Vinculada a la razón, que tras su oportuno análisis ha de asentir al mensaje intuitivo, la intuición habría de salir de la semiclandestinidad en el mundo empresarial. Constituye un sólido refuerzo para el conocimiento, y asiste a muchas de nuestras facultades y fortalezas: la perspicacia, la empatía, la prudencia, la creatividad, la perspectiva sistémica, la visión de futuro… Sin hablar de un management by intuition, o de un work by intuition, hemos de hacerlo, sí, del valioso complemento que supone para la inteligencia, tanto cuando nos proponemos innovar como cuando deseamos ser simplemente más efectivos.
La intuición empieza a sonar como buzzword en el mundo empresarial, también quizá debido al creciente interés por las posibilidades del cerebro. “A menudo has de confiar en la intuición”, dice Bill Gates, y es que, para resultar competitivos, no podemos preterir ninguna facultad. Son, en verdad, muchas las fortalezas y facultades a cultivar junto al conocimiento, en la empresa del saber; pero hay razones para que nos detengamos en ésta: en la intuición genuina.
Para empezar, si comparamos la velocidad con que podemos procesar conscientemente información —apenas unos cincuenta bits por segundo como máximo, tal como lo expresan los expertos—, con la capacidad de todo el sistema nervioso inconsciente —más de diez millones de bits por segundo—, resulta que, sin duda, atesoramos en nuestro desván interior (o mejor, en nuestros sótanos) una gran cantidad de información cuyo más completo aprovechamiento —mediante la fenomenología intuitiva— constituye un reto a asumir.
En efecto, apenas podemos estar en dos conversaciones a la vez: si estamos hablando por teléfono, casi no podemos atender a nuestro entorno, que sin embargo está continuamente generando hechos, experiencias… Felizmente, la atención determina qué información llega a la conciencia, y la memoria inconsciente se encarga de almacenar el resto, aunque sin evaluar su rigor, su fundamento, sus aplicaciones: de esto se encargará la inteligencia intuitiva llegado el momento. De esta información a que tiempo atrás no atendimos, se pueden extraer experiencias, conexiones, abstracciones, deducciones, hipótesis, vías de solución, formas (códigos) de comunicación, analogías, etc., que, procesadas con un fin específico, contribuyen al fenómeno intuitivo.
La intuición bebe de diferentes fuentes, pero una de ellas es sin duda el inconsciente adquirido, que se solapa con la experiencia acumulada, el conocimiento tácito, la memoria de largo plazo… Todo esto merece mayor detenimiento y también mayor rigor neurocientífico; pero podemos convenir en esto: hay interesantes saberes que poseemos sin ser conscientes de ello, y que afloran en la fenomenología intuitiva. Y también estamos de acuerdo en la importancia de aprovechar todo nuestro atesorado saber, en esta economía del conocimiento y sin dejar de aprender continuamente.
Recordemos ya que los seres humanos somos una conjunción de lo heredado, lo adquirido y lo elegido, y que, en el desempeño profesional, directivos y trabajadores del saber estamos continuamente decidiendo, evaluando, pensando, enfocando la atención, imaginando, previendo, actuando… En todas estas opciones hay ciertamente sensible presencia de lo que hemos aprendido conscientemente; pero también la hay de lo aprendido sin darnos cuenta: el inconsciente se deja ver en nuestros sentimientos, nuestras elecciones, nuestras manifestaciones, nuestro hacer cotidiano. Aceptamos que nuestra personalidad es algo inconsciente; a veces, incluso decimos que somos bastante irracionales… El inconsciente está presente unas veces para bien (fruto, por ejemplo, de una incubación intuitiva, de un instinto, de la inspiración…) y otras para mal (fruto quizá de un prejuicio, de una arraigada creencia equivocada, de un posible trauma…).
Nuestra conciencia habría de identificar y analizar bien los impulsos del inconsciente y buscar una conciliación, si posible fuera. Si tenemos prejuicios, aprensiones o asunciones inconscientes, la razón debe como tal identificarlos en pro del autoconocimiento; si somos de natural curiosos, quizá no podamos evitar meter las narices; si somos perseverantes, no se nos podrá pedir fácilmente que abandonemos; si somos íntegros, difícilmente se nos podrá pedir que prevariquemos… En el caso específico de los mensajes intuitivos del inconsciente —de la intuición genuina—, hay que recordar que aparecen dotados de un marchamo de certeza, de una convicción singular, que sirve a la razón para identificarlos debidamente: se trata de un mensaje “elaborado” dispuesto a surtir efecto.
No obstante lo anterior, la razón no va a decir sí a toda intuición: reconocerla no significa refrendarla. Podríamos haber incubado una solución sin haber definido bien el problema, y eso confundiría a la inteligencia inconsciente-intuitiva; podrían haber aparecido nuevos elementos a considerar… Si penetramos suficientemente en los problemas, si vivimos intensamente el aquí y ahora de nuestro desempeño profesional, la intuición aparecerá y con ella el acierto. Puede incluso presentarse en forma de fluidez intuitiva, algo que nos recuerda los estudios del profesor Csikszentmihalyi sobre el disfrute por el alto rendimeinto.
La intuición es, en efecto, una especie de inteligencia del inconsciente que aflora a la conciencia para contribuir a nuestra efectividad. El inconsciente se manifiesta a veces confundiendo o limitando a la razón, y generamos entonces conductas algo irracionales; pero también se manifiesta en otras ocasiones de modo inteligente y oportuno, con una idea valiosa, una solución adecuada, un plus de perspicacia, un certero juicio inexplicable, la visión de lo subyacente, la sensación de confiar o desconfiar… Nos muestra un camino a seguir, nos advierte de riesgos, nos ilumina oportunidades… Dentro de la vida empresarial cotidiana, a directivos y trabajadores del saber, la intuición asiste en:
· El autoconocimiento
· La comunicación
· La percepción de realidades
· El manejo de la información
· La tarea misma
· La solución de problemas
· La toma de decisiones
· La innovación
· La detección de oportunidades
· La visión de futuro
Muy singular (o sea, especial) como metacompetencia de nuestro perfil profesional, es empero plural en las fuentes de que bebe pero, sobre todo, en sus manifestaciones. Aparece a veces la intuición en forma de sueño; así pudo, por ejemplo, Elias Howe patentar su invento de la máquina de coser en el siglo XIX, o pudo solucionar Friedrich Kekulé la estructura de la molécula del benceno: al despertar de un sueño revelador. Y también aparece como idea súbita con inconfundible sensación impulsora que, sin embargo, hemos de someter a la sanción racional. Uno de los empresarios más intuitivos (innovadores) del siglo XX fue Masaru Ibuka, de Sony, pero la fenomenología intuitiva auténtica es, en la empresa, una ayuda continua para todos, directivos y trabajadores de la sociedad del conocimiento.
La intuición es, por lo tanto, una facultad a nuestro servicio, que sabe buscar y tiene dónde hacerlo. Si le hemos dado precisas instrucciones, nos llegará, lo antes que pueda, con la respuesta más idónea; pero también se presenta sin ser llamada, aprovechando en ocasiones el impactante atractivo de la casualidad. Por casualidad, acompañada de sagacidad e intuición, apareció la penicilina, lo hicieron las vacunas, llegaron las cerillas, se generó la idea del velcro, surgió el horno de microondas, se fabricó el “revolucionario” Walkman de Sony, se inventó el telescopio, se descubrió el teflón… Ante la misma experiencia casual, unas personas pueden reaccionar sin consecuencias y otras, más intuitivas, encuentran enseguida aplicaciones innovadoras. Curiosamente, no es siempre el descubridor quien piensa en las posibles aplicaciones o en la oportunidad de negocio.
Dos cosas podemos hacer: nutrir de información la conciencia y el inconsciente, y facilitar el acceso mediante la facultad intuitiva, confiando en ella y cultivándola; pero no se trataba hoy de reflexionar sobre el cómo, sino sobre el por qué cultivar la intuición en la empresa de la economía del conocimiento y la innovación. Bienvenida sea la intuición genuina, la que hemos aprendido a distinguir de los prejuicios, los deseos, las inferencias erróneas, las sospechas, los temores, las conjeturas, las aprensiones, las presunciones, los intereses…; bienvenida sea, porque en su haber se registran grandes logros y avances sociales.
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