En una jornada de debate entre responsables de Recursos Humanos organizada recientemente por AED se admitía de manera abierta la incertidumbre que, a día de hoy, planea sobre la definición de las políticas retributivas para el próximo ejercicio. Y esta confesión no es de extrañar con el augurio de una inflación del 4,8 por ciento para 2009 –si no superior- y de una evolución de la económica internacional difícil de prever.
Que los costes laborales, por mor de las subidas salariales pactadas en convenio, no van a contenerse es algo de lo que no duda nadie. Las cláusulas de revisión salarial de los acuerdos colectivos con vigencia a tres años pesan ahora como una losa y no parece que, en este sentido, los sindicatos vayan a sacrificarlas en beneficio de soluciones que salvaguarden empleos. Los EREs ya son, a fecha de hoy, la medida de urgencia adoptada tanto por las empresas que están en apuros por otras que, aprovechando la coyuntura, sólo pretenden aligerar estructuras y costes.
Así pues, con las cartas están echadas en lo que respecta a la retribución del personal de convenio, el margen de maniobra se centra en el personal excluido, si bien es cierto que cualquier movimiento tendrá como referencia obligada lo pactado con los sindicatos para el primero. Dicen que, ahora más que nunca, es necesario adaptar la retribución a las necesidades del negocio pues sólo así pueden corregirse nuestros seculares problemas de productividad. Y es verdad que estamos ante un momento más que adecuado para contribuir a rehacer los sistemas de reconocimiento y, por qué no, la manera de entender las relaciones entre trabajador y empresa. Habrá que premiar el desempeño superior con iniciativas globales de desarrollo, empleabilidad y remuneración, siempre desde el pleno conocimiento de las reglas del juego, la transparencia de la comunicación y la ética de la filosofía subyacente a todo ello.
Si en épocas de bonanza se comparte la riqueza, ¿por qué no compartir el riesgo en situaciones difíciles? Como alguien reconoció en las jornadas mencionadas, esto es algo a lo que muchos directivos –altos directivos- no están acostumbrados, y a lo que, sin embargo, van a tener que hacerse. Hay que escribir un nuevo orden, y hemos de hacerlo entre todos. En buena medida la crisis actual es una crisis de valores, trabajada con ahínco por quienes han querido ganar más y más rápido, por aquéllos a los que los métodos no entendían de ética y por quienes se parapetaban en los accionistas para saciar intereses, por supuesto, personales. La avaricia rompe el saco y así ha pasado con las remuneraciones desorbitadas y los blindajes millonarios. Quien más tiene, más quiere, hasta que agota unos recursos que siempre son limitados.
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