Llegan las vacaciones de verano y, con ellas, los maravillosos momentos de lectura… y los íntimos espacios para la reflexión que inspirarán nuestros nuevos propósitos para septiembre, el mes en que todo comienza y se renueva.
Para esos momentos, os recomiendo Un día en la vida de una mujer sonriente de Margaret Drabble, una joya de la literatura inglesa que recoge varias historias de la vida cotidiana. Uno de los relatos trata sobre una madre trabajadora que puede con todo (o eso pretende), a costa de actuar en un circo de cinco pistas haciendo constantes ejercicios de funambulismo… y la señora acaba sus delirantes días con una sonrisa perpetua. Y es que a veces, cuando vemos el mundo desenfocado, sonreír nos tranquiliza, al menos hasta que sepamos que hacer, como volverlo a enfocar.
Otra obra maravillosa de la literatura “laboral” que me apetece traer a nuestra propuesta de lecturas veraniegas es Prohibido quejarse de Jon Gordon. En esta extraordinaria historia, la protagonista es una Directora de RRHH que atraviesa una complicada situación en todos los ámbitos de su vida, y que decide utilizar la regla de que está “prohibido quejarse”, para cambiar la negatividad de su entorno laboral por otros enfoques más positivos. Esa estrategia tendrá un asombroso impacto en su vida personal y en su biósfera profesional.
¿A dónde nos llevan estas deliberaciones literarias que voy insertando en situaciones cotidianas de la vida, privada o laboral?
Quienes nos conocéis, sabéis que desde Equality Momentum estamos poniendo en el tapete un tema del que, hasta ahora, poco se hablaba: qué hacer para que los planes de igualdad dejen de ser un circo de cinco pistas, un dolor de cabeza que nos complica la vida.
Porque si hablamos con sinceridad, ese dolor cotidiano, que se ha instalado en tantos y tantos departamentos de RRHH, se vive en silencio como las hemorroides. Y lo más parecido a un remedio suele ser encargárselo a una consultora, y dejar que pase el tiempo…
En este artículo, tirando de estos dos libros maravillosos, propongo varias alternativas para curar este dolor y, aviso, no todas son recomendables:
Una posibilidad es no hacer nada. Creo que no vale la pena seguir escribiendo sobre las consecuencias de no actuar.
Otra opción es quejarse. Es cierto que el derecho a la pataleta, aunque pueda resultar pueril, tiene un efecto liberador a corto plazo. También lo es que, sostenido en el tiempo, nos lleva a la frustración y a la prolongación del dolor.
Otra alternativa es sonreír, sonreír como la protagonista del relato de Margaret Drabble, para autoconvencernos de que no pasa nada. La sonrisa es un recurso maravilloso, pero para que sea eficaz y nos devuelva la calma, debe ir acompañada de algo de coherencia, de verdad. Eso es lo que diferencia una sonrisa de resignación, de una sonrisa de esperanza.
Y otra opción es instaurar la regla de prohibido quejarse… y pasar a la acción, como si fuéramos la divertida e intrépida protagonista de la obra de Jon Gordon.
Si estás en la Dirección de RRHH y notas que los planes de igualdad son un cubo de agua fría (o congelada, como me han dicho en alguna ocasión), es evidente que estás viviendo el primer síntoma: la inseguridad que produce la carencia una nueva competencia profesional. Y no lo digo yo, lo dice el derecho laboral hoy, aquí, y ahora.
Sin embargo, tal como decía al inicio, ahora es tiempo de verano, de sol y de desconexión de la rutina, de conexión con nuestra alma, de reír, gozar, beber, comer… y leer. Para la reflexión, ya llegará septiembre, con su maravillosa lista de retos… el gimnasio, la dieta saludable, y dejar de quejarnos para pasar a la acción!