Vivimos en la era del conocimiento y el aprendizaje permanente pero tal vez, en ocasiones y en nuestro desempeño profesional, hemos de inhibir, desvirtuar o sacrificar el conocimiento adquirido, ante puntos de vista o metas que se nos despliegan desde posiciones de poder. Es una frustración de la que no suele hablarse, pero que quizá merece ser considerada: uno debe aprender continuamente (lifelong & lifewide learning), pero no siempre puede aplicar en su trabajo lo aprendido.
En la economía del saber y el innovar se proclama el conocimiento como valor en alza y asimismo la creatividad, la calidad…; pero, como algunos expertos señalan en sus libros y nosotros comprobamos a veces, en muchas decisiones se impone el poder sobre el saber, y no todas se explican por una diferencia en las metas perseguidas, las urgencias o prioridades del momento, o los riesgos asumidos. Dicho de otro modo, tal vez desde el poder se cometen algunos errores por falta de conocimientos, porque cuesta aceptar que un subordinado (habitual u ocasional) tenga una idea mejor, o sepa más que nosotros. ¿Ocurre, o no ocurre, esto a veces?
En principio, debería primar la profesionalidad, la satisfacción del cliente, la prosperidad de la empresa…, pero también existe el ego, y a veces con notoria presencia. Todos tenemos ego pero, en general, los ejecutivos y directivos obvia y sensiblemente más. Nadie pide a un directivo que lo sepa todo, y por eso los profesionales técnicos ponen a su disposición el conocimiento que portan; pero hay directivos que no parecen aceptar que un subordinado sepa más de algo, o tenga mejores ideas. Ya nos lo decía Warren Bennis: “no conozco un alto directivo que, en el fondo de su corazón, no esté convencido de que su propia cabeza es mejor que todas las demás, a su alrededor”.
Pasaron unos 20 siglos, unas 100.000 semanas, unos 16 millones de horas, desde que el primer ser humano barruntó que la Tierra giraba alrededor del Sol, hasta que se admitió que así era; pero es que la propuesta no se sometía a estudio serio: parecía interpretarse como un atentado al establishment, por mucho que se fundamentara. Hoy las cosas han cambiado, pero se sigue abusando del poder en todos los ámbitos; sin embargo y por ejemplo, la tan postulada innovación pasa, en las empresas, por cuestionar lo establecido y proponer algo mejor. ¿Puede hacerlo el subordinado, o ha de esperar a que se le ocurra la idea al superior jerárquico? Depende…
Cada empresa es soberana a la hora de centralizar o distribuir el poder para la toma de decisiones, o a la hora de gestionar su capital humano, pero en efecto el jefe no sabe siempre más por el hecho de serlo, como tampoco el cliente tiene siempre razón por el hecho de pagar. Podemos manejarnos con la convención de que la corriente circula desde el polo positivo al negativo, y también con la convención de que el cliente tiene razón, como el jefe, o como el Papa, por el mero hecho de serlo; pero quizá deberíamos prevenir y evitar mejor los desaciertos, en beneficio de todos. Quizá deberíamos aprovechar mejor los conocimientos disponibles.
Afortunadamente, se admite ya que el árbitro se equivoca a veces en los partidos de fútbol, aunque no haya nada que hacer al respecto; no puede negarse, porque lo ve mucha gente. En las empresas no suele haber tantos espectadores ante cada decisión tomada, y se toman quizá algunas sin demasiados reparos; diríase, con alguna ironía, que es mejor equivocarse que consultar a un subordinado. Obviamente, hay empresas en que sí se reconoce y aprovecha el capital humano, e incluso, aunque no lo contemple el “sistema”, puede haber algún directivo que sí lo haga, cultive un microclima idóneo, y todos se beneficien de ello en el entorno.
A trabajadores y aprendedores siempre queda algo por aprender y conocer; no cabe duda y no debe olvidarse: nos pueden faltar datos y experiencia, y quizá más cosas. Pero a los empresarios y ejecutivos también les quedan cosas por aprender, aunque nadie se lo diga, quizá porque al decirlo se corra en ocasiones un riesgo severo. Obviamente, cada empleado se debe a su empresa, y el empresario tiene derecho a equivocarse, quizá dejándose llevar por una falsa intuición. Ya pagarán el pato, en su caso y sobre todo, los chivos expiatorios; pero el empresario o los ejecutivos aciertan unas veces y se equivocan otras: no será estético, pero parece cierto y aun lógico, natural… En los fracasos la “culpa” parece siempre del mercado, pero los ejecutivos, como todos, se equivocan a veces por falta de datos, confusión de metas, conflicto de intereses, etc.
Personalmente y tras larga trayectoria en gran empresa, entiendo que debo acatar órdenes aunque no esté de acuerdo; pero no me he sentido nunca íntimamente responsable, salvo que haya “compartido” la decisión, encontrándola acorde con mi criterio inicial o final. Hay veces en que puedo (sin gran riesgo) negarme a algo con lo que no me siento de acuerdo y, en general, lo hago. Por ejemplo, en enero pasado me pidieron un artículo sobre la intuición del empresario, para un portal de Internet que iba a inaugurarse en un país latinoamericano: no me iban a pagar nada, pero deseaba contribuir a la iniciativa. Cuando descubrí que debía escribir lo que ellos querían, me retiré: no deseaba inhibir mis propios conocimientos.
Hace poco, me llamaron también para escribir un capítulo sobre creatividad en un libro de varios autores. Cuando llegué a la reunión, ya me habían preparado un dossier con lo que tenía que estudiarme para escribir el capítulo: también me retiré. Pensé, equivocado o no, que no necesitaban autores portadores del conocimiento, sino amanuenses para dar forma al contenido preestablecido. Tampoco deseaba yo esta vez inhibir mis propios conocimientos. Pero, ¿qué pasa dentro de las empresas, en el trabajo que realizamos todos cada día? ¿Podemos negarnos a trabajar contra nuestros conocimientos adquiridos, contra nuestros valores legítimos, contra nuestra conciencia moral? ¿Cabe la objeción de conciencia profesional? Creo que, en general, no “cabe”; es decir, que no se le ha previsto sitio.
Unas empresas contratan la inteligencia de sus trabajadores, otras contratan su obediencia, y finalmente otras parecen fundir el concepto de recursos humanos con el de capital humano, y no se plantean siquiera lo de la inteligencia y la obediencia. Enfoquemos aquí las empresas, por pocas que sean (quizá no tan pocas), que valoran la sumisión y ven una amenaza en quienes despliegan propuestas o iniciativas: a mí me parece, por lo menos, una pena, un desperdicio, una especie de suicidio. No pretendo llevar razón, pero sí decir lo que pienso.
Resulta frustrante estar aprendiendo continuamente, y no obstante limitar la aplicación de lo aprendido al ámbito de libertad del puesto de trabajo ocupado, que podría ser muy reducido. Bien, pues… “guárdese cada uno su frustración y celebre que tiene, mientras dure, un puesto de trabajo”: esto podrá pensarse quizá. Pero entonces… ¿qué significa “economía del conocimiento y la innovación”? ¿No pasa la prosperidad empresarial y la economía nacional, por el mejor aprovechamiento del capital humano disponible, tras la productividad y la competitividad?
Recuerden que pueden asentir y disentir aquí mismo con sus oportunos comentarios, y que sospechoso sería que estuviéramos todos de acuerdo. Simple y brevemente, quería advertir sobre posibles dificultades a la hora de aplicar lo que, con mayor o menor esfuerzo, aprendemos mediante la tan postulada formación continua a lo largo y ancho de nuestra vida. Se nos predica el aprendizaje permanente, lo practicamos en buena medida aunque siempre mejorable, pero quizá falta algo de cauce, en algunas empresas, para el conocimiento adquirido. Este conocimiento actualizado es preciso cada día no sólo para hacer nuestro trabajo mejor, sino para construir nuevo conocimiento basado en aquél (para descubrir, para innovar).
3 comentarios en «Inhibir conocimientos»
coincido plenamente con el artículo.
Centrándonos en la innovación pienso que debe contemplarse, ante todo, como un hecho cultural de las organizaciones, y dejar en un segundo plano aspectos a los cuales se les da más relevancia: procesos, renovación,..
Al ser la innovación un hecho cultural, es también un esfuerzo de todos. Y las ideas de todos son importantes y han de tenerse en cuenta. Es necesario implementar el entorno que la favorezca: comunicación, tolerancia al error, resiliencia (ó entereza), apertura,…
Se habla mucho de innovación pero…¿se lo toman en serio las organizaciones? ¿hay una verdadera reflexión? ¿para qué se quiere innovar?…
Muy interesante, esa es la dirección a seguir, aunque va varios pasos por delante de la realidad actual. Un artículo para reflexionar. Gracias, José.
Sensacional reflexión! Una vez más, en este medio disfrutamos de artículos de calidad y gran aporte enriquecedor.
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