Durante años, he mantenido la creencia de que el hemisferio derecho de nuestro cerebro (asociado a la racionalidad) era lo único relevante en el entorno laboral. Hablar de emociones en el trabajo (asociadas al hemisferio izquierdo) era considerado tabú; la razón gobernaba sin cuestionamientos sobre el corazón. Se esperaba de nosotros controlar y reprimir lo emocional, como si mostrar sentimientos nos debilitara. Recuerdo claramente frases como: “al trabajo hay que venir llorado de casa”, “las emociones son un impedimento para la objetividad” o “ser un buen profesional implica controlar las emociones”…
Cuando reflexiono sobre mi trayectoria profesional, no puedo evitar pensar en la cantidad de energía, frustración y ansiedad que he malgastado intentando ocultar o negar mis emociones. Mirando hacia atrás, me doy cuenta de lo contraproducente que fue este enfoque para mí y los equipos en los que trabajé. ¿Para qué tanto esfuerzo en negar algo tan natural como nuestras propias emociones? Después de todo, son aspectos inherentes a nuestra naturaleza humana, nos invaden sin pedir permiso y, a menudo, nos resulta imposible controlarlas por completo. Entonces, ¿no sería más saludable reconocerlas, aceptarlas, comprender su origen y encontrar formas constructivas de gestionarlas y expresarlas adecuadamente?
Desde hace años, numerosos estudios reconocen que las emociones tienen un valor importante no solo para nuestro bienestar personal, sino también para la productividad de los equipos y las organizaciones.
Sabemos que la emoción está en la base de la acción y moldea nuestra capacidad de decidir, predisponiéndonos hacia diferentes caminos (emoción, del latín «emotio», compuesta por el prefijo «e-» que indica «movimiento hacia» y «motio» del verbo «movere» puede interpretarse como «moverse hacia»). En consecuencia, el entorno emocional influye significativamente en las decisiones y el desempeño de los equipos. Por ejemplo, un equipo instilado en el miedo podría optar por estrategias defensivas y evitar riesgos (el error es peligroso y puede utilizarse en su contra), limitando su potencial innovador y su capacidad para resolver desafíos. Por otro lado, un equipo enraizado en la confianza se siente empoderado para explorar nuevas oportunidades, asumir desafíos con valentía, darse feedback sobre sus errores y colaborar de manera más efectiva.
Quiero contaros, a través de una historia real, mi perspectiva sobre el papel fundamental que juegan las emociones en el éxito y desempeño de equipos, en concreto, la emoción de la confianza, como pilar fundamental para gestionar conflictos, asumir compromisos, tomar decisiones y obtener resultados sostenibles en el tiempo.
Como decía Warren Buffett: «La confianza es como el oxígeno. Cuando está presente, nadie se acuerda de su existencia; cuando falta, todo el mundo lo nota.»
Pues bien, hace unos meses, asistí a una formación de equipos en la Escuela Europea de Coaching. Nos hicieron en un ejercicio muy revelador que transformó definitivamente mi perspectiva sobre cómo acompañar a los equipos en su desarrollo para ser excelentes. La tarea consistía en reflexionar sobre nuestras experiencias en equipo, seleccionar la mejor y peor, describirlas en no más de tres líneas, y elegir una palabra o concepto que explicara el porqué de nuestra elección, destacando las consecuencias en cada caso
Éramos un grupo de 21 alumnos con bagajes profesionales diversos, cada uno aportando desde su experiencia en diferentes roles y sectores, representando cinco países distintos. Quiero destacar la riqueza de nuestra diversidad para fortalecer la coherencia de los resultados del experimento que os voy a compartir.
El intercambio de historias se convirtió en un viaje emocional para todos nosotros. Algunos comenzaron narrando sus momentos más memorables y acabaron compartiendo sus peores experiencias, mientras que otros prefirieron empezar por lo negativo al notar las intensas reacciones de algunos compañeros al recordar sus vivencias más difíciles. Tal vez esas historias resonaban fuertemente en algunos de nosotros evocando nuestros propios recuerdos personales.
En esta dinámica, todas las historias compartidas, un total de 40 entre lo mejor y lo peor, aunque distintas en equipos, momentos y protagonistas, compartían un hilo conductor común: las emociones (risas, alegría, tranquilidad, frustración, tristeza, rabia…)
Resultó revelador para mí, que en ningún caso se mencionaran las competencias técnicas o conocimientos específicos de los miembros del equipo como atributos importantes para determinar si esa experiencia era la mejor o la peor. Tampoco se hicieron referencias a lugares físicos o remotos de trabajo, herramientas o tecnologías utilizadas, o incluso a la falta de recursos, que suele ser una queja común entre los equipos. Ninguno de estos aspectos fue señalado como las principales influencias para describir las dos experiencias que impactaron significativamente en nuestras vidas.
En las mejores experiencias la palabra que se repitió en todas o casi todas las exposiciones fue la confianza, con algunas de sus derivadas y extensiones (comunicación abierta, comprensión, colaboración, compromiso…). En las peores experiencias, se repetían conceptos antitéticos a lo anterior: desconfianza, individualismo, egos y falta de transparencia, con consecuencias como frustración, pérdida de tiempo, salidas de la empresa, agotamiento, soledad o baja autoestima.
En mi caso, cada experiencia, cada éxito y cada fracaso, han transformado mi forma de entender las emociones y el valor que aportan a la productividad de los equipos y organizaciones. Las emociones son los pilares invisibles que sostienen las interacciones, decisiones y logros en los equipos.
En concreto, desde hace poco más de dos años estoy viviendo la realización de uno de mis sueños al embarcarme en el mundo del emprendimiento junto a mi socia y compañera, Oliva Jiménez. Creamos Dupla Consulting & Coaching con el propósito de ayudar a las empresas a trascender a un nuevo nivel empresarial, a través del potencial de las personas.
En este proyecto hemos atravesado emociones intensas, desde el miedo hasta la euforia, pasando por la comprensión, la rabia o la frustración. Para avanzar, hemos explorado el origen de estas emociones, aceptarlas y expresarlas constructivamente. Por eso, ahora soy plenamente consciente de la importancia de construir y sostener una base sólida de confianza, donde las personas dentro del equipo se permitan pensar diferente y expresarlo, mostrar donde necesitan “ser cuidadas” y reconocer sus cualidades únicas. En este contexto emocional, los equipos son capaces de comprometerse y declarar grandes compromisos.
“El corazón del trabajo en equipo es el corazón mismo, la pasión, el compromiso y la conexión que sienten los miembros del equipo uno por el otro” John C. Maxwell