Con días de diferencia se han muerto dos entrañables laboralistas. Dos “Pepes” de tronío. Don José Serrano Carjaval y Don José Jiménez de Parga. Buenos amigos. Buena gente.
Eran de esos “de toda la vida” de las viejas Magistraturas de Trabajo, de los que iniciaron (con otros ilustres abogados que también nos han dejado) la historia del Derecho Social español. Y lo hicieron con alegría, con una gracia (ambos eran andaluces de verdad) y un señorío que hoy falta, y se añora.
Pepe Serrano era taurino, lo demás le venía chico. A él le gustaba el mundo del toro y sabía de eso más que nadie. Presumía de toros hasta en la Universidad donde llevó su amor por la Fiesta Nacional a los serios y estirados profesores. Maestro de maestros, daba gusto encontrárselo en Hevia, donde te dedicaba un abrazo entusiasta y un buen rato de animada charla taurina. Pero un día perdió lo que más quería, a su mujer; y, pese al ánimo de sus seis hijos y sus amigos, ya ni la Fiesta le importaba. Quería mantener una sonrisa y su plante como si del personaje de “Juncal” se tratara, pero estaba herido de muerte. La última vez que le ví, allá por el verano, se quejaba de que le habían estropeado su calle Serrano con tantas obras y así no podía pasear tranquilo. Le comenté que su amiga Marta, mi hija, se casaba y me dijo una frase de aquellas suyas: “Vaya abuelo, vaya padre y, sobre todo, que joya de hija. Y yo he tenido la suerte de ser amigo de los tres”. De verdad que si Pepe, se te quería, se te admiraba casi como tu a Pepe Luis Vázquez y a Antonio Bienvenida (“eso no es un torero niño, es un señor de la Fiesta…”) y te vamos a echar mucho, mucho, de menos. Cuando te encuentres “…al abuelo” seguro que te va a decir que la suerte fue nuestra: tenerte como amigo ha sido un privilegio, Maestro.
Pepe Jimenez de Parga era cercano y agradable. Siempre excesivamente gordo y lleno de papeles que le desbordaban, te contaba por los pasillos de los juzgados mil y una anécdotas. Curiosamente te pedía consejo y escuchabas a los jovenzuelos imberbes como si acabara de empezar en esto. Llevaba con toda tranquilidad el “Ilustre Apellido” y le parecían anecdóticos los éxitos de sus hermanos. Él era un humilde laboralista, un “currito de la toga” de mil pleitos diarios y salir a las tantas de los juzgados. Él más que nadie, porque siempre llevaba “colectivos” de cientos de trabajadores pleiteando contra la RENFE. Y se empeñaba en contarte esos pleitos desde el principio. Lo cual, en mi caso, continuaba en su barrio, las cercanías de mi despacho, donde me lo encontraba paseando del brazo de su mujer. “Ya ves niño, me ha dado un achuchón al corazón y me he retirado. No más pleitos que aquello es muy duro…” Y lo decía con esos ojos de estar pensando todo lo contrario. De notar el “mono” de ese veneno que son los juzgados de lo social. Decir que era una buena persona es quedarse corto. Jiménez de Parga era una humanidad al servicio del derecho laboral. A él también le vi, esta vez solo, hace unos meses y me dijo: “Como os hecho de menos. Cuéntame algo de los juzgados, por favor”. Pues Pepe, los juzgados como siempre, pero ahora tristes, muy tristes. Os vais los mejores.
Este ingrato trabajo nuestro será más difícil de llevar si los que sonreíais siempre, los que no perdíais el ánimo y los que disfrutabais como enanos con esto de ser laboralistas, os vais yendo. La sonrisa de lo laboral se pierde pero, sobre todo, dos buenas gentes se van. Descansar en paz y gracias por todo.
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