Como ejemplo de exhibición suntuosa por empresa en dificultades, recuerdo la presentación de una consultora española de formación en Barcelona, en el Gran Teatro del Liceo, mediante un acto que incluía una interesante conferencia de Eduard Punset y la actuación del Cuarteto de Cuerda.
Aquel año la consultora, Fycsa-ECG (hoy incorporada a la firma Élogos), cosechó unas pérdidas de más de un millón y medio de euros, sobre una facturación de unos seis millones. Al año siguiente, 2003, la empresa facturó apenas el 20% (la quinta parte) de lo anunciado en notas de prensa dos años antes: nada que ver con la exhibición de futuro que Fycsa desplegó cuando salió de Alcatel (mediante un singular management buy out).
El lector conocerá otros ejemplos, pero a este tipo de exhibiciones quería referirme; se diría que forman parte de la otra economía: la de la compra y venta de empresas, y no tanto la de la oferta de productos y servicios a clientes y usuarios.
Identifiquemos ahora algunas actuaciones a que los ejecutivos encargados de la misión podrían dedicarse, cuando tuvieran que fortalecer la imagen de su empresa en el mercado, en busca de inversores, socios o compradores.
Hay desde luego, además de los alardes de futuro y las muestras de complacencia, otras acciones sinérgicas; en conjunto podemos señalar las siguientes:
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Aparecer en los medios de comunicación, mediante publicidad, entrevistas o artículos, para mostrar una sólida posición en el sector.
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Firmar numerosas alianzas con otras empresas o instituciones nacionales y extranjeras, aunque luego no se materializaran en proyectos compartidos.
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Procurarse premios o reconocimientos otorgados por instituciones supuestamente independientes.
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Predicar el magnífico futuro de su sector, o las excelencias de sus productos y servicios, con insistencia.
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Formar parte de las juntas directivas de diferentes asociaciones e instituciones que influyan en el mercado.
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Exagerar, quizá a riesgo de arrogancia, la seguridad en sí mismos y el tono de sus alegaciones y argumentos.
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Estar presentes en eventos (conferencias, congresos, exhibiciones, etc.) nacionales e internacionales.
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Exhibir suntuosas liturgias de gestión: kick-off meetings, celebraciones colectivas, actos de presentación, etc.
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Editar libros, newsletters, folletos, guías, etc., con ruidosa difusión entre clientes y otras empresas del sector.
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Cuidar la documentación contable y procurarse informes comerciales favorables que sostengan la solidez exhibida.
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Controlar el clima laboral y hacer también marketing interno para asegurar la colaboración, consciente o no, del personal.
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Inflar las cifras de volumen de actividad y de resultados, e, incluso, hacer optimistas previsiones de crecimiento o alarde de éxitos futuros.
Estas y otras prácticas podrían contribuir a incrementar en buena medida el precio de la empresa ante posibles compradores, siempre que éstos se dejaran confundir, lo que no resulta sencillo o gratuito. Parecerían estar relacionadas con el cultivo del capital intelectual, el estructural y el relacional de la empresa, pero quedaría comprobar su profundidad, su alcance, su solidez, su propósito.
En definitiva, las cosas no son siempre lo que parecen y, aunque esto sea una perogrullada, resulta saludable recordar alguna de ellas de vez en cuando. En la vida, y especialmente en la vida empresarial cotidiana, la complejidad es la norma y no podemos dejarnos llevar por las apariencias sin contrastarlas.
Pero también cabe insistir en que, cuando un empresario desea vender la empresa, a este fin orienta su atención, y las actuaciones correspondientes no escapan a los directivos y trabajadores: muy posiblemente se resiente la efectividad colectiva tras los objetivos anuales; dicho de otro modo, la atención puede distraerse de modo sensible, y las distracciones no traen buenas consecuencias.
La prosperidad, y termino así estas líneas, se refleja tal vez mejor en las cuentas de resultados, y no tanto en gravosas escenificaciones suntuosas o festivas; pero, incluso aunque la prosperidad exista, la complacencia se desaconseja. Las empresas más sólidas los saborean cuando tienen auténticos éxitos que saborear, pero no se dejan llevar, pública ni privadamente, por la complacencia; el lector tendrá su opinión al respecto, pero puede que la complacencia resulte incluso antiestética, además de paralizadora.
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