Las personas que sufren el síndrome del impostor en los entornos laborales son profesionales que creen que no merecen el puesto que ocupan. Piensan que no tienen la capacidad, los conocimientos, la experiencia o las habilidades necesarias para el buen desempeño de su trabajo. Están convencidas de que no están a la altura de lo que se espera de ellos y/o de lo que la posición requiere. Y, sobre todo, son personas que viven permanentemente angustiadas porque tienen la certeza de que, más tarde o más temprano, sus jefes, compañeros, clientes y entorno en general se darán cuenta de que son un fraude laboral.
No todo el mundo sufre el síndrome del impostor. Se da fundamentalmente en personas con baja autoestima. También en profesionales que han llegado a ciertos lugares no por un proceso de estricta meritocracia, sino por un golpe de suerte, un contacto (el clásico enchufe) o una concatenación de circunstancias, como estar en el momento adecuado en el momento preciso.
Diversos estudios que han analizado el fenómeno también han llegado a la conclusión de que se da con mayor frecuencia en mujeres, debido posiblemente a que siguen sufriendo discriminación y brecha de género y se sienten en la obligación de tener que demostrar su valía de una forma mucho más frecuente y visible que sus colegas varones; en jóvenes, a quienes les pesa la fata de experiencia y sentirse permanentemente observados por sus compañeros más veteranos; y en entornos muy competitivos, volátiles y con alta rotación, como el sector tecnológico, por el miedo a perder el trabajo si no se cumplen con unas altas expectativas.
En el lado opuesto al síndrome del impostor, hay muchas personas que no sienten para nada esa presión; al contrario, tienen un ego tan desmesurado que están convencidas de que todo lo hacen bien, aunque la realidad esté muy lejos de ser así.
En un punto intermedio, hay personalidades más equilibradas que asumen sus deficiencias sin dramas ni complejos y trabajan para superarlas. El dicho tan popular en los entornos de emprendimiento “fake it till you make it” (“finge que sabes hacerlo hasta que sepas hacerlo”) es paradigmático de esta corriente.
No es fácil engañar a los demás sobre nuestra valía. Es decir, con una buena puesta en escena y un discurso trabajado, un timador experto puede engatusar a su audiencia en una primera impresión. Pero, si no hay ninguna sustancia detrás, es una fachada que se caerá por su propio peso en las siguientes interacciones, en cuanto se rasque un poquito en la superficie.
En el caso de alguien que sufre síndrome del impostor es extremadamente difícil, ya que tiene que esforzarse mucho para convencer a los demás de algo en lo que él o ella no creen. Aquí se produce una paradoja, porque, aunque esa persona sea más valiosa de lo que ella misma piense, su percepción negativa sobre sí misma convierte en mentira lo que objetivamente podría considerarse verdad (que es un buen profesional). Eso va a sumir en la confusión a su entorno, ya que, aunque los hechos y los resultados constaten que esa persona actúa de un modo riguroso, correcto y perfectamente profesional, su actitud y su lenguaje verbal y corporal transmitirán lo contrario.
Hay varias claves para descubrir a una persona con síndrome del impostor. Son personas muy inseguras, que permanentemente van a estar pensando que no son capaces de hacer la misión que se les ha encomendado… ¡incluso cuando la estén haciendo y los resultados demuestren objetivamente que sí eran capaces! En ese caso, no se atribuirán mérito alguno, sin que achacarán el éxito a la coyuntura, a la suerte, al trabajo en equipo, al prestigio de la empresa, a la labor previa de sus antecesores… A todo menos a sí mismos. Son, además, personas tendentes al auto boicot, ellas mismas se pondrán palos en las ruedas para que el fracaso que tanto temen se acabe convirtiendo en una profecía autocumplida. Además, como tienen muchas carencias de autoestima, tenderán a aislarse y a comunicarse poco y mal con pares, jefes y colaboradores. Por último, si son mandos, no delegarán funciones en su equipo, para evitar que sus malas decisiones trasciendan en cascada por la empresa y su supuesta negligencia acabe siendo de dominio público