26 de noviembre de 2024
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Conferencias, saludables conferencias

Conferencias, saludables conferencias

Se diría que a muchos profesionales y directivos nos falta tiempo para la reflexión, y no parece mala idea concluir, de vez en cuando, la jornada asistiendo a una interesante conferencia que venga a nutrir el pensamiento, sentados entre la audiencia y descansando de la tensión acumulada a lo largo del día. Una de las más importantes agencias de conferenciantes de nuestro país explicita estar en el negocio del “entretenimiento oral de públicos selectos”, y en verdad hay speakers que nos hacen pasar una hora entretenida, a veces con sonrisas incluidas, como en el caso que les comentaré.

Sin duda, escuchando a un buen orador podemos pasar un buen rato, e incluso hacer aprehendizajes aplicables en nuestras organizaciones. La primera cuestión que se me viene a la cabeza es que todos tenemos mucho que aprender, y que ésta parece una fórmula amable. La segunda, es que habríamos de distinguir la intención del orador: enseñar, entretener, lucirse, exponer su vivencia, vendernos algo…; o sea, elegir bien entre las alternativas. La tercera es admitir que unas veces vamos a las conferencias a escuchar y reflexionar, y quizá otras a intercambiar tarjetas con colegas o posibles clientes, o tal vez por compromiso con el autor del libro, el ponente o el patrocinador. Yo me sumaría a quienes apuestan, sobre todo, por aprovechar la ocasión para reflexionar y aprender, pero obviamente todo es legítimo y vale.

Hace poco, y aunque luego resultó, al parecer, que mi nombre no estaba en la lista de asistentes esperados, me llegó por dos vías una invitación para escuchar a uno de nuestros mejores speakers, Javier Fernández Aguado, en una conferencia patrocinada por la escuela de negocios Hune y la Fundación Nexo. El tema era “la gestión de lo imperfecto” en las organizaciones, y como yo me hallara trabajando en la gestión de lo perfectible (un proyecto del Plan Avanza Formación, para la mejora y la innovación en las pymes), pensé que debía aprovechar la ocasión y acudir; además, tengo la oficina cerca del hotel Intercontinental. Me volvió, por cierto, a pasar lo de otras veces: como también hablo en público en ocasiones, fui reconocido y saludado por una persona muy amable que me había escuchado en Zaragoza este verano.

Me pareció que los -alrededor del centenar- asistentes salimos del acto satisfechos, y es que nuestro orador, en apenas una hora, había desplegado un riquísimo recorrido por Xavier Zubiri, Napoleón, Abelardo, Eloísa, Bernardo de Claraval, los templarios, Nicómaco, Aristóteles, Leonardo di Caprio, Schuster, Alejandro Magno, Abraham Maslow, Remedios Amaya, Forrest Gump, Catalina la Grande, Grigori Potemkin, Aristófanes, Walt Disney, Pluto,  Guillotin, Alfonso X el Sabio, Marcos Urarte, Isidro Fainé -de La Caixa-, Jaime -de Bankinter, Clemente V, Juan XXIII, Pablo Neruda, Felipe el Hermoso -de Francia-, los Reyes Católicos, los judíos, Hernán Cortés, etc. Un extenso recorrido salpicado de analogías, anécdotas y aun chistes, en que tocó numerosos países y ciudades, desde Lepe a Boston.

Si lo entendí bien, aprendimos que “no hay nada nuevo bajo el sol” en materia de liderazgo y gestión empresarial, a pesar de los muchos cambios de que hablamos a diario: todo está en la Historia. Entre las referencias más subrayadas, Napoleón y el Temple. Y si no ―parece decirnos Fernández Aguado―, utilicemos las analogías del modelo antropomórfico y de patologías organizativas. Yo mismo utilizaba en los años 90 la analogía, para aludir a las “enfermedades” de las organizaciones; aunque ―confieso― no pasaba de lo coloquial al hablar de abulia, anemia, anorexia… Sin duda, un tratamiento eficaz demanda un análisis detenido e individualizado.

Salí de la conferencia confortado por el recurso del orador a las analogías, porque me hallo, como les decía, analizando la eficacia de éstas y de las conexiones, en el campo de la innovación (así como la eficacia y el valor del pensamiento crítico, la intuición genuina, la serendipidad, etc.). Utilizo la analogía con reservas y prevenciones, pero sí: apuesto en la empresa más por el pensamiento analógico y conectivo individual, que por el brainstorming desplegado con frivolidad. Me veo algo storyteller cuando escribo o hablo, y ya saben ustedes cómo llegó George de Mestral al velcro, o Percy Spencer al horno de microondas, o Pasteur a sus vacunas, u Oersted -según se cuenta- a la conexión electromágnética… Sí, me “voy por las ramas”, pero no quiero “marear la perdiz”. Volvamos a la conferencia de Fernández Aguado, a quien he escuchado ya en cuatro o cinco ocasiones, y procuraré seguir haciéndolo -si aparezco en la lista de invitados-.

¿Qué hay de la gestión de lo imperfecto? No cabe cuestionar que todo es en verdad imperfecto, y que a ello hemos de acostumbrarnos al desplegar la gestión empresarial -aunque yo insistiría en hablar asimismo de lo “perfectible”, término que no se utilizó…-. No hay nada que hacer ante lo irresoluble, pero hemos de fijar prioridades ante lo que tenga solución. En este análisis, hemos de enfocar la mirada al entorno, a la estructura, a los demás, a uno mismo, a la comunicación y a los clientes. Temo que mi síntesis merezca algún reproche del orador, pero es que no se hizo propiamente una presentación del modelo, sino, sobre todo, lo que más parecía proceder: Una agradable conferencia de final de jornada de trabajo a las 7 de la tarde.

Si el lector me ha seguido hasta aquí y me lo permite, yo le animaría a asistir a conferencias, especialmente para aprender, lo que no impide ―sino quizá facilita― pasar un buen rato. Creo que al profesor Fernández Aguado se puede llegar a través de varias agencias de conferenciantes, o quizá llamando a Mind Value; pero hay asimismo otros muy buenos conferenciantes en temas de management, dentro y fuera de los autodenominados top ten, como dentro y fuera de Thinking Heads. A mí, tiempo atrás, me gustó escuchar a Luis Huete, José Antonio Marina, Fernando Trías de Bes, Eduardo Bueno o Carlos Herreros, tanto -si no más- como me gustaron Tom Peters, Stephen Covey, Ken Ohmae, Edward De Bono, Peter Senge, Maguire, Bedbury o Giuliani -éste mediante videoconferencia-; pero no den por buena mi evaluación, sino mi adhesión a las conferencias y el storytelling.

Por prolongar un poco más esta especie de crónica, debo confesar alguna reserva ―no es un rechazo: sólo una prevención― sobre el hecho de recurrir a famosos -a menudo deportistas- para hablar de gestión empresarial, apoyados en las analogías. He sido testigo satisfecho en ocasiones -también, por cierto, bajo patrocinio de Nexo-, y he escuchado con interés a ex jugadores de baloncesto; pero también he visto cómo una campeona olímpica se limitaba a relatar su experiencia, al margen del título que habían puesto esa vez a su habitual conferencia, quienes se esforzaron en enmarcarla en el escenario de la ocasión.

Es verdad que la exposición de Fernández Aguado no respondió tanto a su anunciada fórmula para la gestión empresarial -parece ofrecer varias, en realidad- como a su sobresaliente erudición, experiencia y facundia, pero no me sentí en absoluto defraudado, sino confortado por el aparente triunfo del sentido común, sin el cual resulta en verdad difícil sintonizar con la audiencia. Se trata de un speaker, como tal reconocido y premiado ―y así se nos presenta―, y no cabe suponerle portador de soluciones milagrosas para las empresas ―que de éstas, lamentablemente, no parece haber―, sino portador de buena dosis de sentido común, a menudo tan cardinal.

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