El deporte es, a menudo, un espejo en el que mirarse dentro del mundo empresarial y laboral. El deporte está lleno de historias de talento, de superación, de crecimiento personal y profesional, de valentía, de lucha, de sacrificio… aspectos que también son esenciales para triunfar en el panorama corporativo actual y que siempre invitan a comparativas con el mundo empresarial.
Pero los espejos, también a menudo, están colocados de una forma en la que nos vemos más delgados y atractivos, sin darnos cuenta de que no reflejan exactamente la realidad, que la distorsionan. Y eso ocurre, por ejemplo, si hablamos de brecha generacional y de discriminación por edad, tanto en el universo deportivo como en el universo empresarial.
Relevante, y de gran y reciente actualidad, es el caso Lamine Yamal, futbolista del FC Barcelona y la Selección Española. 17 años, recién cumplidos el pasado sábado, y ya ha derrumbado la puerta del deporte rey, consiguiendo récords de precocidad que parecían quiméricos hace solo unos años: debutante y goleador más joven en la historia de la Selección Española, futbolista más precoz en anotar un gol en una fase final de un gran torneo por selecciones y, cómo no, el campeón más joven de de la historia de la Eurocopa.
Las jóvenes promesas que destacan en el presente tienen 15 o 16 años. Los de 22 o 23, por tanto, ya no son ni jóvenes ni promesas, sino que deben ser deportistas consagrados, consolidados en la élite -o al menos eso dicta el contexto actual en prácticamente cualquier disciplina-. Todo un cambio, no solo en el mundo del deporte, sino a nivel social.
Y este cambio ha llegado a las compañías y al mercado laboral. Si hablamos de discriminación por edad, las empresas están llegando a puntos límite. Al igual que los deportistas de 22 y 23 años ya prácticamente no son considerados jóvenes con potencial en el mundo del deporte, trabajadores de 40 años son considerados, en muchas ocasiones y en determinadas empresas, como profesionales muy hechos, muy senior.
Hace poco, un directivo me trasladó sus dudas sobre si avanzar en un proceso de selección con un perfil de 38 años porque probablemente sería poco moldeable, ya con demasiados vicios adquiridos, por lo que creía que era preferible centrarse en perfiles más jóvenes. Desolador a la par que sorprendente.
Y es que estamos llegando a un extremo en el que el edadismo ya no es una discriminación a los profesionales con más de 55-60 años… ¡es que está llegando incluso a cotas por debajo de los 40 años! Cierto es que esto puede ser un caso aislado y que la mayoría de empresas tienen unas perspectivas más realistas y adaptadas a la realidad, pero no deja de ser un reflejo de cómo está evolucionando el mercado laboral en la actualidad.
A nivel personal y desde Bros Group creemos que el edadismo es el mayor de los problemas que afectan al mundo laboral actual. En este sentido, uno de nuestros principales retos es la diversidad generacional. Tratamos de hacer ver a nuestros clientes que todavía tienen sesgos con la edad que un perfil de 55 años puede ser flexible, adaptable, curioso, innovador… y perfiles de 30 quizá no lo sean tanto. Que un profesional considerado ‘senior’ puede ser mucho más innovador y digital que muchos ‘muertos vivientes’ de 30 años. Porque la edad, al igual que el espejo del que hablaba al inicio del artículo, es un reflejo distorsionado de la realidad y los años nunca pueden convertirse en una variable a tener en cuenta en ningún proceso de gestión de talento. Hora de crear conciencia y de no superar límites que, en muchas ocasiones, no tienen vuelta atrás.
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