Como buena española, en agosto me hice una escapadita para desconectar y descubrir nuevos rincones. Este año, el destino fue nuestro vecino Portugal, y en particular, la encantadora ciudad de Oporto. Lo que no esperaba era que, más allá de la belleza de sus calles y el encanto de sus puentes, una historia me impactara tanto.
Durante una de nuestras visitas, la guía, una mujer con una pasión desbordante por la historia, nos contó un relato que me dejó sin palabras: la Revolución de los Claveles. No pude evitar sumergirme en sus palabras, imaginando cada detalle.
Era 1974, y Portugal vivía bajo un régimen totalitario, un yugo que había perdurado durante décadas, primero bajo Salazar y luego bajo Marcelo Caetano. La opresión era palpable, pero también lo era el cansancio de aquellos que estaban obligados a sostenerla. Los jóvenes oficiales del Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA), agotados por las interminables guerras coloniales en África, decidieron que era hora de un cambio.
El control del régimen era férreo, especialmente sobre las comunicaciones. La radio, una de las pocas fuentes de información, seguía un estricto horario y su contenido estaba cuidadosamente vigilado. Cuando la transmisión se detenía, los portugueses sabían que la noche había llegado y que era momento de descansar hasta el amanecer, cuando la radio volvería a sonar.
Pero algo diferente ocurrió la noche del 24 de abril de 1974. Fuera del horario habitual, las ondas de la radio llevaron una melodía inesperada: «E depois de Adeus», interpretada por Paulo de Carvalho. Para muchos, era solo una balada romántica, una canción que había representado a Portugal en el Festival de Eurovisión de ese año. Sin embargo, para los militares, esa canción era la primera señal de que el golpe estaba en marcha. El régimen, confiado en que no había nada que temer de una simple canción de amor, no prestó atención.
Al día siguiente, el 25 de abril de 1974, otro sonido rompió el silencio de la madrugada. Esta vez, era la poderosa «Grândola, Vila Morena» de Zeca Afonso, una melodía prohibida bajo el régimen, y su emisión en la radio era la señal definitiva para que la revuelta comenzara. Los portugueses, sin saberlo, se fueron a dormir aquella noche con una canción que cambiaría su destino.
Ahora que septiembre está aquí, un mes en el que a menudo se disparan las bajas voluntarias en las empresas, no puedo evitar ver un paralelismo con esta historia. Al igual que en la Revolución de los Claveles, donde una simple canción marcó el inicio del cambio, en el ámbito laboral, las «renuncias silenciosas» también tienen su propia melodía.
Los empleados empiezan a desconectar de manera gradual, como si bajaran el volumen de su radio interior. La motivación se desvanece, y de pronto, los detalles que antes eran importantes ya no lo son tanto. Están cansados de la lucha diaria y han decidido tomar acción, pero no lo hacen en completo silencio. Aunque no lo verbalizan, nos envían señales: comportamientos y acciones que muestran su falta de compromiso con la organización. Pero, ¿estamos realmente escuchando su canción?
P.D. Hay un detalle en la historia de la Revolución de los Claveles que la hace verdaderamente especial. Lo que la diferenció de tantas otras fue la decisión de los militares de no disparar contra su propio pueblo. En lugar de balas, los manifestantes y soldados comenzaron a portar claveles rojos, esos mismos que pronto adornaron los fusiles. Sin apenas violencia, los claveles marcaron el fin de un régimen y el comienzo de una nueva esperanza.