Lo sabemos: El aprendizaje permanente parece constituir un mantra cardinal en la economía del siglo XXI; un mandato inexcusable para el profesional del saber y el innovar. Todos, directivos y trabajadores, debemos mejorar continuamente nuestro siempre perfectible perfil profesional; hemos de adquirir nuevos conocimientos y destrezas técnicas que se integren debidamente en nuestro acervo, y también hemos de cultivar competencias de carácter personal (soft skills) en pro, y pos, de los resultados. Pero, ¿sabemos aprender?
Al desarrollo profesional contribuye la ingestión y digestión de la información (dentro y fuera de la formación orquestada) que nos rodea y que los sentidos nos permiten percibir. Hemos de llegar a la información precisa, pero también tenemos que convertir el aprehendizaje en aprendizaje: todo un ejercicio de síntesis, en el más químico sentido del término. Nuestro desempeño profesional ha de beneficiarse de los nuevos conocimientos, como de las nuevas habilidades, facultades y conductas incorporadas.
Con suficiente perspectiva, debemos entender el aprendizaje en todo su significado, como un desarrollo personal hacia la máxima efectividad en nuestro cometido, sin dejar de catalizar la deseable satisfacción profesional. Haciendo una interpretación etimológica, diríamos que aprender viene a significar “perfeccionarse siguiendo un camino”, y el camino viene dado por la trayectoria profesional elegida. Pero, ¿estamos capacitados y preparados para aprender?, ¿en qué fortalezas cognitivas, emocionales y volitivas nos apoyamos para desarrollar nuestro potencial?
Sin duda, la voluntad ha de orientarse; tenemos que desear el aprendizaje y desarrollo profesional, y desplegar tenacidad y concentración en el empeño. Naturalmente, hemos de partir del necesario autoconocimiento, y ser conscientes de nuestras fortalezas y debilidades, para intentar neutralizar estas últimas y aprovechar las primeras. De modo que el mejor aprendedor se caracteriza por:
- Autoconocimiento y autocrítica
- Afán de aprendizaje y mejora
- Tenacidad y concentración, ante las actividades de aprendizaje
Sí, pero… ¿conocemos a fondo las dimensiones en que autoevaluarnos? No bastaría, por ejemplo, examinar nuestro nivel de inteligencia cognitiva, sino que habríamos de evaluarnos en diferentes modalidades del pensamiento: conceptual, analítico, sistémico, sintético, reflexivo, crítico, divergente, conectivo… No bastaría observar la inteligencia intrapersonal como un parámetro, sino que es preciso distinguir entre flexibilidad, integridad, resistencia a la adversidad, energía psíquica… Sigamos observando los rasgos del mejor aprendedor, situados ya ante la información de diversa índole, de que vamos a extraer conocimiento:
- Pensamiento crítico
- Rigor inferencial
- Establecimiento de conexiones y abstracciones
Dando por supuesto que poseemos conocimientos y facultades para comprender y sintetizar la información a que accedemos, lo que cabe enfocar es la necesidad del pensamiento crítico ?necesario para evitar falsos aprendizajes-, junto al rigor en las inferencias y el establecimiento de conexiones y, en su caso, abstracciones. Estos rasgos, y otros, se precisan en efecto para traducir la información a conocimiento sólido, valioso y aplicable.
Pero sigamos destacando elementos diferenciales de los mejores aprendedores; de aquellos que son capaces no sólo de aprender, sino también de generar conocimiento, de crear, y expandir así los campos del saber. No pensemos sólo en los investigadores científicos, porque todos los profesionales, en la economía del saber y el innovar, habríamos de constituir una especie de microcentros de I+D. A partir de la información que nos rodea, se nos demanda creatividad: un concepto éste muy complejo.
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