Lo cierto es que, desde que en la década de los noventa se difundiera el concepto de inteligencia emocional, la gestión de personas en las organizaciones ha ido introduciendo factores que nos han permitido entender las relaciones humanas desde un punto de vista más completo, más allá de las aptitudes de los individuos. Sin embargo, desde hace unos años, algo ha cambiado a este respecto. El encumbramiento repentino de algunos expertos que se autoproclaman gurúes del Management, y en particular de la gestión de personas, ha provocado que en vez de profundizar en el vastísimo campo que abarca la inteligencia emocional en las organizaciones se haya reducido el discurso hasta llevarlo a aspectos más relacionados con la sensiblería. Y como no podría ser de otra forma, se ha despreciado cualquier elemento que recuerde al trabajador la importancia de esforzarse, de ser disciplinado o de sacrificarse.
Aunque la aportación de alguno de estos expertos al Management es la misma que lo que aporta a la medicina la serie de televisión Anatomía de Grey, hay que reconocer que el mensaje se ha propagado por muchas organizaciones. Así que ahora lo que toca es hablar de que las personas se desarrollan profesionalmente sólo con sonrisas, palmadas en la espalda y alguna que otra hora de entrenamiento. El líder debe ser, ante todo, el amigo de sus colaboradores.
A partir de este punto uno puede comprobar aterrado cómo algunas organizaciones han incorporado a su ideario algunas de estas profecías. Unos lo plasman mediante una definición superficial y vaga de sus valores. Otros se lanzan a definir la misión y visión de su departamento de Recursos Humanos con palabras que firmaría el mismísimo Tolkien. Otros, algo confundidos, ponen en marcha una acción para sacar al monte a sus trabajadores, colgándoles de unas tirolinas, y tema resuelto, ya están al día.
La parte positiva es que los efectos de este panorama no serán duraderos, esta moda pasará tan pronto como llegue un cambio de ciclo económico y tengamos que poner de nuevo los pies en el suelo. Por otro lado, algunos líderes que están por encima de estas modas han tenido siempre muy claro el concepto de la autoexigencia personal y colectiva, y, por supuesto, la importancia de saber gestionar sus emociones y las de las personas que les rodean.
Si olvidamos que el talento es la suma de las capacidades (poder), el compromiso (querer) y la acción (hacer), cualquier política de desarrollo de personas que se quiera implantar será deficiente, bien porque la organización se terminará pareciendo a un tratante de ganado, o bien porque se parecerá más a un club social donde pasar el rato.
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