El mundo está cambiando a toda velocidad. Las nuevas tecnologías han provocado ya una nueva revolución social e industrial, y aún estamos asimilándolo. Las empresas, en especial algunas de las grandes, empiezan a “ver las orejas al lobo”, porque han ido comprobando cómo crecía su índice de rotación, es decir, el número de empleados que se marchaban anualmente de la compañía, generando un importante coste.
Y es que hoy en día ya está aceptada la llamada Visión sistémica, desde la cual toda empresa es un sistema global. En el momento en que un elemento de ese sistema desaparece o baja su rendimiento, el sistema entero se desequilibra y, por tanto, al ser un ente vivo y dinámico, tenderá a intentar equilibrarse, lo cual no es fácil. Supone el tiempo y trabajo de realizar un proceso de selección, la contratación del empleado que cubrirá la baja del que se ha marchado, aparte de la consiguiente formación hasta que el nuevo tenga las mismas aptitudes, conocimientos y experiencia que el anterior. Sólo entonces, el sistema volverá a equilibrarse, y este proceso puede durar meses.
¿Y qué ocurre durante estos meses? El trabajo que aún no puede asumir el nuevo empleado tienen que asumirlo otras personas o su propio jefe, lo cual conduce a que abandonen parcialmente sus tareas y el sistema se desequilibre aún más. Y si continuamos la cadena, tarde o temprano, este desequilibrio llegará a los clientes de la empresa, a los proveedores, e incluso a los accionistas. Este proceso, la mayoría de las veces sutil y silencioso, es una realidad en el mundo empresarial de hoy. Y el origen es que los empleados no están satisfechos en su empresa y se marchan. El problema es que si el empleado que se ha marchado es, además, alguien de especial talento y valor para la compañía, el desequilibrio es superlativo.
Como decía antes, los índices de rotación de las organizaciones son más altos que nunca (en determinados sectores pueden llegar hasta el 50% de la plantilla, lo cual es escandaloso). Esto se debe a dos factores, en opinión de los expertos:
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Las empresas no prestan atención a sus empleados. Sólo tienen la vista puesta en sus clientes y accionistas. Sus dirigentes mantienen la idea de que sus empleados están allí para trabajar y trabajar, cobrando el sueldo justo. Y punto.
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Los propios trabajadores son hoy mucho más exigentes que antes respecto a la empresa donde trabajan. Ya no quieren trabajar en cualquier lado, sino en empresas que tengan políticas de motivación y satisfacción del empleado, como conciliación de vida laboral y familiar, seguros médicos con ventajas, formación, reconocimientos explícitos (y no estoy hablando de dinero), además de responsabilidad social corporativa.
Las empresas tienen que competir hoy ferozmente por el talento. Y para ello algunas ya están adoptando todas las medidas anteriores. Sólo una minoría.
La mayor parte de la gente cree que el dinero es la mayor motivación que existe. ¡Un gran engaño! Evidentemente, un empleado o directivo debe cobrar lo justo en función de su trabajo y cargo. Sin embargo, nunca va a estar del todo satisfecho. Al poco tiempo, pedirá más, y cuando se lo hayan dado, volverá a pedir más. La única manera de retener a los talentos valiosos de una empresa es que se sientan valorados, reconocidos y orgullosos de trabajar en la organización.
Hay varios estudios, por ejemplo, que revelan que la motivación y productividad de los empleados aumenta en un 20% cuando reciben formación de la empresa. Según estos estudios, este porcentaje aumenta hasta un 80% cuando a la formación se le añade la implantación de programas de Coaching. El Coaching es, posiblemente, el mayor disparador de motivación y productividad que puede accionar una empresa, en especial cuando hablamos de los directivos más valiosos para la organización.
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