La persona en la organización es su elemento más importante, por lo que requiere un tratamiento especial como un ser humano, con necesidades, intereses y vivencias, que deben ser tomados en cuenta para producirle las motivaciones necesarias.
El comportamiento del empleado dependerá en gran medida de la interacción de las características personales y el ambiente que le rodea. Parte de ese ambiente es la cultura social, la cual proporciona amplias pistas que determinan cómo será el comportamiento de la persona.
Pero en el ambiente de trabajo existen otros factores que pueden determinar cómo será el comportamiento individual y colectivo, y es el conjunto de valores, creencias, suposiciones y normas que comparten sus miembros. Ninguna organización es igual a otra, cada una posee su propia historia, normas, patrones de comunicación, estructura, sistemas y procedimientos. Todo ello constituye su cultura.
Las organizaciones llegan a triunfar o a fracasar según se desarrollen o no ciertos procesos y las personas se adapten a sus normas, se identifiquen con sus objetivos y logren, a través de la organización, satisfacer algunas de sus necesidades. Pero para que esto ocurra debe haber personas al mando capaces de generar una actitud positiva, un sentido de pertenencia, una motivación hacia el trabajo y un compromiso real con la organización. Es decir, un gerente con un estilo de liderazgo participativo y democrático que inspire el trabajo en equipo.
No todos los gerentes son líderes, ni todos los líderes son gerentes, ni existe tampoco un estilo único de liderazgo efectivo por sí mismo. Pero necesariamente un buen gerente debe ser un líder capaz de influenciar las conductas de sus colaboradores y guiarlos hacia el logro de los objetivos de la organización.
Existe una característica importante que debe estar presente en toda persona, para lograr cumplir las metas y objetivos que marque en su vida: Es la inteligencia emocional, que no es otra cosa que utilizar de manera inteligente nuestras emociones. En cierto sentido se tienen dos cerebros, dos mentes y dos clases diferentes de inteligencia: la racional y la emocional. Nuestro desempeño en la vida está condicionado por ambas; lo que importa no es sólo el cociente intelectual, sino también la inteligencia emocional.
La inteligencia emocional es la capacidad para comprender a los demás: qué les motiva, cómo operan, cómo trabajar cooperativamente con ellos… es la capacidad para discernir y responder adecuadamente al humor, el temperamento, las motivaciones y los deseos de los demás. Es la clave para el auto-conocimiento, el acceso a los propios sentimientos y la capacidad de distinguirlos y recurrir a ellos para guiar la conducta.
En una organización, en cualquier empresa, en cualquier industria, uno puede comprar el tiempo del empleado; puede comprar su presencia material en un lugar determinado; hasta se puede comprar cierto número de movimientos musculares por hora. Pero su entusiasmo no se puede comprar, su lealtad no se puede comprar, la devoción de su corazón no se puede comprar. Estas cosas hay que ganárselas.
Una organización no puede funcionar si no cuenta con personas comprometidas en sus objetivos. Para que ello ocurra es indispensable tener en cuenta el ambiente en el cual se van a desarrollar todas las relaciones, las normas y patrones de comportamiento. De esta forma se convertirá en una organización productiva, eficiente o improductiva, dependiendo de las relaciones que entre los elementos de la organización se establezcan desde un principio.
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