Hace unos días estuve en el HR Innovation Summit. Desde aquí, agradezco enormemente a la organización por el contar conmigo, y a Helpers Speakers por hacerlo posible. Fue un evento fantástico que disfruté enormemente (¡gracias España, sois maravillosos!).
Relaté mi experiencia como último superviviente de los atentados del 11S y héroe por sorpresa de aquel día. Reflexioné sobre el liderazgo -autoliderazgo-, la gestión de la adversidad, la responsabilidad, la solidaridad, la comunicación, el trabajo en equipo…
Hoy quiero insistir en la importancia de la formación en primeros auxilios, emergencias y evacuación en el entorno corporativo.
Cada vez hay más empresas que cuidan el bienestar de los empleados, cursos de mindfulness, gestión del estrés, team buildings, conferencias…Pero las formaciones en primeros auxilios, emergencias y simulacros (como los talleres magistrales de mi amigo Miguel Assal, también ponente en el HR y compañero en Helpers Speakers) son aspectos fundamentales que no deben ser subestimados.
Es crucial para garantizar que los trabajadores estén preparados para enfrentar situaciones imprevistas y potencialmente peligrosas. Esta formación no solo salva vidas, sino que también minimiza el impacto de los incidentes en la empresa.
Con conocimientos básicos, como la reanimación cardiopulmonar (RCP) y el uso de desfibriladores automáticos (DEA), los trabajadores pueden estabilizar a una persona hasta que llegue la ayuda profesional. Este tipo de intervención temprana puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte.
Los empleados deben conocer los procedimientos de evacuación, las rutas de escape y los puntos de reunión. Además, es esencial que sepan cómo actuar en diferentes tipos de emergencias, como incendios, terremotos o amenazas de seguridad. La práctica regular de simulacros de evacuación asegura que todos estén familiarizados con los protocolos y puedan actuar con calma y eficiencia en una situación real.
Pero por encima de la formación, hace falta fomentar el compromiso ya no solo con la empresa sino con el prójimo, con la humanidad.
Es cierto que ante un episodio tan dramático (y traumático) como el que me tocó vivir aquel 11 de septiembre, uno nunca sabe cómo va a reaccionar. Es una pregunta que suelo lanzar en mis conferencias: ¿qué hubieras hecho tú, cómo reaccionarias? Ninguno puede saberlo.
Yo era un simple conserje en el momento del atentado del World Trade Center, no tenía formación en emergencias, a diferencia de mi jefe, el jefe de mi jefe y el jefe del jefe de mi jefe…Todos salieron huyendo aquel día. Era lícito que el instinto de supervivencia les hiciera salvar su vida, pero no pensaron en que tenían las llaves maestras para acceder a las escaleras de emergencia. Había cinco. Afortunadamente, yo tenía la quinta, a la que la prensa llamó: “la llave de la esperanza”. Días después, uno de mis jefes se suicidó, por no aguantar la culpa.
Yo utilicé mi conocimiento del edificio para guiar a los bomberos y así salvar a miles de personas. Ayudé a todos a orientarse en el complejo laberinto de oficinas y abrí puertas y salidas de emergencia. En ningún momento pensé en que estaba poniendo en riesgo mi vida. En realidad mi objetivo era llegar al restaurante, donde estaban todos mis amigos. Aquel día perdí a más de 200.
Fueron 102 minutos que me cambiaron la vida para siempre. De hecho, cambiaron al mundo entero. ¿Verdad que todos recuerdan dónde estaban en el aquel momento? Aquellas imágenes quedaron grabadas en la memoria colectiva para siempre.
Pocos saben que ya hubo un primer atentado contra el World Trade Center, el 26 de febrero de 1993, una explosión que abrió un cráter de 60 metros de ancho y seis pisos de altura justo debajo del complejo. Murieron seis personas y pudieron ser muchas más, porque en los edificios había 50.000 trabajadores.
A raíz de Aquel primer ataque, se tomaron algunas medidas para mejorar la seguridad en las Torres Gemelas, como señalética. Además, se creó una “oficina de emergencias” que fue el primer lugar al que me dirigí cuando empecé a ser consciente de lo que estaba ocurriendo. No había nadie. Todos huyeron.
Por el contrario, encontré comportamientos fruto de un falso sentido de la responsabilidad, como una mujer que no quería moverse de su puesto por miedo a ser despedida (porque era su primer día), o un hombre que estaba “esperando un fax urgente”.
Fui el último en salir de la torre Norte antes de que colapsara, y convirtiera en Bajo Manhattan en un tsunami de polvo y desolación. Pude refugiarme bajo un camión de bomberos (el que se exhibe en el memorial de la zona cero) y allí estuve horas, bajo los escombros, hasta ser rescatado.
Por mis actos humanitarios, recibí del presidente de Estados Unidos, George Bush, la distinción de héroe. Además, fui nombrado Héroe Nacional por el Senado de Puerto Rico, mi país de origen, y bombero honorario y Héroe Nacional en Chile, tras ayudar en el rescate de varios ciudadanos chilenos. Pero, repito, yo no soy héroe sino simplemente un superviviente. Para mí los héroes murieron el 11 de septiembre.
La motivación, la disposición y el entusiasmo han hecho que este servidor, un simple barrendero, cambiara la vida de muchas personas, ¡qué no podréis hacer vosotros! La formación en primeros auxilios, emergencias y evacuación no es solo una responsabilidad corporativa, sino una inversión en la seguridad y el bienestar de todos los empleados. Al estar preparados, los trabajadores pueden responder de manera efectiva a situaciones críticas, reducir el riesgo de lesiones graves y salvar vidas.
Soy consciente de que vivo un tiempo prestado. Si se acaba mañana estoy en paz, he hecho lo correcto y estoy preparado para lo que venga, ya nada me sorprende.