Castellanos y Rodríguez, en su reciente libro ‘Desde la otra orilla: El director de autores’, plantean que el estilo de dirección mas frecuente en las empresas a nivel mundial es el de la dirección de control o, como ellos dicen, el del ejecutivo ‘soberano’. El soberano considera a sus empleados como objetos, sobre todo, a controlar, pues poco bueno puede esperarse de ellos a no ser por temor al castigo.
Sin embargo, y frente a lo que podría parecer, la receta que ellos aplican a sus subordinados no sirve para esos ejecutivos; el soberano controla a otros pero no puede ser controlado por nadie, ni falta que hace, pues su valía le sitúa por encima del resto de los mortales.
El soberano, además, es experto en ingeniería financiera; vamos, que es un tiburón para las finanzas. El crecimiento lo entienden, principalmente, mediante la compra de otras empresas, y cuanto mayor poder detentan, mayores son los riesgos que asumen para conseguir pingües beneficios.
Los soberanos, pese a cantar las excelencias de la competencia, en realidad la detestan, se inclinan por prácticas monopolistas o forman parte de cárteles que les ayudan a controlar el mercado.
Los autores del libro denuncian los abusos de estos dirigentes empresariales cuyo exceso de poder genera en sus colaboradores, por el contrario, falta de motivación y de compromiso, exceso de poder que ha contribuido a grandes fiascos empresariales cuyos nombres mas conocidos son Worldcom o Enron, en la todavía reciente crisis de la burbuja de las empresas punto.com. Esta crisis se saldó con algunos ejecutivos soberanos en la cárcel, y con medidas que en apariencia iban a ser mucho mas efectivas por parte de la SEC, el órgano regulador bursátil norteamericano.
Sin embargo, las medidas han quedado en agua de borrajas cuando llevamos mas de un año inmersos en una nueva crisis financiera, para algunos analistas, semejante al crack de final de la década de los veinte del siglo pasado, con el escándalo del estado liberal estadounidense ‘nacionalizando’ parte del sistema financiero, entre otras las dos entidades hipotecarias mayores de EE.UU. y la primera aseguradora mundial.
Otra vez unos ‘soberanos’ con su agudo olfato financiero nos colaron las hipotecas subprime y las empaquetaron bajo productos en atractivos envoltorios de celofán con su lazo correspondiente, infectando las economías de medio mundo, aunque todavía se desconoce la extensión y la profundidad del engaño, poniendo en peligro el sistema financiero mundial.
Además, esos ejecutivos estarán encantados de que las autoridades financieras norteamericanas hayan salido a nacionalizar una parte importante de las pérdidas, aunque no lo hayan hecho con los miles de trabajadores que quedan en paro o con la merma de los ahorros de millones de personas en todo el mundo. El consuelo, nos dirá la administración norteamericana, es que sin esas intervenciones los consecuencias habrían sido funestas.
¿Sacaremos alguna conclusión y las medidas prácticas subsiguientes para cambiar esta situación, o dentro de unos años otra burbuja conducirá a nuevos descalabros? ¿Hasta cuándo hay que esperar para regular y conseguir un mercado mas transparente? ¿Cuándo disminuirán los poderes omnímodos de los ‘soberanos’ en las empresas, aumentando la democracia interna y dotando de poder a instancias de control reales que supervisen las actuaciones de esos ejecutivos?
Las mejoras que se hagan en esta línea no sólo ayudarán a poner coto a desmanes como los que estamos viendo, sino que permitirán que aflore el talento y el compromiso de sus empleados para con unos resultados que favorezcan no sólo a unos pocos, sino a todos las partes implicadas en la producción de bienes y servicios y que sean socialmente responsables con su entorno.
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