Tenía la fecha marcada en el calendario desde hace meses. Bueno, ya sabemos que en los tiempos que corren no se suele usar un rotulador rojo para hacer un circulito en un calendario de papel colgado de la pared. Digamos que en el calendario de su iPhone había un evento creado para ese sábado: “Cena de Navidad de los Invencibles”.
Suena muy cinematográfico, pero así se hacían llamar este grupo de viejos amigos del colegio que forjaron su amistad en las aulas y el impredecible curso de la vida les había separado poco a poco en diferentes ciudades e incluso países. Intentaban juntarse una vez al año para recordar las mismas anécdotas y contar los mismos chistes, año tras año. Es una especie de ritual que bien podría estar recetado por cualquier autoridad sanitaria para mantener unos índices de felicidad razonables.
Este año, si cabe, era un poco más especial. Por primera vez desde hace muchas cenas, iban a estar todos. Sin excepción.
Ángel entró al restaurante con paso decidido y fue sorteando abrazos, saludos y risas con todo aquel que se iba cruzando:
- ¡Hombre, Gustavo! ¡Cada día te veo más cerca de ir a Turquía!
- Pero bueno, ¿a quién tenemos aquí? Pedro, no cambias, seguro que esta noche te vuelven a pedir el DNI para entrar a la discoteca.
- Paco, ¡te temo esta noche!
Al llegar al final de la sala, se topó con su añorado amigo Tomás. En este momento el abrazo duró algo más que los anteriores. Llevaban sin verse demasiados años. Tomás ha estado viajando por el mundo, enrolado en diferentes proyectos apasionantes que apenas le habían dejado tiempo para volver a nuestro país esporádicamente y sin más opción que directamente a su ciudad natal.
Tras unas primeras muestras de cariño, un sinfín de peripecias internacionales de Tomás y con una copita de vino en la mano, llegó una pregunta tan tipica como difícil de responder:
- Bueno Ángel, ¿y tú qué? ¿A qué te dedicas ahora?
- Pues estoy en Recursos Humanos, ahora lo llaman departamento de Personas o People… O bueno, según la
- Ajá… ¿Y qué haces exactamente?
La respuesta de Ángel se diseminó en una retahíla de tareas diarias, sin mucho orden, que despertaron entre poco y nulo interés en Tomás, acostumbrado a frases más grandilocuentes y proyectos más ilusionantes. Este momento dejó a Ángel pensativo durante un momento, pero rápidamente la euforia del evento se lo llevó por delante y no tardó en reengancharse a los chistes malos, anécdotas manidas y bailes prohibidos.
Al día siguiente comenzó a sonar un run-run en su cabeza que no conseguía acallar: ¿qué valor aporto a mi empresa? ¿no puede hacer cualquiera mi trabajo? ¿soy carne de exterminio a manos de la Inteligencia Artificial? Una sensación de pesadumbre recorrió su interior. Tras muchos años trabajando, comenzaba a pensar que su carrera profesional no había llegado a las cotas que se imaginaba cuando empezó. Sin grandes aventuras que contar, pues todo su trabajo quedaba detrás de las bambalinas y era difícil de cuantificar en cualquier informe de resultados anual.
El comienzo de semana fue frenético. Al cansancio acumulado de tan trepidante reencuentro se le sumó una maratón de entrevistas para cerrar, por lo civil o lo criminal, una posición que llevaba demasiado tiempo abierta sin cubrirse. No lograban encontrar a la persona idónea y Ángel no era capaz de convencer a la dirección para revisar los requisitos dignos de un unicornio de tres colores. Así sería complicado.
Pero esto no para: prepara el onboarding para el nuevo Product Owner que empieza el miércoles, consulta a la asesoría si los días de baja que le corresponden al Copywriter son los correctos, fija una reunión con el Team Lead para compartir las evaluaciones de crecimiento de sus ingenieros o sienta las bases de un nuevo proyecto de Employer Branding para relanzar la imagen de la empresa frente a candidatos potenciales.
Y ahí seguía su cabeza, dándole vueltas a lo mismo: ¿soy un mero transmisor de información? ¿quién no podría hacer lo mismo que hago yo?
*Notificación de Teams*
Nuria: Buenas Angelito, ¿cómo vas? Mira en el equipo de finanzas tenemos una duda:
¿el próximo jueves es festivo o lo cambiaron? Ya me dices cuando puedas, thanks! Ángel: ¡Dichosos los ojos! Efectivamente, ese día no os esperan por la ofi, ¡qué bien sienta un festivo eh!
Nuria: ¡Qué rapidez! Gracias por la info! Es un gusto lo fácil que nos haces la vida!
¡Eso es! ¡Esto es lo que estás buscando!
En ese preciso momento, Ángel se apartó del ordenador y, aunque su mirada apuntaba de manera indefinida a la pared, su mente iba a mil revoluciones. Sin esperarlo, Nuria le había dado la respuesta a todas las preguntas que le perseguían desde el sábado: “qué fácil nos haces la vida”. Como si de un discurso épico en una película de aventura se tratase, Ángel se recitó así mismo:
Definir la labor de Recursos Humanos es de las misiones más diSciles que jamás un profesional se ha enfrentado. Ante la simplificación de mucha gente como los que hacen nóminas, organizan los eventos de la empresa o ponen entrevistas, mi contraataque es tan sencillo como lapidario: Nos dedicamos a facilitar el trabajo de nuestros compañeros.
Ayudamos a encontrar el mejor talento para que nuestros equipos crezcan en cantidad y calidad humana. Somos los responsables del cumplimiento de la normativa laboral, de garantizar que cada trabajador reciba su correcto salario a final de mes o de crear planes formativos internos para que se conviertan en lo que quieran ser.
Cada día que enciendo el ordenador tengo una misión: ayudar a los demás. Esa vocación de servicio es imprescindible para cualquiera que quiera trabajar en un departamento de personas.
¿Cómo se puede medir la tranquilidad que le provoco a un empleado cuando le gestiono rápidamente su baja para cuidar de su hijo hospitalizado? ¿En qué balance de situación aparece la aportación del candidato que contratamos, en gran parte, gracias a mi poder de negociación? ¿Quién cuantifica el incremento del rendimiento de un trabajador que se certificó gracias a un programa de formación interna?
Ángel comprendió, no sin mucho esfuerzo, que trabajar en las personas es imprescindible en cualquier organización que esté compuesto por eso mismo, por seres humanos tan complejos como apasionantes.
Y, entre tanta ensoñación, es el propio autor de estas líneas quien no sabe ya si ese épico discurso salió de la imaginación de su protagonista o del imperioso deseo del que escribe por poner en valor una función tan necesaria como castigada.