Llevo tres lustros dedicado a seleccionar y evaluar personas. Sin pretender crear doctrina, me atrevo a concluir que algo sé sobre ellas.
A lo largo de estos años he tenido la posibilidad de medir y describir las habilidades, destrezas, personalidades de miles -sí, miles- de trabajadores o candidatos a serlo.
He sido testigo de excepción de la evolución, o debo decir involución, del parque laboral español. He observado el dramático efecto de las distintas políticas educativas que imponía el gobernante de turno; la marea tecnológica que cambió la forma de trabajar sin premeditación pero con alevosía; la llegada del euro y lo que supuso en términos cognitivos estar todo el día haciendo operaciones mentales; el advenimiento de la inmigración. Elementos todos que han condicionado la forma de pensar y de actuar de este país (siempre en términos psicológicos).
Hasta los 90 éramos una sociedad eminentemente verbal. Lo numérico generaba alergia. Era la época de los de ciencias y los de letras. Una falla difícil de recuperar, ni siquiera por los de “mixtas”.
Ya en los albores del Siglo XXI, la sociedad más joven entró de lleno en las nuevas tecnologías, y esto transformó la manera de pensar. El pensamiento se esquematizaba, y lo simbólico y abstracto tomaba la delantera a lo concreto. Esto, devino, por ejemplo, en el lenguaje que se utiliza en los SMS, carente de lógica gramatical y ortográfica, pero eficaz donde los haya.
Hoy, encarando el final de la primera década del nuevo siglo, la globalización del conocimiento que ha traído Internet, los crisoles de razas y culturas que cohabitan en las aulas y, sobre todo, la mediocridad de un sistema educativo confuso y politizado aflora una nueva variable a tener en cuenta: La cultura general. Sí, saber cuál es la capital de Australia, quien escribió Ulises o cómo se llama el Secretario General de la ONU se ha convertido en un claro referente de esfuerzo, dedicación, compromiso y responsabilidad.
En los últimos años, los que nos dedicamos a la selección y al mundo de las herramientas de evaluación nos hemos volcado en el análisis de variables de razonamiento, inteligencia o personalidad de nuestros candidatos. Sin embargo, hoy, la cultura general se constituye como uno de los mejores predictores de éxito en el ámbito laboral.
El conocimiento pasa a ser compañero de excepción de la inteligencia y de la personalidad en los procesos de selección. Hemos podido corroborar en nuestra compañía la elevada correlación de los referentes del conocimiento general con el éxito profesional.
En la actualidad, con una formación académica tan lacerada, es el propio sujeto quien debe llegar a ser adalid de su desarrollo cultural. Progresar hoy, culturalmente hablando, pasa por tener inquietud por saber, curiosidad por conocer cosas nuevas y capacidad de abstraer la información útil en un panorama cargado de estímulos generalmente baladíes. La práctica de tales actitudes o disposiciones perfilan a las personas hasta lograr una adaptación excelente a los entornos laborales contemporáneos.
Haga la prueba. Yo ya llevo un tiempo observándolo. Coja 20 ó 30 preguntas del Trivial que tiene en un armario y que las contesten sus candidatos. Siéntese a observar.
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