Terminado ya el periodo de vacaciones de Semana Santa para una gran mayoría de “empleados y empleadas” –cosas del marketing para sustituir al término genérico ‘empleados’-, volvemos al tajo con algunas reflexiones sobre la famosa Ley Orgánica para la igualdad efectiva de mujeres y hombres, la cual no habíamos tenido oportunidad de comentar aquí anteriormente.
Sin entrar de lleno en el articulado de este cuerpo legal, y partiendo de la base de que, al menos en mi caso, estoy a favor de gran parte de lo recogido en él –excepto, por poner un ejemplo, en lo relativo a las cuotas-, dudo que ese título rimbombante que se le ha dado sea el más adecuado; y es que dudo que, aunque esta ley se cumpla a rajatabla por empresas y directivos, sea suficiente para que hombres y mujeres seamos efectivamente iguales ante la ley, las oportunidades profesionales y la vida en general.
Por ello, quizá un título menos teatral y “marketiniano” podría haber sido el de Ley para la Promoción de la Igualdad entre Hombres y Mujeres, Ley para la Defensa Profesional de la Mujer, Ley para la Promoción de la Mujer en el Mercado Laboral… Demasiado pretencioso me suena lo de igualdad efectiva y demasiado conformistas seríamos si nos conformáramos con un simple texto legal.
El problema es otro, creo. Por muchas leyes que se hagan –aunque estas contengan algunos puntos positivos-, y por mucho marketing que se desarrolle, la igualdad efectiva de hombres y mujeres suena a utopía. Y la culpa la tienen –la tenemos- los mismos de siempre: hombres y mujeres, sujetos pasivos de la propia Ley.
He desarrollado mi carrera profesional en empresas en las que no se ha tenido en cuenta el sexo de un candidato para decidir su incorporación a plantilla, ni siquiera era un elemento destacable durante el proceso de selección. Empresas en las que sólo se tenían en cuenta los méritos –o los enchufes- para ascender o promocionar a un trabajador, independientemente de su sexo. Aunque no todo el monte es orégano, lo sé.
También he tenido la suerte –o desgracia- de comprobar que los hombres no son los únicos que han impedido el acceso de una mujer en condiciones de igualdad a un puesto de trabajo, o su desarrollo profesional posterior. Aunque he oído muchos comentarios machistas por parte de hombres, profesionales, directivos…, también los he oído de boca de mujeres, profesionales, directivas, trabajadoras… contra personas de su mismo sexo; y es que, a veces, la competencia entre las propias mujeres puede ser más dañina para ellas mismas que un simple acción discriminatoria proveniente de un machista retrógrado.
La igualdad efectiva de hombres y mujeres, como dije antes, tiene más de utopía que de realidad, aunque no por ello debemos cejar en el empeño de alcanzarla. Las leyes pueden ayudar, pero no sirven de nada sin un cambio de mentalidad por parte de unas y otros.
Por último, una consideración: Que un hombre abra una puerta a una mujer y le ceda el paso, igual que si fuera a otro hombre, no es un acto de machismo –como he llegado a oír- sino simple cortesía. Este es el cambio de mentalidad “basiquísimo” por el que debemos comenzar, discriminando tanto a esos machistas retrógrados a los que me refería anteriormente como a las ultra feministas que confunden educación con machismo y culo con témporas.
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