Hace unos meses, mi amigo Eduardo Vizcaíno publicó un acertado artículo que se titulaba “La mala educación”. En él criticaba cómo los responsables de Recursos Humanos de algunas compañías hacían gala de su falta de educación rechazando llamadas con mentiras y embustes.
En los últimos meses me he encontrado con frecuencia con casos que creo son aún más insalubres en el correcto funcionamiento de una relación mercantil. Y me refiero a aquellas empresas (que no son todavía clientes) que se dedican a pedir a diestro y siniestro propuestas de trabajo, – siempre con prisas – dando la callada por respuesta una vez que la tienen en su poder.
Todos los que trabajamos en consultoría sabemos lo que cuesta hacer una propuesta técnica para un proyecto. No solo brindamos nuestro tiempo al cliente potencial (que suele ser mucho) sino que además le aportamos – a fondo perdido – conocimiento y experiencia. Y a menudo, cuando intentas hacer un seguimiento de tu trabajo, te encuentras con evasivas, filtros y falta de madurez e integridad personal para decir que tú no eres el elegido. Y jamás una palabra de agradecimiento por tu dedicación y esfuerzo. Al fin y al cabo, pensarán que es nuestro papel en el juego de vender.
Otro día hablaremos sobre esas otras compañías que te piden la propuesta porque su normativa interna les obliga a pedir tres y ya tienen concedido el trabajo de antemano. O de ese gran grupo de distribución francés que pide propuestas sin ton ni son para inspirar a su propio departamento de recursos humanos, a menudo falto de ideas, sobre cómo hacer las cosas.
Afortunadamente, son los menos lo que llevan a cabo estas prácticas. Pero cuando te encuentras con uno de estos individuos, la indignación que te crea sólo es mitigada con una pataleta como la que me lleva a escribir esta reflexión.
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