Resulta curioso que los cursos de habilidades directivas se centren en reavivar y reactivar capacidades que en un momento de nuestra vida hemos llegado a tener, como es le caso de la creatividad. De niños vemos las posibilidades del mundo con las gafas de la extensión, no de la reducción. Todo suma, todo es complementario y la diversidad es un regalo.
El ejercicio del liderazgo exige dar ejemplo y recordar la influencia que nuestros comportamientos ejercen sobre los demás para bien o para mal. Por eso es crucial demostrar que lo que se cree se vive de verdad. Y para llevar a cabo la apasionante tarea de la dirección y el liderazgo, para permitir que todas las experiencias y vivencias configuren un caleidoscopio de alternativas enriquecedoras, reivindicamos la educación en valores y el desarrollo de las habilidades sociales del individuo desde su más tierna infancia.
Un inmenso bosque de ideas
-«Pintad el círculo sin saliros de su silueta» -dijo la maestra en clase.
Los niños comenzaron su actividad concentrando más su atención en no rebasar los límites de la figura que en la acción de colorear. Ante la pregunta de la profesora de qué veían al acabar su tarea, todos contestaron que un círculo. Lo único que variaba era el color que cada uno había escogido.
En esa misma clase días más tarde la maestra repartió de nuevo un círculo entre sus pequeños alumnos, pero esta vez les dijo que lo pintaran como quisieran, que podían salirse, que no importaba y que no iba a pasar nada. No habría reprimendas ni miradas que transmitieran desaprobación.
Los resultados de las pinturas de los niños fueron muy diferentes a los clones que surgieron la primera vez. Ahora, dejándose llevar por la libertad que da el no estar comprimido, ni encorsetado, ni sujeto a normas que más que guiar, oprimen, los niños se centraron en la, ahora divertida, tarea de pintar.
-«¿Qué veis?» -preguntó la profesora.
-«Yo un sol» -contestó Cristina.
-«Pues yo un vaso de agua que se desborda. Sí, mira, se está saliendo» -se oyó a Carlos.
-«Pues lo mío es un huevo frito» -dijo Ana ante las risas de sus compañeros.
Vaya diferencia de resultado, ¿verdad? ¿Qué ha pasado? Que la realidad en el primer caso está prefijada y en el segundo no, lo que permite la creación de cosas diferentes a partir de un mismo punto de partida: el círculo.
La ausencia de estrictas reglas, y la desaparición del miedo a salirse del área, ha permitido a cada niño generar algo diferente y verlo bajo su propio prisma y perspectiva, lo que ha dado como resultado una variedad de opciones; mientras que en el primer caso los efectos del ejercicio se mueven en la misma línea de alternativas.
La base del pensamiento creativo es el proceso de búsqueda, separación y conexión de ideas desde muchas categorías, dándole unos días libres al juicio, es decir, apartándolo por unos instantes, para volver a rescatarlo y aplicarlo a lo que hemos obtenido.
Esa capacidad, que todos tenemos, se puede ir ensombreciendo a medida que las normas nos aplastan. Evidentemente el mundo se debe regir por unos parámetros que eviten el caos y hay parcelas en las que la ausencia de ellas no haría más que complicar las cosas, por ejemplo en lo que al tráfico se refiere. Sin embargo, en la empresa, a veces, se está más pendiente de los mandatos que de la tarea en sí, lo que le corta las alas al talento.
Todos tenemos una gran saco de ideas en nuestra mente, que se va llenando con nuevas propuestas, lo que sucede es que si los árboles que pueblan el territorio de las ideas son muy espesos nos impiden ver esos enfoques creativos. Por eso, el trabajo desde la base de la infancia es fundamental para el futuro desarrollo del individuo.
Bucea por la imaginación
La educación en valores y el desarrollo de las habilidades sociales a través de recursos pedagógicos tales como cuentos, fábulas o juegos que encierren un mensaje abren la mente y preparan para una opción vital más creativa y valiente. Se trata de fortalecer al individuo, aumentar su autoconocimiento, ayudarle en la regulación inteligente de sus emociones y elevar su conciencia sobre la importancia de trazar una estrategia apropiada a cada situación que se presenta en la vida en cualquiera de sus facetas.
Por un lado, hay que fomentar el crecimiento intelectual del niño, dejando que asome en cada uno la inquietud por conocer y comprender. No olvidemos que en estos primeros años de vida se anda buscando el porqué de las cosas, una sana costumbre que no debemos perder. Cuestionarse la razón de las iniciativas que se emprenden permite analizar su sentido de una forma más lógica, nos acostumbra a decidir desde el criterio y nos salva de convertirnos en autómatas.
Por el otro, hay que favorecer el crecimiento social, que sólo puede encontrar su verdadera dimensión mediante un ambiente interactivo y un entorno abierto a la integración. Este crecimiento social o grupal es el eslabón esencial sobre el que se asienta la evolución empresarial y es la base desde la que parte el liderazgo.
Hay tres ángulos fundamentales de trabajo en edades tempranas que se pueden compaginar perfectamente con la línea académica: el sentido común, la educación y el respeto por los demás. Si estos pilares se forjan desde pequeños, el futuro adulto tiene mayores posibilidades de convertirse en una persona más analítica, resolutiva y centrada en conseguir un interés común y un punto de entendimiento con los demás. Es decir, tiene más opciones de estar enfocado hacia las habilidades de liderazgo social que son las armas de la empresa actual.
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