2 – Las personas no estamos diseñadas para buscar información, y, cuando lo hacemos, no somos muy hábiles en dicha tarea. Sin embargo, todo el mundo parece extasiado con la capacidad de la web para proveernos de información. No sólo eso, las organizaciones invierten enormes sumas de dinero en sistemas de gestión del conocimiento donde cualquier empleado podrá encontrar toda la información que necesite para su trabajo. De nuevo volvemos a encontrarnos de bruces con la creencia de que lo que necesitan los profesionales para ser más productivos es más información.
Expertos en el área de las neurociencias indican que nuestro cerebro sigue siendo un órgano básicamente diseñado para sobrevivir. Esto significa que durante miles de años su función fue prestar atención a los estímulos y señales del entorno para poder actuar en consecuencia. Somos animales cuya atención sigue estando regida por lo emocional. Registramos estímulos -casi siempre inconscientemente-, y todo lo que apela a centros emocionales tiene prioridad: Huir, luchar, alimentarse, procrear, etc. Esa es la razón por la que las historias funcionan mejor que las teorías, por la que es más sencillo entender una película que un discurso político, por la que aprendemos naturalmente de nuestras experiencias y no de datos y conceptos abstractos.
Si los que leemos este artículo existimos es porque, antes que nosotros, muchos seres humanos aprendieron lo necesario para la supervivencia sin siquiera saber leer ni sin que el aula, los cursos o los profesores estuviesen inventados. Los que no fueron capaces de aprender, desaparecieron. De nuevo aparece el aprender como la habilidad clave. La supervivencia dependía del conocimiento que transferían los que sabían -los ancianos de la tribu- y la capacidad de aprender de los que se incorporaban -apenas adolescentes-. Durante mucho tiempo, los cambios fueron lentos y la cantidad de estímulos limitada.
En los últimos siglos, sin embargo, esta tendencia ha cambiado velozmente. No olvidemos que la lectura y la escritura tienen apenas pocos siglos en la historia del hombre.
La cantidad de información que recibimos a diario es descomunal, sigue creciendo de forma geométrica, y, por si fuese poco, tenemos siempre la sensación de que nunca es la suficiente. ¿Cuántos mails recibes cada día? ¿Cuántos abres? ¿Cuántos lees? ¿Cuántos contestas? ¿Cuántos guardas? ¿Qué haces con los que guardas? Con otro tipo de documentos pasa exactamente lo mismo. Estamos desbordados, nuestro cerebro no está preparado para absorber tanta información y su forma de defenderse es obvia: Se estresa, y la demostración palpable la vemos cada día en el trabajo y en sus repercusiones sobre la vida familiar.
Lo que realmente ocurre es que nuestro cerebro es un sistema especializado en reconocer problemas y proveernos soluciones. ¿No es esto lo que necesitan las empresas? Cuando necesitamos algo, nuestro cerebro es el que nos trae la información sin que la pidamos. Y esto es así porque esa información ya se encuentra en nuestra cabeza. De hecho, y aunque no nos demos cuenta, cada vez que hacemos algo, cualquier cosa, desde hacernos el desayuno por la mañana hasta lavarnos los dientes antes de dormir, no hacemos otra cosa que gestionar nuestro conocimiento: El cerebro nos entrega continuamente aquellas experiencias almacenadas en la memoria para entender lo que está ocurriendo. Lo maravilloso es que siempre nos llega la información que necesitamos y no cualquier otra, y nos llega justo en el momento que la necesitamos y sin que la tengamos que ir a buscar.
La búsqueda que hace Google no se parece en nada, porque Google no sabe lo que estás buscando ni para qué, y, por tanto, te arroja miles de entradas donde la pertinencia es aleatoria y donde debes empezar a bucear en cada una de ellas para verificar si responden a lo que estás buscando. Es esencial la manera en que almacenamos esas experiencias -lo que abordaremos en otra columna- y cómo accedemos a ellas. Por si fuera poco, el conocimiento es dependiente del contexto. ¿Qué sabe Google de mi contexto? Para aprender, dependemos de lo que ya sabemos.
Quienes trabajan ya sobre la Web 3.0 se preguntan si seguiremos buscando información o lo harán las máquinas por nosotros. Para que esto sea así, un computador -que hoy no se parece mucho a un cerebro´- necesita ser inteligente y copiar la forma en que operan las personas… Estas distinciones son cruciales, ya que, según lo que creamos que significa ser inteligente y cómo aprende la gente, diseñaremos la correspondiente oferta de recursos y herramientas para ayudarles a hacer mejor su trabajo y obtendremos o no determinados resultados.
En varias ocasiones, algunos lectores que me han comentado que mis artículos son demasiado largos. Es verdad, y mi respuesta es siempre la misma: Vivimos sometidos a la tiranía de la instantaneidad, a la dictadura de la velocidad. Nunca tenemos tiempo, todo es para mañana mismo, cada vez más buscamos simplificarlo todo -cursos más cortos, libros más escuetos, dietas más inmediatas…-. Y ocurre que hay ámbitos donde los atajos no funcionan, y uno de ellos es en lo relacionado con el conocimiento, el aprendizaje y la inteligencia. Lo que te ha costado 30 años de tu vida aprenderlo no se puede aprender en 2, ni en 5 ni en 10. Google, un libro o un sistema de buenas prácticas son una pérdida de tiempo si no los llevas a la práctica. No basta con leer o escuchar, de hecho, nada funciona mientras no lo practicas.
Es indiscutible que la variable tiempo es la clave en los negocios de hoy. Te pagan por tu tiempo, y, aunque se trate de un bien escaso -el tiempo es oro-, está uniformemente repartido porque todos tenemos la misma cantidad para gastar. Ya no importa donde estés, importa que estés -aunque sea virtualmente- cuando ocurran las cosas. Las organizaciones, e incluso las personas, trabajan con información en tiempo real para tomar decisiones en tiempo real, es decir, se gestionan en tiempo real. Para ello, es imprescindible que el aprendizaje ocurra en tiempo real. Pero para aprender de verdad, hay que tomarse tiempo, hay que equivocarse mucho, y, sobre todo, y perdonen mi obsesión, hay que practicar repetidamente -no aprendo hasta que no hago algo con lo que me entregue Google, pero no antes-.
La herramienta cerebral que permite que se formen esas sinapsis -sustento de nuestras predicciones-, es la práctica repetida, reiterada, continua. Aprender es enemigo de las prisas, de la cultura Light. Si no estamos dispuestos a tomarnos ese tiempo, entonces es que no estamos dispuestos a hacer las cosas con cariño, con pasión y, como decía un antológico refrán español -Vísteme despacio que tengo prisa-, con sabiduría.
Google puede ser un primer paso en un proceso de aprendizaje, nunca el último. ¿Te sirvió Google cuando aprendiste a montar en bicicleta? ¿Qué crees que hace tu cerebro cuando pedaleas sobre tu bicicleta?
1 comentario en «Google no es Dios (y 2)»
Evidentemente Google es un sistema de búsqueda que por su arquitectura y funcionalidad, no siempre te devuelve la respuesta exacta que buscas pero, creo que es indudable, su utilidad como herramienta rápida para encontrar en muchas ocasiones aquello que necesitas. Por mi experiencia, pocas veces no he encontrado en Google aquello que buscaba. Creo que en esto, el cerebro humano ha de hacer también el esfuerzo por comprender cómo funcionan estas herramientas y utilizarlas correctamente.
Después de leer su primer artículo busqué en Google el precio de portada de El País y lo encontré en una sola búsqueda.
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