No cabe duda de que vivimos en tiempos complejos donde el cambio es parte esencial de nuestras vidas profesionales. A estas alturas, mucho se ha escrito sobre la omnipresente crisis y sobre si ésta supone una oportunidad o una amenaza. Personalmente, desde mi posición de Director del Club de Directivos de Recursos Humanos, el momento actual me posibilita la observación del trabajo de un gran número de profesionales del ámbito del capital humano. Desde esta situación que me mantiene en contacto con los cerca de cien directivos inscritos- todos ellos ocupando puestos de alta dirección en empresas con facturación superior a cien millones de euros anuales – puedo observar qué hacen los departamentos de recursos humanos de las principales empresas de nuestro país.
Como casi todo en la vida, en lo referente a los departamentos de recursos humanos, la conclusión es mucho más sencilla de lo que puede parecer. Sólo existen dos grandes grupos de empresas: las que lo hacen bien y las que lo hacen mal. Aunque poco aportaríamos a nuestro lector si nos quedamos sólo en este análisis, que aunque muy exacto, es ciertamente poco profundo.
Nadie ha dicho que dirigir una empresa sea tarea fácil. La responsabilidad de todo piloto es la de arribar a buen puerto a su tripulación y pasajeros, de la misma manera que la del empresario es conducir a todos sus empleados hacia el éxito profesional y personal. Con toda la dificultad que pilotar un avión entraña, hay momentos en los que el capitán pone el piloto automático. Si el empresario siguiera el ejemplo, tendría el caos garantizado. Ningún directivo se puede permitir el lujo de poner el piloto automático y mucho menos en los tiempos que corren; donde lo que se hizo ayer, valía para ayer, pero puede que no valga para hoy.
Hace dos días, sin ir más lejos, me reuní para desayunar con un antiguo compañero de facultad; un directivo íntegro que llevaba cuatro años trabajando para una multinacional. En el transcurso del café me dijo que se iba de la compañía, no se iba a otra empresa ni tenía planes concretos de futuro, se iba ‘con una mano delante y otra detrás’ porque no soportaba más las incoherencias de la dirección. Es muy triste cuando la dirección tiene que prescindir de sus colaboradores porque se hace estrictamente necesaria una reestructuración de plantilla, pero cuando los pierde por su propia incompetencia, es devastador.
He aquí como en medio de una crisis surgen oportunidades: por un lado, para la dirección se abre una ventana hacia la reflexión y el cambio. Mucho se ha dicho sobre formas alternativas de actuación para tratar de evitar un despido, pero ¿qué hacer ante un aplastante abandono? En circunstancias normales de mercado es una señal de que ‘algo va mal’, pero cuando un empleado comprometido que adora su trabajo se ve forzado en plena crisis a abandonar sin más, le está haciendo el favor a la dirección de enviarles una señal de alarma intensa, -“Defcon 1” como se diría en la famosa película Juegos de Guerra-, gracias a la cual tendrá la oportunidad de reaccionar y corregir sus desviaciones. Estará en la mano de la dirección aprovechar esta oportunidad para mirase a sí misma y corregir conductas, actitudes y estrategias o morir lentamente, como será su cierto destino, en el caso de que no la aproveche.
Por otro lado la oportunidad para este directivo en cuestión, cuya profunda desmotivación le ha llevado a renunciar a su trabajo, se presenta más clara aunque a priori pueda parecer más cruda. Cuando alguien se plantea seriamente abandonar su trabajo es una idea que produce vértigo, sin embargo si la decisión es fruto de una reflexión personal firme y meditada, el universo de posibilidades que se le abre ante sí es ilimitado. Una persona que tiene el coraje de abandonar su trabajo, pase lo que pase, en busca de algo distinto que le devuelva su plenitud y entusiasmo es alguien que está demostrando su aplomo y seguridad en sí mismo. Es alguien que demuestra tener férreos valores y que está dispuesto a perder su estatus socio-laboral consciente de que su persona y su buen hacer, están por encima de ficticios estatus sociales, y antepone su felicidad y estabilidad personal a convencionalismos o intereses artificiales.
Un buen director de recursos humanos que apuesta por su empresa y por el desarrollo profesional y personal de cada uno de sus integrantes, no pasará por alto ninguna de estas consideraciones, por lo que allá donde nuestro directivo vaya a solicitar empleo, no irá sólo ‘con una mano delante y otra detrás’, aparte de su C.V. profesional, llevará consigo un mensaje implícito de coraje y ética que toda empresa provista de sólidos valores sabrá apreciar.
La misión, la visión, la filosofía de la empresa es algo que se transmite de manera directa e inmediata desde arriba hacia abajo, y tan importante o más de manera horizontal. Cuando tenemos una dirección general preocupada por sus trabajadores de manera sincera, la dirección de recursos humanos también lo estará. Aparte del efecto contagio, el director general de una empresa procurará rodearse de personas que compartan su misma óptica y se contagien de ella. Por ello, en las empresas que están superando la crisis, encontramos al director de recursos humanos alineado perfectamente con la cúpula empresarial. Se preocupan por sus empleados, independientemente de que la situación actual haya obligado a efectuar recortes de plantilla. Se preocupan por los trabajadores que salen de la empresa y se preocupan por los que se quedan.
Si la empresa a las que nuestro directivo aspira no resuelve considerarle entre sus posibles candidatos, será debido, muy probablemente, a que no será una empresa merecedora de contar entre sus filas a tan valioso profesional.
En definitiva sólo me he encontrado con dos tipos de empresas: las que se mantienen alineadas con la dirección general, abogan por la retención del talento, fomentan la comunicación interna y la formación, implican a sus directivos en la empresa e impulsan la responsabilidad social corporativa, (entre muchos de los aspectos que toda empresa que aspire a la excelencia debe observar), y las que suelen estar muy flojas en cada uno de estos aspectos.
Quizá todo se deba, tal y como nos dice Rhonda Byrne en su libro “The Secret” – libro que no aporta nada que no estuviese dicho varios siglos antes de Cristo, pero curioso de leer- a la Ley de la Atracción.
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