No sé a ustedes, pero a mí, cada vez que veo una de esas estrellas del universo futbolero sujetando a dos manos la camiseta del equipo que, por una millonada, se ha hecho con sus servicios profesionales, declarando con su mejor sonrisa y un mal castellano eso de que “ya desde niño sentía los colores del equipo y por fin su sueño se ha hecho realidad”, me da un poco la risa floja, y el caso es que la risa no me la produce el sueldo millonario que, con toda seguridad se tiene por bien ganado y merecido, me la produce ese repentino compromiso que adquieren con su nueva empresa para defenderla bravamente en los mismos campos donde días atrás la consideraba enemiga.
Con la de tinta y esfuerzo que derrochan en la búsqueda del dichoso compromiso los profesionales de los recursos humanos y resulta que el secreto está… en los colores de una camiseta de fútbol.
¿Qué buscamos realmente cuando decidimos buscar compromiso?
El compromiso es volitivo y cognitivo, luego es humano; el compromiso es recíproco, se da a cambio de algo que satisface en distinta medida esa entrega personal que cada uno hacemos; y la medida, dependiendo de cada uno de los compromisarios, tendrá más o menos valor personal. El compromiso personal deviene como un valor en alza en una sociedad altamente competitiva, dónde la escasez de otros recursos hace del sentido de permanencia que crea ese compromiso algo que puede ser diferenciador frente a la competencia.
Hablamos de índices de rotación como medida de satisfacción de nuestros empleados, pero, si escarbas un poco, aparecen las vanidades humanas: ¡hombre, es que cualquiera se va a marchar de esta empresa! ¡Con el frío que hace en la calle! ¡Pobres pero contentos! ¡Y dónde mejor que en esta casa alma cándida! Se oye con frecuencia en comentarios de pasillo en multitud de organizaciones de este país. Parece que el compromiso se limita a la comodidad de unos y de otros.
Concienciado ya a mis años de que siempre me ha resultado fácil encontrar enemigos, me atrevo, no por valiente y sí por atrevido, a confiarles que el secreto está en la entrega que la empresa debe hacer al empleado, y no al contrario. Si algo aprendí con el tiempo es que las empresas pertenecen, en primer término, a sus accionistas, pero en segundo a sus trabajadores, y ya que están compartiendo riqueza, es momento de que compartan valores.
Los valores de antaño -salario , estabilidad, prestigio…- han dado paso a nuevos valores: diversidad, medio ambiente, tolerancia, riqueza cultural, etc. que difícilmente se atrapan en un contrato de papel, sí sin embargo son susceptibles de establecerse a través del contrato psicológico que con el empleado podemos tener; estos valores se tienen que dar a conocer por las empresas, deben formar parte de su ADN, de manera que son también elementos a utilizar en la competencia por el talento, son elementos que nos comprometen más allá del salario, más allá de consideraciones profesionales manejadas por otros; son elementos que uno mismo elige como alternativa de un mundo variable y diverso, y eso les da un poder sobrecogedor.
Sólo de esa coincidencia de valores vamos a obtener el compromiso personal y sincero de nuestros empleados. El resto será sofisticadamente falso, más falso cuanto más sofisticado queramos hacerlo.
Difícil tarea, amigos, pero no imposible. Así que conviértanse en los Indiana Jones modernos de RR.HH. y no cejen en el empeño, por duro que sea, de encontrar “el arca del compromiso” en cada una de sus organizaciones. Seguro que será una aventura feliz.
Los comentarios están cerrados.