Tuve la suerte de aprender, desde pequeño, que quien la sigue la consigue. Me lo enseñó mi padre, quien siendo huérfano y habiendo pasado una guerra, salió adelante como un campeón, trabajando hasta su último suspiro. También me enseñó que, si te gusta lo que haces, los lunes no tienen porqué pesar como una losa, sino que puedes hasta confundirlos con los domingos.
Así soy yo, confundo los domingos con los lunes. Mi trabajo me apasiona, es mi vida. De hecho,
¿quién soy yo sin mi uniforme? Una figura difusa que disfruta de pocas cosas y un ratito corto. Comidas familiares los domingos, leo la prensa, me escapo alguna vez a la playa, el bar del pueblo los fines de semanas para saber qué se cuece, y poco más. Mi verdadero yo, aflora con la luz del alba y cuando me pongo al lío.
Hasta hace unos meses. No es por ti, es por mí, retumba en mi cabeza. Sé que eres un trabajador incansable, que te apasiona lo que haces y seguramente, uno de los más productivos. Tus decisiones de inversión, tu cuenta de resultados, tu consecución de objetivos está por encima de la media. No te mereces estar en el banquillo, pero así son las cosas. No es por ti, es por mí.
La verdad es que nos llevábamos bien, aprendimos a conocernos. Un primer golpe de efecto al saber de mi presencia, sin más. Siendo honestos, me sentí algo ignorado, como si mi llegada no fuera contigo. No estoy acostumbrado a que me den tan poca importancia. Puede que incluso me molestase un poco bastante, seguramente fue eso. Sí, que me ignorases me molestó y decidí apretar un poco más las tuercas. ¿Eres duro? ¡Yo soy duro! Cada día arañando un poquito más de terreno, al principio sutilmente, como quien no quiere la cosa. Casi me convences de que podríamos convivir, cada uno a lo suyo, como compañeros, un día ganando tú, otro yo. Pero es que lo mío es descomunal, acostumbro a arrasar con todo, a poner a la gente contra las cuerdas y aunque fuiste un digno adversario, también caíste. No es por ti, es por mí. De hecho, eres un gran contrincante.
La noticia no me sorprendió, hacía meses que andaba sobre aviso de su llegada y conocía su fama. Sabía que es como un huracán, que es capaz de sacudirte de arriba abajo y echarte del ring en un suspiro. Ni me planteé que podía quitarme mi puesto. Me lo había ganado con el sudor de mi frente. ¡Con todo lo que me había esforzado por llegar donde había llegado, con todo lo que había conseguido, con lo que disfrutaba en mi día a día! Merecía poner toda la carne en el asador y eso es lo que hice, luchar, a fondo. Hasta el máximo de mis fuerzas, hasta rendirme a la evidencia, sin más remedio, sin más opción. “No es por ti, es por mí, tu cáncer”. Arraso.
En el banquillo, y no me reconozco. Tal hoja que mece el viento.
¿Quién soy sin mi trabajo? ¿Qué me espera? ¿Volveré a disfrutar, a ser el mismo? Y, ¿esas miradas? Todas esas cosas me pregunto mientras intento subirme de nuevo al ring. Tocado, pero no hundido, queda partido.
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