25 de noviembre de 2024
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¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo? (1)

¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo? (1)

No se si es que estoy especialmente sensible o por fin realmente está ocurriendo.

En las últimas semanas, como si alguien hubiese apretado el botón rojo, se han disparado las voces de alarma en diversos medios de Internet y de papel, foros, eventos y reuniones de RRHH. Según parece, empieza a ser complicado encontrar y atraer a profesionales con talento. ¡Que sorpresa! Es difícil convencer a los más jóvenes de que ser un “empleado” es estupendo. Es casi imposible hacer digerir la idea de que cuando las empresas ganan dinero aumenta su valor, pero cuando los profesionales quieren ganar más dinero es que se han perdido los valores. Y todo esto, al parecer, ha ocurrido así, de repente. Al parecer nadie se lo esperaba.

Ironías aparte, lo sorprendente es que muchos responsables en gestión de personas hayan tardado tanto en ver las consecuencias de décadas de políticas desastrosas en el trato a los profesionales. Y como ocurre con el cambio climático, cuando se ven los efectos es demasiado tarde. Siguiendo con el ejemplo, cualquier sistema se resiente cuando se pretende hacer una explotación excesiva de los recursos, sean estos naturales o humanos.

En esos artículos y conferencias hay mucho de descripción de daños, pero ni un ápice de autocrítica. Entonces recuerdo la canción de un grupo musical llamado La Unión, que decía: “Dónde estabais en los malos tiempos cuando ni gritando conseguí hacerme oír la voz”. Ahora muchos se preguntan, como los apóstoles en la Última Cena, “¿Seré yo, Señor?,” pero creo que, en este caso, no ha sido obra de uno sino de muchos. Me temo que más de uno se ha vendido por un plato de lentejas, y eso a la larga tiene consecuencias.

Creo que la mejor forma de explicar lo que ha ocurrido es comparando la gestión de personas en las empresas con la evolución de las relaciones de pareja.

Matrimonio / Empresa tradicional

Hasta hace pocas décadas lo habitual era seguir un proceso largo, pero seguro, de emparejamiento. Se supone que el vínculo sentimental era el factor desencadenante de la relación. Las dos partes se conocían. No había intermediarios. Al consolidarse la unión, cada una de las partes tenía una función definida. Uno traía el dinero y el otro realizaba las tareas de la casa. Aunque la relación sufriese altibajos con el tiempo, lo normal era que durase toda la vida.

Con el tiempo, la atracción física era sustituida por otro tipo de transacción, pero normalmente todo funcionaba bien. Este tipo de relación daba frutos que beneficiaba a ambos. Estaba muy mal visto el que uno de los miembros fuese infiel, aunque a algunos se les permitía más que a otros.

Lo normal es que las personas “decentes” estuviesen casadas a una determinada edad. Otro tipo de relación no era aceptada o era criticada por el entorno. Si no había sorpresas, lo normal es que la relación terminase con la desaparición de uno de los miembros.

Amor libre / Fin de la lealtad

El descubrimiento de los anticonceptivos orales, la liberación de la mujer y otros fenómenos de los sesenta empezaron a resquebrajar las estructuras. Pronto muchos se dieron cuenta de que no era necesario estar siempre con la misma persona. La relación dejó de basarse en los aspectos sentimentales y se centraron en elementos más prosaicos. Rápidamente algunos entendieron que el sexo no estaba unido al amor, que podía mantenerse una relación basada únicamente en vínculos de utilidad. Sin embargo, tantos años de tradición no se podían eliminar de un plumazo. Por lo tanto, sólo una de las partes se benefició de esta forma de pensar y cogió lo mejor de ambos mundos. Yo te prometo amor eterno, pero lo que realmente quiero es aprovecharme temporalmente de lo que me das y si te he visto…

La realidad es que uno de los miembros de la pareja podía tener todo tipo de relaciones, pero la otra era acusada de promiscua o de algo peor si se le ocurría cambiar con frecuencia de pareja.

Además, a pesar de los cambios, una pareja “de verdad” debía pasar por vicaría. Lo demás eran inventos del diablo. El matrimonio, como el trabajo, seguía siendo sagrado, al menos para uno de los miembros.

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