Érase una vez una paloma que vivía en un paraíso donde siempre era verano y donde reinaba la abundancia de comida, bebida y compañía. Aunque el hábitat era envidiable para el resto de sus congéneres, el calor provocaba muchos trastornos de sueño a la paloma, y los opíparos banquetes le estaban haciendo ganar peso hasta tal punto que ponía en riesgo su capacidad de vuelo. Recientemente su hermana -su único pariente vivo- había fallecido bajo los perdigones de una escopeta manejada por un grupo de niños ociosos que se entretenían disparando a todo bicho viviente.
Reflexionando llegó a la conclusión que ya nada le ataba con aquel idílico paraje y decidió que había llegado el momento de emigrar en busca de otras tierras: Había oído hablar maravillas de una zona fría y tranquila, de mullidos árboles y cielo cristalino en el extremo sur del continente llamada Polo, así que optó por emigrar. Como no sabía qué debía hacer para enfrentar tamaña aventura, se dirigió a pedir consejo al Búho, que oficiaba como sabio del paraíso. Aunque la conversación con el búho estuvo constantemente salpicada de interrupciones, bien llamadas telefónicas, bien mensajes en el Messenger, consiguió finalmente captar su atención durante cinco minutos y explicarle el motivo de su visita.
Después de permanecer en silencio un largo rato -durante el cuál contestó algunos correos electrónicos sin levantar su vista del teclado- el búho se llevó su ala derecha al pico para tapar un tímido bostezo y exclamó: "Tengo una solución para tu problema, pero no te va a salir nada barato ya que tendré que emplear tecnología punta y a mis mejores expertos. Te voy a cobrar un tarro de lombrices por este trabajo tan especial". La paloma casi se desmayó al escuchar el precio, y haciendo gala de su mejor sangre fría exclamo con un hilo de voz "¡Pero ese es un precio desorbitado, tardaré meses en acumular una fortuna como esa, la temporada de lombrices ya pasó y conseguirlas ahora es casi un milagro!". El búho regresó sus ojos impasibles a la pantalla de plasma y zanjó la conversación "Lo que pides es un servicio muy especializado y sofisticado, también casi un milagro, y mi precio es el que te he dicho; lo tomas o lo dejas".
La paloma abandonó descorazonada el despacho del búho, pero lejos de rendirse decidió darse un plazo y probar fortuna en la búsqueda de lombrices. Cuatro meses después la paloma se presentó de nuevo en la oficina del búho y observó que este había efectuado algunas mejoras ostensibles, fruto posiblemente de la bonanza de sus negocios. "Aquí te traigo el bote de lombrices que me solicitaste como pago por tus servicios", le espetó la paloma sin ni siquiera perder el tiempo en los saludos protocolarios. El búho lo examinó con detenimiento, escudriñando con detalle su contenido, y sólo pronunció una frase: "Regresa dentro de una semana y tendré la solución para tu deseo de emigrar al Polo". La semana transcurrió con extrema lentitud para la paloma, que no dejaba de soñar sobre su nuevo destino y de hacer planes sobre qué tipo de vivienda construir, dónde ubicarla y, por supuesto, qué tipo de círculos sociales frecuentar.
Cuando se cumplió el plazo indicado la paloma llegó impaciente a conocer la forma en que el búho había resuelto su problema migratorio. El búho la recibió con su mejor atuendo, le ofreció un cuenco con alpiste integral y acto seguido le confirmó: "Tengo la solución para tu problema. Por si acaso no lo sabes, el lugar al que deseas partir es un lugar extremadamente frío, rodeado de mar por todas partes y donde el pescado es prácticamente el único alimento, razón por la cual la mejor alternativa es transformarte en un pingüino". La paloma sonrió entre sorprendida y satisfecha. "Qué gran idea, cómo no se me habrá ocurrido a mi, realmente este búho es caro pero vale lo que cuesta".
El búho continuó explicando los beneficios que hacían del pingüino la mejor elección posible: "Los pingüinos tienen una sustancia en la sangre que impide que se congelen sin importar el frío que haga. Tienen también una forma aerodinámica, membranas en los pies y unas plumas especiales que los convierten en uno de los mejores nadadores que existen; su pico está especialmente diseñado para poder diseccionar un pescado con precisión y comerlo sin temor a clavarse las espinas". Un rato más continuó el búho ensalzando las bondades de los pingüinos y, cuando hubo terminado, la paloma no tenía duda alguna que, una vez transformada en pingüino, su futuro era bien halagüeño y claramente la mejor decisión que habría tomado en su vida.
Se despidieron de un fuerte apretón de manos y la paloma bajó silbando alegremente las escaleras del edificio de oficinas. No alcanzó a descender un piso cuando, de pronto, una pregunta vital cruzó su mente como un relámpago. Regresó volando al despacho del búho y le preguntó: "Búho, hay una cosa que has olvidado decirme, ¿qué debo hacer para transformarme en pingüino?" Aburrido, el búho condescendientemente la miró y le dijo con parsimonia "Lo siento, yo sólo me dedico a la consultoría, la implementación no es asunto mío, corre de tu cuenta".
Resulta habitual encontrarse con profesionales que se dedican a la consultoría, bien como actividad principal, bien como labor complementaria a su trabajo diario. El sector de la consultoría goza de buena salud, es un sector en claro crecimiento, aunque, en muchas ocasiones, persiste una imagen estereotipada del consultor como un “todólogo”, un personaje que sabe de todo, tiene respuestas para todo y siempre cuenta con alguna receta para resolver cualquier entuerto. Mucha gente suele preguntar: ¿Superman era consultor, no es cierto?
Ahora bien, mitos aparte, existe una competencia prioritaria sin la que resulta del todo imposible desempeñarse como consultor: Ser un experto en aprendizaje. Por desgracia, no sólo la mayoría de clientes no saben eso, sino que la mayor parte de los consultores ni son expertos en aprendizaje ni son conscientes de ello. Si eres lo que has aprendido y serás lo que seas capaz de aprender, entonces no puede haber habilidad más importante que aprender. Hoy sabes más que ayer pero menos que mañana.
El principal objetivo de un consultor es lograr que su cliente cambie, es decir, que haga cosas que antes no era capaz de hacer con el único fin de obtener resultados que antes no alcanzaba. Y para que haga cosas distintas tiene que aprender, y alguien le debe ayudar en ese proceso. Para cambiar hay que aprender y para aprender hay que cambiar.
Lo primero que hay que recalcar es que los clientes son expertos en sus negocios, hay poco que un consultor pueda enseñarles acerca del mismo; pero, sin embargo, hay mucho que un consultor puede aprender. Los clientes se sorprenden cuando les insistimos en que "el conocimiento, por regla general, está en el interior de su organización, generalmente en la cabeza de sus expertos, y es la razón por la que dicha organización es exitosa".
Resulta poco creíble que un consultor se presente con una receta para un problema que trae de cabeza al cliente desde hace meses e incluso años. No es muy factible que otra empresa no perteneciente a ese rubro o una universidad pueda enseñar por ejemplo a un banco, cadena de retail, empresa de telecomunicaciones o distribuidora de aguas como gestionar sus organizaciones -aunque lo intentan-. Lo más importante que un consultor puede aportar a su cliente es instalar en los miembros de esa empresa la habilidad de aprender más rápido y mejor que su competencia. Ese sí que es un aporte de valor esencial en los tiempos actuales, y es ahí donde un consultor debiese disponer de un conocimiento precioso y del que sus clientes generalmente carecen. Para ello, uno de los patrones que debe reconocer de manera urgente es cuál es la estrategia de aprendizaje de los miembros de una organización, cuáles son los paradigmas y el modelo imperante en la misma.
1 comentario en «Hoy sabes más que ayer pero menos que mañana (1)»
Hay rumores de que en el dia de hoy mi empresa habitat serinmo s.l y don piso s.l. presenten un ERE. Si me pudierais decir algo por favor estamos todos muy inquietos.
Gracias
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