Eso dicen las leyes. En teoría, todos somos iguales en derechos y obligaciones. Pero basta echar un vistazo alrededor para darse cuenta de que, en realidad, somos bastante diferentes. No sólo en altura, peso, edad, inclinación política o color de piel. Hay quien disfruta de la música clásica y quien prefiere el rock, quienes frecuentan el gimnasio a diario y quienes lo detestan. Hay vegetarianos a ultranza y los que consideran la carne el mejor manjar posible, quienes viven enganchados a Internet y quienes no lo conocen, quienes agradecen artículos breves, quienes aprenden todos los días y quienes hace tiempo dejaron de aprender…
Tengo la impresión -los sociólogos han dedicado mucho esfuerzo a estas labores- de que una característica de nuestro tiempo es precisamente la necesidad de ser distinto, de construirse una identidad propia, de no ser uno más entre el montón. Esa necesidad de destacar es evidente en las grandes ciudades, donde resulta llamativa la obsesión de sus habitantes por que el resto sepa que existen y son valiosos. En las capitales todo el mundo habla mucho y escucha poco. Por si fuera poco, la previsibilidad del mundo se ha desmoronado: Hasta la generación de nuestros padres era normal nacer, vivir y morir en una misma casa, tener un trabajo que durase toda la vida, que la relación de pareja -esposo o esposa- fuese para siempre (hasta que la muerte nos separe) y, por supuesto, nacer hombre y morir hombre -ahora podemos incluso cambiarnos de sexo-. Hoy las familias se han desestructurado, ambos padres trabajan demasiado y tienen escaso tiempo para dedicar a los hijos…
Parece que, en realidad, las cosas han cambiado radicalmente. ¿Y qué ha hecho la Educación ante esta situación? Simplemente actúa como si nada hubiese sucedido. Y lo peor de todo es que sigue convencida de que todos somos iguales. Que a todos nos interesa lo mismo, necesitamos lo mismo, nos preocupa lo mismo y, en definitiva, haremos lo mismo a lo largo de nuestra vida. ¿Por qué todos debemos aprender exactamente el mismo plan de estudios, idénticas asignaturas, cuando no sólo somos diferentes sino que los caminos que tomaremos en la vida serán únicos, irrepetibles e intransferibles?
En nuestro ADN está grabada a fuego la idea de que alguien ya decidió por nosotros lo que significa aprender y, sobre todo, qué es lo que necesitas aprender durante al menos 17 años (si vas a la Universidad), cuándo necesitas aprenderlo, cómo debes aprenderlo y cuál es la forma de demostrar que lo has aprendido. Hay todo un proceso que está decidido de antemano. Aburrido, ¿Verdad? ¿Representa el tipo de mundo en el que vivimos? ¿Es congruente con las necesidades que demandan los ciudadanos del SXXI? Es un sistema que resulta muy fácil de administrar, ya que trata a todo el mundo por igual, es previsible y funciona como una fábrica: Permite anticipar que hoy martes, de 9h a 10h, toca matemáticas y, en concreto, logaritmos (te interese o no te interese).
Pero ese mundo ya no existe, lo que la gente espera -sobre todo los jóvenes- son oportunidades donde poder elegir y decidir, porque así funciona el resto de ámbitos de su vida. Resulta muy complicado llegar a un lugar en donde uno no tiene esa posibilidad de decidir. El colegio no está diseñado teniendo en cuenta a sus clientes -los niños- sino para satisfacer a los padres.
La pregunta, entonces, a la hora de educar, es ¿Hacemos lo que resulta más fácil o hacemos lo mejor?
Si nos vamos por el camino más difícil, la siguiente pregunta es todavía más complicada: ¿Cuál es la mejor manera de Aprender?
Pensemos en qué haces cuando quieres que alguien, por ejemplo tu hijo, aprenda algo de verdad… Le enseñas tú y, si no sabes, le pones un profesor particular. El 1 a 1 es, sin duda, la mejor opción. El 1 a 30, aunque masifica la Educación, perjudica seriamente la calidad. Alejandro Magno lo sabía perfectamente, y tenía a su disposición un tutor privilegiado como Aristóteles.
Sucede que, si no entiendes como aprenden las personas, nunca sabrás cómo enseñar, y la mayoría de personas involucradas en procesos de aprendizaje lo desconoce. Cuando hago un taller suelo pedir a alguno de los participantes que me enseñe algo que domine, y mayoritariamente empiezan a darme una lección magistral, igual que hace todo profesor ante sus alumnos. "Dime cómo enseñas y te diré cómo crees que aprende la gente". Estudiar no equivale a aprender; escuchar o leer no significa aprender. Aunque cada persona sea distinta y, por tanto, podamos hablar de que existen distintos estilos -hay quien primero prefiere documentarse, hay quien prefiere probar, hay quien prefiere ver cómo lo hace otro, hay quien prefiere que le acompañen paso a paso durante el proceso-, todos aprendemos de la misma forma: HACIENDO. El conocimiento es el resultado de la práctica, llega después de HACER, no antes.
Cada vez que se acerca un periodo de elecciones, todo el mundo parece preocuparse súbitamente por la educación. Sucede en EEUU y en las últimas semanas en Chile donde se está discutiendo una propuesta que persigue entre otras cosas, rediseñar el estatuto docente y mejorar el desempeño de los profesores. Para mi asombro, la opinión pública está convencida de que enseñamos lo que debemos y sólo debemos enseñarlo mejor.
Nadie puede negar que los profesores son un actor relevante del sistema educativo y que, cuanto mejor sea su nivel, mayores serán las posibilidades de mejorar la educación. Sin embargo, es mucho lo que podríamos discutir sobre qué significa ser un buen profesor, ¿el que logra que sus alumnos aprendan el absurdo plan de estudios actual y obtengan buenas notas?
Hoy la educación es una competición donde lo único que cuenta es ganar, y por eso se reduce a aprender a aprobar exámenes. Y el mayor miedo de los padres es que sus hijos pierdan en esa competición. Es demasiado simple echarle la culpa a los profesores, ya que ellos no son ni el problema ni la solución. Aunque no nos guste escucharlo, los profesores no son tan importantes como todo el mundo parece creer. Arreglar el estatuto docente es condición necesaria (sin duda) pero no suficiente. Tener a los mejores profesores del mundo no es garantía de nada mientras no se derriben los 2 principales obstáculos que tienen a la educación postrada de rodillas y dando sistemáticamente la espalda a la realidad:
1. Qué enseñamos. Los profesores -y sus alumnos- están prisioneros y condicionados por el plan de estudios dentro del que deben enseñar. Un plan de estudios jurásico y retrogrado que nadie tiene el valor de tirar a la basura y darle gracias por los servicios prestados. No puede haber un sólo plan de estudios. ¿Cuántos de nosotros podríamos aprobar hoy el examen de acceso a la Universidad?
2. Cómo enseñamos. En consonancia con lo que ocurre con el plan de estudios, los métodos de enseñanza que emplean actualmente los colegios y universidades no son los más efectivos para que nuestros hijos aprendan lo necesario para vivir exitosamente sus vidas. Que el profesor recite lecciones y los alumnos escuchen y hagan test es la antítesis de aprender HACIENDO. El cerebro humano no está diseñado para escuchar a un profesor durante una hora. No absorbe la información de esa manera. Los adultos hemos olvidado casi el 100% de lo que escuchamos o leímos mientras estábamos en el colegio. Y esto es importante porque aprender es recordar; si hoy no recuerdas como hacer una Integral, entonces no lo aprendiste. Tampoco ayuda el hecho de que el profesor sea una figura autoritaria y temida a quien agradar en lugar de un tutor que te acompaña y ayuda a aprender. Y mientras los alumnos no tengan posibilidad de escoger en función de sus intereses, curiosidades y necesidades va a resultar muy difícil convencerles de que el colegio es un lugar interesante, y aprender no sólo es importante sino incluso divertido.
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