Los profesionales de la Dirección de Personas hemos comenzado 2.008 planteándonos si de los datos económicos y de empleo que tenemos en el principio de año debemos anticipar reacciones en nuestras estrategias o las repercusiones no serán significativas a corto plazo.
Sabemos que una parte importante de la mano de obra de nuestras empresas son personas inmigrantes.
El empleo disponible y la proporción de este que habrá de ser ocupado por mano de obra inmigrante es una cuestión que, dependiendo de la visión que se tenga del futuro próximo, puede ser contestada de una u otra forma.
Del contraste entre la EPA y los datos del INEM se desprende que cerca de 900.000 inmigrantes pueden estar trabajando en lo que se denomina “empleo sumergido”. Asimismo, de la comparación entre las curvas demográficas y de crecimiento económico y creación de empleo parece evidente que es necesario un elevado número de trabajadores inmigrantes para cubrir las necesidades de empleo existentes.
Los actuales datos de desaceleración económica e incremento del paro son valorados de forma diferente en relación a su intensidad y duración. Sin embargo parece confirmado que las previsiones de crecimiento son menos optimistas que hace unos meses y que si la confianza de los consumidores disminuye esto repercute en la inversión, la producción y, por tanto, en la creación de empleo.
Las preguntas sobre intensidad y duración nos preocupan a todos, pero creo que evitar que, de nuevo, cualquier turbulencia nos pille sin estar preparados para reaccionar en esta materia debe ser una prioridad de todos los que tienen algo que decir en relación con el empleo.
Mantener una estructura que trata por igual todo tipo de trabajador inmigrante, con independencia del valor que puede aportar a la compañía en la que preste su servicio, es ayudar poco a las necesidades crecientes de las empresas por incorporar mano de obra cualificada. Sabemos que si esta no se encuentra, habrá de plantearse la decisión de deslocalizar partes clave de su producción.
La política de inmigración, especialmente con la situación actual, no debe plantearse como una cuestión de seguridad, o de fronteras, o de control de flujos migratorios.
España ha pasado, en menos de 25 años, de recibir ayudas al desarrollo a ser una de las diez principales potencias económicas del mundo. Ese crecimiento se debe en una parte importante a la aportación de todas esas personas que asumieron un enorme reto, abandonando todo y apostando por contribuir, aún en condiciones no siempre dignas.
Ingenieros, titulados, profesionales de muy distintas ramas, con mayor o menor cualificación, dejaron sus países de origen, se trasladaron a otro del que no siempre compartían la lengua, y casi nunca las costumbres y, en ocasiones, ni los valores culturales.
Esas personas asumieron ese reto que nuestros compatriotas hoy no quieren asumir ni cambiando de Comunidad Autónoma. Preferimos mantenernos en paro en Extremadura antes que trasladarnos a una comunidad como Aragón, que está con una situación de pleno empleo con tasas inferiores a las de Estados Unidos.
Hoy, nuestra economía necesita cada vez más de mano de obra cualificada, pero nuestra normativa habla de cupos por países, como si la nacionalidad fuera el factor clave para la adecuación persona puesto. Nuestra normativa permite a los extranjeros realizar periodos de prácticas como becarios en nuestro país, pero, terminado el periodo establecido en el Convenio de Cooperación Educativa, su conocimiento habrá de ser aprovechado en otro país.
Cuando desde las esferas políticas se habla de integración de los inmigrantes y se proporcionan estadísticas por nacionalidades, en lugar de proporcionarlas por titulaciones, por puestos ocupados en relación a sus conocimientos, etc., no se contribuye a que nuestros conciudadanos inmigrantes sean percibidos como personas con talento que generan riqueza, sino sencillamente como diferentes.
Nos faltan titulados porque nuestra tasa de natalidad cayó en picado, pasando a partir de los 70 de ser el país con mayor natalidad de Europa a ser el de menor natalidad del mundo. Esa falta de personas cualificadas esta generando distorsiones en el mercado laboral que las grandes compañías están resolviendo mediante la localización de sus procesos de I+D+i en China o la India.
Atraemos mano de obra sin cualificar, generamos remesas que no ayudan al desarrollo de los países de origen. Nos falta visión como para tratar de lograr el desarrollo de los países de origen como solución ante posibles recesiones, en las que los trabajadores con menor cualificación serán los primeros en sufrir sus consecuencias. No se han desarrollado iniciativas de generación de valor en los países de origen sobre los ingresos obtenidos por los inmigrantes en España. A pesar de todo, estas iniciativas van surgiendo y, por ejemplo, ya hay constructoras que construyen allí y cobran aquí.
En los próximos años, especialmente en esta probable situación de desaceleración económica, las necesidades de mano de obra inmigrante seguirán estando presentes en las agendas de empresarios, políticos y responsables de RR.HH., pero con un claro matiz diferenciador sobre las necesidades manifestadas hasta ahora. España necesitará mano de obra cualificada y, por tanto, necesitaremos canales de incorporación diferenciados, facilidades para la atracción de ese talento, ya sea de países desarrollados o en vias de desarrollo. El siguiente paso es saber vender el “sol y playa” español, pero para atraer y retener talento, propio y extranjero, pero mucho talento.
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