Es inacabable la relación de los que han usado esta expresión con tintes de profecía y etiqueta de retruécano. Pensadores, inventores, filósofos de taberna, locutores y hasta un Papa…todos se han apuntado a la convicción colectiva de que algo significativo y diferente se aproxima. Algunos lo revisten de ropajes de tragedia y otros lo maquillan con colores de esperanza.
Haciendo un breve repaso a las señales que parecen anunciarlo o incluso acompañarlo, muchos aluden a la incertidumbre sobre la dirección de los acontecimientos. El mundo, la sociedad parece ansiar un nuevo modelo, pero nadie nos guía con certeza a ese nuevo estadío. La política mundial clama por la cooperación y la paz y hay más guerras que nunca; se habla de multilateralidad y al final hay una hegemonía que va a menos y otra que inquieta por la velocidad a la que crece y reemplaza a la primera, con una influencia que es todo menos multilateral. ¿Qué prevalecerá?
¿Hay verdad o no hay verdad? Si nada es verdadero, ¿lo es esta afirmación? Si toda la realidad y sus fundamentos dependen de mi sentimiento, mi opinión, ¿las de todos tienen el mismo valor? ¿Cambiar de opinión es mentir o no? ¿Es diversidad la disensión o tiene sentido la cancelación? ¿Hay un criterio de verdad externo al ser humano o nosotros –todos, cada uno- somos fuente de autoridad de la verdad? Y como remate, irrumpe la realidad paralela y casi indescifrable de la inteligencia artificial para dar la puntilla a nuestras maltrechas certezas.
Nietzche afirmó “aquél que tiene un porqué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo”. Nuestra esperanza de vida crece y crece, a la par que crece el número –en la juventud también, lo que resulta desconcertante- de los que no logran acompañar la extensión de los años con una intensidad paralela en el porqué de sus vidas. ¿Vivimos para disfrutar? Pues cada vez parecemos tener menos motivos y medios. ¿Vivimos para ser felices?, entonces, ¿por qué solo recibimos malas noticias o percibimos que hay que evadirse para alcanzar ese estado de deleite? La felicidad parece un colador agujereado por nuestra rutina diaria.
Mil preguntas sin respuesta y mil asaltos sin resolución. Mil más que ni he mencionado y que, por lo general, provocan más incertidumbre que expectación. Éste parece ser el ruido ambiental
No es objeto de esta publicación profesional el debatir estos temas y mucho menos el de proponer soluciones universales. Tampoco es mi papel en la historia, aunque me sienta afortunado por muchas certezas que poseo y confirmo, que me hacen vislumbrar un cambio de era más que satisfactorio y esperanzador. Y no por luces propias.
En este entorno descrito, si tiene visos de realidad, se mueven nuestras empresas y nuestras actividades dentro de la función general de personas. ¿Nos afecta?, ¿el tan manido y constante cambio tiene un especial protagonismo hoy en día en nuestras organizaciones?, ¿percibimos un cambio de era en ciernes, una nueva manera de relacionarnos profesionalmente con nuestras empresas?
La pandemia -un ejemplo- nos susurró a gritos que sí, que tanto dolor y tanta convulsión eran buenas embajadoras de un cambio de era. Quizás hayamos desarrollado callo ante alguna de sus enseñanzas principales: la incertidumbre no se vislumbra y golpea sin alerta previa; nuestros colaboradores son seres sufrientes o gozantes por las mismas razones vitales que nosotros; nuestras ganancias financieras valen menos que las pérdidas en vidas o en integridades personales; en tiempos de zozobra, suele brotar lo mejor (y lo peor) del ser humano…
Prometimos que nada volvería a ser igual y nada ha vuelto a serlo en nuestro interior, aunque la fachada y el decorado recuerden a escenarios anteriores en lo aparente:
Hablamos y escuchamos hablar mucho de flexibilidad, de innovación, de adaptación en nuestras organizaciones…y una encuesta de ADECCO (2023) nos muestra que el 81% de los españoles prefiere trabajar como funcionario público y el 74% quiere serlo. ¡Viva lo seguro y predecible!
Hablamos y escuchamos hablar mucho de compromiso ,vitaminado como “engagement”, de propuesta de valor al empleado…y un estudio de AMAZON nos aclara que solo el 26% declara estar satisfecho con las posibilidades para el cambio y reciclaje laboral y un 35% lo está con el nivel de formación que recibe en su puesto de trabajo. Tú haces como que me pagas y yo hago como que trabajo.
Hablamos y escuchamos hablar mucho de refuerzo de derechos laborales y de exploración de atractivos espacios de conquista…y nuestras pymes claman porque la preocupación urgente para las ellas hasta hace nada era el exagerado incremento del salario mínimo y ahora es el salto de la carga financiera, que se ha más que duplicado en apenas un año. Los deberes son la otra cara necesaria de la moneda.
Hablamos y escuchamos hablar mucho de “experiencia de empleado”, como elemento clave de un modelo “human centered” en la empresa…y un reciente estudio de una prestigiosa entidad certificadora muestra que sólo el 29% de los empleados se sienten satisfechos y comprometidos con su empresa. Es que somos mucho más que “empleados”.
Recientemente escuché a un experto con largos años de batallas intelectuales y ejecutivas en el campo de la gestión de personas que no ve un cambio significativo –y lo que ve es a peor- en el interés de la alta dirección por establecer programas y acciones dirigidas a mejorar el intercambio de valor entre la empresa y sus colaboradores; los mismos que compran devotamente casi todo lo que tiene algo de valor percibido en el campo de la tecnología. El embrujo del “chip”.
Y, sin embargo, no me digáis que no percibimos que hay aromas y rumores de cambio de era. A pesar de ser testigos de la repetición en espirales interminables de los mismos conceptos de casi siempre, todos sabemos que algo ha cambiado sustancialmente y sólo navegará con cierta seguridad en este mar de incertidumbre la organización que cuente con individuos que den algo –o mucho- de lo mejor de sí mismos porque les da la gana. Mejor tender hacia eso que hacia la mediocridad.
Pero para que eso ocurra, hay que hacerse unas preguntas previas, fáciles de formular y costosas –más que complejas- de responder con franqueza y de traducir en acciones: ¿qué son para el equipo directivo las personas que trabajan en la empresa?, ¿son recursos, son eslabones de una cadena, son lastres, son un colectivo indefinido, son seres maduros a los que apelar y a los que seducir…?, ¿hasta qué punto conocen mis colaboradores lo que realmente pienso de ellos y yo conozco lo que ellos perciben con franqueza de la empresa? Lo que transmitimos, lo que somos, tiene más impacto que lo que decimos o lo que publicitamos. Es difícil que el manido “activo más importante” pueda seguir triunfando y no se degrade en realidad en el “noveno activo más importante”, recordando la famosa tira cómica de Scott Adams y su cínico personaje Dilbert.
Desde los albores de la “era del cambio” en la empresa, que perduran en la memoria de varias generaciones de profesionales de la gestión de personas, la transición a un “cambio de era” efectivo comenzará a vislumbrarse cuando se haga realidad percibida esa frase sabia de Mafalda: “a mí me gustan las personas que dicen lo que piensan. Pero, por encima de todo, me gustan las personas que hacen lo que dicen”