El término déjà vu (/deʒa vy/, en francés ‘ya visto’) o paramnesia describe la experiencia de sentir que se ha sido testigo o se ha experimentado previamente una situación nueva (Wikipedia).
Déjà vu engloba, a su vez, tres experiencias distintas (Wikipedia):
Déjà vécu: Normalmente traducido como ‘ya visto’ o ‘ya experimentado’. El déjà vécu alude a una experiencia que incluye más que la simple vista, por lo que etiquetarla como déjà vu suele ser inexacto. La sensación incluye una gran cantidad de detalles, percibiéndose que todo es exactamente como fue antes.
Déjà senti: Este fenómeno alude a algo ‘ya sentido’. A diferencia de la precognición implícita al déjà vécu, el déjà senti es primordial o incluso exclusivamente un suceso mental, carece de aspectos precognitivos y rara vez permanece en la memoria de la persona que lo experimenta.
Déjà visité: Traducido como ‘ya visitado’, es una experiencia menos frecuente que implica el extraño conocimiento de un lugar nuevo. Aquí uno puede saber encontrar el camino por una ciudad o lugar nuevo sabiendo al mismo tiempo que no puede ser posible.
Un ejemplo claro de Déjà vu, en sus variante vécu, es la retransmisión televisiva de las campanadas de fin de año y los programas enlatados que vienen a continuación, donde un montón de personas –profesionalmente denominados extras o figurantes- celebran el año nuevo una semana antes de que se produzca junto con estrellas de la canción, del humor o de lo que haga falta o esté de moda cada temporada.
Siempre he sentido una cierta admiración por estos profesionales, capaces de meterse en el papel de “celebrador de fines de año”, engalanados con vistosos esmóquines y vestidos de fiesta para celebrar, días antes, cotillones a las 12 del mediodía o a las 4 de la tarde.
Déjà vu (vécu) y vuelta al trabajo
Dicho lo anterior, vamos a nuestro terreno, al de los recursos humanos, donde existen multitud de casos de Déjà vu, aunque vamos a centrarnos en el más habitual después de unas vacaciones: La vuelta al trabajo.
La vuelta al trabajo, como casi todo, es la perfecta excusa para vender, año tras año, magníficos artículos y manuales del tipo “Cómo construir una estantería en cinco minutos”, “cómo dejar de fumar en cuatro sencillos pasos” o “cómo montar un mueble de cuatro cuerpos con una llave Allen”. Más aún, volver al trabajo es casi otro trabajo. Tan mal nos lo pintan que, en ocasiones, parece que los propios parados tienen suerte de no tener que volver a ningún trabajo. Y esto, como mínimo, dos veces al año.
¿Sería preferible no coger vacaciones por el simple motivo de no tener que volver? ¿Nadie ha pensado que coger vacaciones puede ser tanto o más duro que volver a trabajar? ¿Cuántos matrimonios se rompen en vacaciones? ¿Cuántas familias dejan de hablarse por reuniones navideñas salidas de tono?
En el fondo, creo yo, es el marketing que nos rodea el encargado de decirnos cuándo tenemos que alegrarnos, cuándo deprimirnos, cuándo hacer esto y cuándo aquello. Es el que se encarga de decirnos que irse de vacaciones es muy bueno y volver a trabajar muy malo; y así todos los años.
Expertos de todo tipo nos dan consejos sobre, principalmente, cómo volver al tajo, cómo ordenar nuestra oficina, nuestra mesa; sobre qué hacer el primer día, sobre si es recomendable ir antes por la oficina para ir habituándose, como si la cara de nuestro jefe fuera menos ofensiva por ir dos días antes a verla. Llamativa es esa mencionada recomendación de ordenar la mesa -bastante habitual- para apaciguar los sentimientos depresivos de la operación retorno; sobre este consejo se pueden dar diálogos de esta guisa: “Uf, qué mal, mañana hay que volver a la oficina “; “A mi no me preocupa, he ordenado mi mesa y estoy deseando volver”. En mi caso, por ejemplo, ordenar mi mesa sería causa de depresión. Una mesa ordenada es un caos en el que nada se encuentra.
Conclusión
Este Déjà vécu de las lecciones magistrales sobre cómo volver al trabajo nos perseguirá y repetirá a lo largo de nuestra vida laboral sin aportarnos verdadera utilidad. Da igual el de que año cojamos, son todas lo mismo. Al igual que ver el programa de televisión de nochevieja del año 95 en 2.008, lo único que cambia es el presentador, el cantante –a veces- y los chistosos, pero el contenido es el mismo al 90%.
Como animales de costumbres que somos, el hecho negativo no es volver a trabajar o cogerse vacaciones, es adaptarnos a la nueva situación -no nueva por desconocida-, y eso depende de cada uno. Y creo que los consejos aportados al respecto sólo sirven para llenar páginas en momentos de poco contenido. El que va predispuesto a que le cueste, le costará. El que se tome su trabajo como una faceta más de la vida, no tendrá mayores problemas, independientemente de si su mesa está desordenada o no.
Otra cosa son las circunstancias anómalas y excepcionales que puedan afectar al retorno al trabajo, que también suelen quedar lejos del alcance de los “consejos” generales.
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