18 de noviembre de 2024
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La virtud de un segundo

El día transcurría entre idas y venidas hasta que sonó el teléfono, una voz nerviosa anunciaba que algo no iba bien, algo había fallado, se había precipitado y lo que separó un segundo de otro se transformó en un desgarrador silencio. Se sucedieron lágrimas, suspiros, negaciones… Llamadas a una madre, a una esposa, a una hija, a unos hermanos. Ninguno daba crédito a lo que, la voz temblorosa del otro lado del teléfono les estaba comunicando. A partir de aquí se suceden trámites, comunicaciones e infinidad de asuntos que no te permiten digerir lo que acaba de ocurrir. Un entorno que habitualmente se llenaba de entrevistas, estudios salariales, revisiones de contratos, análisis del

desempeño, planificación estrategica, gestión de costes… De pronto, todo este entorno, se rompe e irrumpe lo verdaderamente importante la salud.

Y en ese momento, te paras, te aíslas del ensordecedor silencio e intentas analizar qué fue lo último que hiciste por esa persona. Te preguntas si hubieras podido intervenir en su fatal desenlace.

“¿Y si hubiera estado más atenta?”

“Tendría que haberme interesado por saber más de él, preguntarle por esa señal inequívoca de que algo no iba bien”.

Hablas con sus compañeros e intentas buscar una razón que lo empujara a tomar esa decisión, intentas racionalizar lo irracional.

Sin darte cuenta activas un protocolo, porque no hay que perder ni un segundo para atender a sus compañeros. Intentar cuidarlos, enseñándoles a gestionar la ausencia. Continuamos con horas de charlas y todo se llena de lágrimas, pero conforme van superándose esos primeros momentos, empezamos a recordar y a destacar las señales que indicaban que algo en él no iba bien.

Esta situación la viví hace años en un centro de trabajo donde un trabajador decidió terminar con su vida, se suicidó. Esos momentos me enseñaron lo importante que es cuidar la salud mental de tu área de influencia. Que es algo que puede afectar incluso al que te dice “buenos días” con la mejor de las sonrisas.

Después de ésta se han sucedido otras situaciones difíciles. Siempre que alguien te pregunta “¿a qué te dedicas?” y le respondes “me dedico a la gestión de RRHH”.

El positivo espeta “¡qué bien! Debe ser guay eso de dar oportunidades a la vida de las personas”

El negativo por ende “Uff, ¡qué difícil eso de despedir gente!”

Pero nadie se para a reflexionar sobre lo verdaderamente importante de nuestra profesión, la capacidad de influir en la vida de los demás, en su ámbito más importante: la salud.

Siempre tendré presente este episodio de mi carrera profesional, quizá porque me puso de frente con el espejo, me puso de frente con algo tan duro, tan feo, tan difícil de gestionar como son los problemas de salud mental. La soledad, la ausencia de un ser querido, incluso la pérdida de un trabajo, puede ser su detonante, pero también puede no haberlos. Cuestión ésta última que lo complica aún más.

Tenía una compañera que me decía “preocúpate por lo que veas venir pero mucho más por lo que te viene sin ver” y eso es lo que me ocurre con este tipo de episodios.

¿Cómo podemos influir nosotros en la salud de los demás?

¿Cómo gestionamos un entorno amable?

Seguramente el camino lo estamos empezando ahora, parándonos a escribir o leer sobre ello, mañana comentando con un colega sobre lo que nos ha ocurrido o escuchando a alguien que ha pasado por un trance similar. Quizá la solución es mucho más fácil de lo que imaginamos. Las personas necesitamos sentirnos valoradas y escuchadas, eso no significa ser complacientes o permisivos, hay una leve diferencia entre un adjetivo y otro.

¿Eso significa que no puedo ser exigente en mi día a día? No, la exigencia (en su justa medida) es incluso buena, porque nos motiva a superarnos. Pero debemos ser observadores, vigilar nuestras relaciones personales y analizar qué puede afectar a las personas con las que me desarrollo, mis equipos, mis colegas…

Un segundo de nuestro tiempo puede ser tan nimio e importante a la vez, que merece la pena intentarlo. Nosotros desde nuestra posición debemos buscar fórmulas que mejoren la salud de nuestros colaboradores, que mejoren su bienestar.

Quizá este equilibrio empieza desde nuestra más temprana infancia, con un entorno equilibrado y respetuoso, términos tan en boga en la crianza actual. Veremos en un par de décadas si esos, hoy bebés, se convierten en adultos mentalmente saludables.

La influencia de la felicidad como algo que se debe perpetuar, también en las organizaciones, muchas veces lejos de ayudar a la estabilidad emocional sirve de repelente a las personas que no se identifican con ese concepto idealizado de la misma. Porque estar tristes, normalizar momentos de sombra en nuestras vidas, nuestras carreras, sentirnos decepcionados, abatidos, superados… también ocurre, son parte de una realidad no edulcorada y a la que nos sometemos muchas personas, muchos profesionales.

Seamos amables, cuidemos los unos de los otros, un segundo de nuestro tiempo puede cambiar la vida de los demás.

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