo más claro. España necesita más innovación y más empresas innovadoras. Pero ya serán inviables sin ellas.
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