¿Lo quieres? Lo tienes

Déjenme que les relacione, de forma breve, algunos hechos aparentemente inconexos.

El primero es que soy un tipo con buena suerte, porque he sido favorecido con dos hijos estupendos: Una de dieciocho años y otro de catorce.  A quien me interesa citar  -lo siento Ignacio- es a  Cristina, la mayor, una joven estupenda cuya frase favorita es: “A ver, papá, no te preocupes… ¿lo quieres?, lo tienes”.

El segundo de los hechos es que el otro día descubrí que el eslogan comercial actual de Caja Madrid es “¿Quieres?  Puedes”.

El tercero es que hace unas semanas oí una anécdota sobre la abuela del rey,  que le había dicho a éste -hace muchos años, lo cual es curioso y habla del carácter extraordinariamente moderno de la dama- que procurara siempre reírse, porque si se reía, todo el mundo desearía reírse con él,  y si lloraba, nadie querría llorar con él.

El cuarto hecho es que nuestro presidente del Gobierno es también un hombre  risueño,  que siempre ve el lado bueno de las cosas y que, como le decía a Lara ante el micrófono indiscreto, “si infundes pesimismo, si no dices nada positivo, es peor”  -¡los dos somos paisanos, de León, que no es tierra precisamente simpática!-.

Y el quinto y último hecho es que toda esta ola protónica también está de moda en nuestras empresas y cientos de directivos se apuntan a pasar jornadas enteras con predicadores del amor, del optimismo, de la buena suerte, de las brújulas interiores, de los hábitos (mágicos)….

¿Qué tienen en común mi hija Cristina, Caja Madrid, la abuela del rey, el presidente Zapatero y cientos de directivos de empresa?

Pues que todos son personas -físicas o jurídicas- “cool”, y lo “cool”, ahora lo que manda en la pasarela actual, es ser positivo y generar buen rollo alrededor.   Ahora, los modernos -de cualquier edad- y la generación que viene quieren ser felices y hacer felices a los demás, a todos los demás, aunque no quieran. Eso sí, invirtiendo el esfuerzo justo, no más.

Evidente, todos queremos la felicidad, pero no siempre la encontramos. De hecho casi nunca la encontramos, porque, como la vida de Kundera, la felicidad está en otra parte, está siempre en otra parte distinta a la parte en la que estamos nosotros. También nos lo enseñó Freud al establecer que el deseo humano, por su propia naturaleza, no puede satisfacerse. El deseo es tal en la medida en que no puede ser satisfecho.

Lo que algunos deberían plantearse, especialmente los que dirigen nuestras empresas y nuestra economía, es que la felicidad no es algo en sí mismo, sino la consecuencia de otro algo. La felicidad -la nuestra y la de nuestros colaboradores- es un estado que alcanzaríamos después de haber hecho algo digno y meritorio. La felicidad es efecto y premio. La felicidad no puede buscarse por sí misma, sólo puede encontrarse, y eso después de haber hecho algo para merecerla.

Resulta un poco infantil simplemente querer sentirse bien y pensar que si decimos cosas positivas, sin más, todo irá mejor y que así ocurrirá. ¿Recuerdan el personaje de la esposa vendedora de pisos en American Beauty? La felicidad, o sus aledaños, es la consecuencia de HACER,  no la consecuencia de QUERER. Y mejor nos iría a todos si tuviéramos esto claro, no sólo en nuestra vida personal sino en la profesional, que es la que nos compete en este medio.

Jesús  -Jesucristo, me refiero- ya nos enseñó que son nuestros hechos los que nos salvarán y nos darán la felicidad eterna, aunque en otra vida, ni siquiera en esta; y sólo los farsantes como Pablo -San Pablo, digo-,  con hechos a las espaldas que les llevarían al mismísimo infierno,  podrían decir lo contrario y afirmar que lo importante no son los hechos sino la fe.  Mentira. No se engañen, no; la fe no nos salva, son nuestros hechos los que lo hacen.

AMEN

(P.D: Por cierto, si piensan que Pablo tenía razón, entren en una oficina de Caja Madrid y, con mucha fe, pidan algo, lo que quieran….)