31 de octubre de 2024
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La botella medio llena

La botella medio llena

Debo reconocer que soy por naturaleza optimista, por lo que tengo propensión a ver y juzgar las cosas en su aspecto más favorable, y ello siempre me ha permitido afrontar los problemas desde un claro punto de vista más enfocado hacia su solución que al contrario.

En los últimos tiempos me he encontrado con varias personas, altos directivos de compañías importantes, a los que la cuestión de entender la vida y el trabajo desde su lado positivo les importa bastante y les preocupa en la misma medida.

Uno de ellos, incluso, llegó a plantearme la necesidad de que se inventase alguna herramienta de evaluación que fuese capaz de medir el grado de optimismo con el que los trabajadores se enfrentan a su quehacer diario.
 
Este fin de semana, en el suplemento INFOEMPLEO.COM, he podido leer una entrevista con Francisco Martínez Frías, presidente de MRW, en la que comenta que a su lado quiere gente positiva, que contagie: «Me gusta contratar a gente feliz»
 
Supongo que mi visión favorable, optimista de la vida y del trabajo, hace que coincida plenamente con las apreciaciones que hace don Francisco, así como con la de mi amigo partidario de evaluar el nivel de optimismo mínimo requerido para poder ser un trabajador seleccionable para su organización, que sea ajeno al pesimismo reinante en muchas personas.
 
El día a día es duro, farragoso, competitivo, lleno de sinsabores y penas, como para, encima, rodearte de personas que siempre están buscando el lado negativo de las cosas, en lugar de pensar que, pase lo que pase, más tarde o más temprano, el problema que tanto nos preocupa, el contrato que no terminamos de cerrar, ese cliente que cuesta mucho que nos reciba, acabará siendo una anécdota y lograremos, finalmente, nuestro propósito.
 
Llevo muchos años dirigiendo equipos, liderando proyectos en los que el componente anímico es casi tan importante como la calidad de los servicios y productos que se venden, y puedo decir que, en muy pocas ocasiones, he tenido que cambiar mi manera de concebir la vida para poder adaptarla al entorno laboral en el que me he movido.
 
Recuerdo una empresa en la que, nada más llegar, me encontré con un ambiente negativo, un clima laboral dominado por el miedo al jefe, un entorno en el que cada movimiento que se hacia podía ser criticado. En definitiva, una empresa en la que su propietario pensaba que lo mejor para que los trabajadores rindieran al cien por cien era que sintieran su presencia, su miedo y su falta de libertad y de imaginación.
 
Arreglar el problema fue tarea sencilla: Tan sólo tuve que apartar al gran estorbo que impedía que la gente fuese feliz, que trabajara pensando que en lugar de castigos iba a recibir elogios por el trabajo bien hecho y que no tuvieran miedo a cometer errores, ya que de ellos se aprendía.
 
Fue fácil trasmitir optimismo, ya que lo que más falta hacía era ver las cosas desde un punto de vista positivo, alegre, feliz, y confiando en unos profesionales que estaban lo suficientemente bien preparados como para desarrollar su trabajo a la perfección, pero a los que les faltaba la dosis adecuada de libertad, confianza y optimismo en su entorno como para poder ser ellos mismos.
 
No conozco a nadie que, por principio, reconozca que quiere ser un amargado, que estar mal le gusta, le alegra y le motiva. Todo lo contrario. La mayoría de la gente lo que busca, lo que anhela, es ser feliz, ver las cosas llenas de optimismo.
 
Hagamos el entorno laboral agradable a los que trabajan con nosotros, no creemos barreras artificiales llenas de miedos y temores a ser como somos, no pidamos imposibles a profesionales que ya dan todo y un poco más, y recibiremos grandes sorpresas en los comportamientos de nuestros colaboradores.
 
Hace tiempo tuve la suerte de tomar un café con un buen amigo de mi familia que nos conoce desde varias generaciones atrás, y tras comentar cómo nos iba la vida, las últimas novedades de cada uno, buenas y malas, me comentó que le llamaba mucho la atención como en mi familia siempre veíamos la botella medio llena.
 
Y es cierto que somos así, pero es que la respuesta es sencilla si te planteas la pregunta adecuada:
 
¿Por qué verla vacía si podemos verla llena?

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