15 de noviembre de 2024
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Diversidad o irrealidad

Son los 90, tengo 24 años y me incorporo a mi primera experiencia laboral, con contrato en prácticas, en un departamento de RH de una multinacional. Estoy super ilusionada. ¡Es lo que quería! Por fin tengo mi primera oportunidad. El mundo es rosa y maravilloso.

Finales de los 90, tengo casi 30 años. He cambiado de multinacional para ganar experiencia en otro sector. Ya tengo dos personas a mi cargo. Soy técnico de RRHH e intento ser lo más profesional que puedo, en mis tareas, y con mis empleados. Me encanta mi trabajo y estoy muy dedicada.

Estamos en una fiesta de empresa con nuestros jefes. Es pronto, aún no son las 23:00 y no hemos bebido casi nada, excepto algunas cervezas. La velada transcurre muy divertida, hasta que uno de los jefes se acerca a mí y me susurra al oído “¿Oye, té parece que una vez que esto acabe, tú y yo nos vayamos a un hotel?”. Me quedo petrificada. Absolutamente en shock. ¿Realmente me está pasando esto a mí? Con todo el cuidado que he puesto en ser profesional, en vestir de trajes oscuros, en no dar pie a nada… ¿Lo habré provocado de alguna forma sin darme cuenta? Me siento mareada. Todo me da vueltas. Solo se me ocurre huir cuanto antes. Les digo que me tengo que ir. La incomodidad es inmensa y la decepción por ese jefe que yo consideraba buen profesional, casado y con tres hijos también. Pienso que haré el día siguiente…no puedo dormir.

A la mañana siguiente llego a la oficina con los ojos rojos y un nudo en el estómago, aterrada de encontrármelo. Él llega, se para en la puerta de mi despacho, y me dice: “Creo que ayer íbamos un poco bebidos”. Ya está, eso es todo…. No hay una mínima disculpa. Pero yo sé que a partir de ahí no podré trabajar con él, ni él conmigo. Se ha roto la confianza y él siempre temerá que yo le desenmascare y haga daño a su reputación. Yo no he hecho nada, pero mi carrera se acabó en esta empresa. Empiezo a buscar trabajo ese mismo día. Nota: Esto se consideraría hoy día parte del movimiento “Me too”, pero en aquel entonces no lo comenté con nadie y hasta me sentí culpable.

Son finales de los 2000, tengo treinta y tantos años. Trabajo en otra multinacional donde me promocionan desde Manager a Directora de RH. Estoy feliz. Es el trabajo de mis sueños. Voy a hacer todo lo posible por dedicarme en cuerpo y alma. Tengo muchas ideas y ganas de cambiar cosas, hacer nuevos proyectos, tender puentes entre empresa y empleado. Soy la única mujer y encima joven en un Comité de hombres que me llevan 20 años en edad y experiencia. A la mayoría le apetecen poco los cambios, y RH no está entre sus prioridades. Algunos me tratan con condescendencia… He sido bastante naive, pero despierto rápido a la realidad.

A pesar de la resistencia yo tengo unas ganas y persistencia a prueba de bombas. Me importa mucho el bien común. Me ha costado mucho más que a ellos llegar aquí (las mujeres tienen hasta un 50% menos de probabilidades de promocionar) y no voy a dejar pasar la oportunidad de lograr un mundo más justo. Es verdad que sufro el síndrome del impostor (aunque en ese momento, yo no sé qué se llama así), pero voy logrando pequeños cambios y siento que mi trabajo tiene un propósito, hacer avanzar a la empresa y a la sociedad.

Es el 2010, tengo cuarenta y pocos. Desde mi puesto de Directora de Recursos Humanos consolidada, me comprometo a velar por la diversidad y el trato justo a todos los empleados. Estoy contenta de trabajar en una empresa con un código ético muy fuerte y con un sistema en el que los empleados pueden denunciar casos en los que se sienten injustamente tratados. Los mecanismos existen, sin embargo, a veces me pregunto si los Directivos los desconocen… Algunos, cuando tienen un proceso de selección en su departamento, me sugieren sibilinamente contratar un hombre. Las mujeres se quedan embarazadas y es un “engorro”. Y eso que trabajo en una empresa que selecciona reemplazo varios meses antes de la baja, durante y después para garantizar el traspaso. Y pienso, “¿pero de verdad no se dan cuenta de que se lo dicen a una mujer que también ha estado embarazada dos veces en la empresa?” No sé si pensar que son inconscientes, egoístas, injustos… el caso es que mis discusiones para objetivar el reclutamiento de talento suelen ser largas…

La legislación avanza y los hombres tienen derecho a tener bajas de maternidad de hasta 12 semanas. Yo estoy contentísima, por fin se acabarán las peleas por el reclutamiento. Sin embargo, las reducciones de jornada las siguen pidiendo mayoritariamente las mujeres, por tanto, mi caballo de batalla sigue estando ahí. Cambio de estrategia y abogo porque haya más flexibilidad de horario y teletrabajo. Así será más fácil realizar los objetivos en el tiempo y lugar que a cada uno le venga mejor y aumentará la igualdad y conciliación. Tengo el privilegio de tener un Director General muy moderno e igualitario y logramos convencer a nuestra central tras muchas conversaciones, datos y presentaciones… vamos de avanzadilla y lo que pedimos “suena raro” e innecesario. Años después el Covid lo convertirá en habitual y demostrará que funciona.

Desde RH evolucionamos las políticas y procesos de la empresa para ir rompiendo el techo de cristal y promover que más mujeres con talento logren promocionar y a su vez lograr la mayor diversidad posible por criterios objetivos y justos. Diversidad por sexo, edad, orientación sexual o raza.

Pero las políticas hacen aguas en los momentos complicados… la empresa promueve (al igual que muchas otras) que los mayores de cierta edad dejen paso a gente más joven para ir renovando plantilla. Es un criterio de costes y productividad. No se tiene en cuenta el conocimiento acumulado, la experiencia o la dedicación. Es verdad que diseño un paquete muy bueno y la mayoría están muy contentos. Hay edadismo, aunque no se menciona. Es un tema políticamente incorrecto que metemos debajo de la alfombra.

Es el principio del 2020, la diversidad que mi equipo y yo llevamos tanto tiempo intentando aplicar es cada vez más importante para todas las empresas. Está de moda. Me imagino que algunas empresas creen en ella y en otros casos “hay que subirse al carro” para no quedarse atrás. Ahora muchas empresas tienen políticas de diversidad, lo mencionan en su web, se hacen formaciones … y avanzan en el camino correcto, pero también encuentras casos de postureo y poca realidad… los techos de cristal siguen existiendo, el edadismo también y no hablemos de las personas que se atreven a mencionar que sufren algún tipo de enfermedad mental. Suelen ser estigmatizadas y sus carreras en el mejor caso estancadas …

Me planteo cuanto tardaremos en llegar a los niveles de evolución cultural-empresarial de otros países europeos. Gracias a mi empresa he trabajado varios años de Directora de RH en UK. ¡Aquello es otro universo! Van 50 años por delante de nosotros en diversidad y mecanismos de apoyo y ayuda a la enfermedad mental en los empleados.

Sin embargo, no quiero ser negativa, soy optimista por naturaleza.

Elijo ver el vaso medio lleno. Pienso en todo lo que hemos evolucionado desde los 90.

Asumo que algunas de las circunstancias que a mí me ocurrieron y que pudieron también pasar a otras mujeres de mi generación (cuando hablo de esto con mis amigas, recopilamos bastantes casos…), son ya muy infrecuentes en el mundo empresarial de la gran empresa multinacional o nacional.

Pienso que la función de RH sigue teniendo mucho que hacer, un gran sentido y propósito. Conseguir una empresa y una sociedad más justa y con las mismas oportunidades reales para todos.

Hay camino que recorrer para mejorar. Y entre todos, mujeres y hombres, cada vez más concienciados, y trabajando juntos, lograremos hacer las empresas más diversas y, por tanto, más productivas y mejores

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