Es posible que, ante estas palabras, algún lector tenga la tentación de mirar por la ventana para asegurarse de que los grises no han vuelto a nuestras calles a poner orden. No es extraño; vivimos en una sociedad algo acomplejada en la que nos gusta revisar continuamente palabras que estaban integradas con mayor o menor acierto en nuestras vidas. Sólo así se explica que asumamos con total normalidad que, por ejemplo, un anciano ya no sea tal, sino que tenga que ser un mayor, o que una persona ciega ya no lo sea, sino que tenga que ser invidente. Realmente, esto no pasa de ser una mera anécdota, el uso de eufemismos es parte de la corrección política que exige el tiempo en el que vivimos. Sin embargo, con esa misma normalidad, hemos ido desterrando de nuestro vocabulario términos que sí tienen un impacto en nuestras relaciones con los demás, tanto a nivel profesional como personal. Como ejemplo, las palabras que aparecen en el título de este artículo.
Durante la pasada Navidad tuve la oportunidad de asistir a un acto organizado en Madrid por Juan Mateo. Allí le escuché hablar de autoliderazgo, autorresponsabilidad y de otros conceptos relacionados con el desarrollo de las personas. Sin embargo, lo que más me llamó la atención de su discurso fue que utilizó palabras que hoy parecen malditas en una organización: esfuerzo, sacrificio y disciplina. La verdad es que me sentí reconfortado por ver que una persona con el talento y el reconocimiento de Juan se atreviera a utilizar estas palabras en las acciones formativas que imparte a sus clientes, y que además saliera vivo.
Haciendo una revisión rápida de libros, artículos y conferencias relacionadas con el Management español podemos encontrar muchas alusiones a las emociones y sentimientos de los directivos y de sus colaboradores. Sin embargo, aparecen pocas referencias relativas al esfuerzo, entendiendo éste como el uso de la actividad del ánimo para conseguir algo venciendo dificultades. Me refiero al esfuerzo tratado desde un punto de vista más cualitativo que cuantitativo.
Son menos las referencias encontradas sobre el concepto de sacrificio, entendiendo éste como la renuncia voluntaria a algunos de nuestros deseos o intereses por alcanzar un fin mayor. De forma casi automática nos llevamos este concepto al ámbito religioso, lo que parece provocar su destierro del lenguaje empresarial.
Con la disciplina hemos ido aún más lejos. Hoy en día es más fácil asociar este término a comportamientos totalitarios que entenderlo simplemente como la observación y el respeto de un conjunto de reglas.
Lo curioso es que a todos nos parece obvio que sin esfuerzo, un deportista nunca llegará a estar en la elite. Sin realizar sacrificios, un tenor no llegará nunca a cantar en La Scala de Milán. También entendemos fácilmente que en un consejo de ministros de un país democrático se mantiene una disciplina, sin que eso lo convierta en un gobierno totalitario.
No sabría explicar las razones por las que no se habla de estos conceptos en lo referente al Management. Quizá porque las personas que somos anteriores a la llamada Generación Y los hemos interiorizado y ya no son motivo de estudio. Sin embargo, el hecho de que hayamos dejado de verbalizar estos términos no significa que ya no nos esforcemos, ni que hayamos dejado de hacer sacrificios, y, mucho menos, que, en general, hagamos las cosas de forma indisciplinada.
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